Opinión Internacional

El infierno del poder

Slodoban Milosevic, ex presidente de Yugoslavia fue llevado a La Haya, para ser juzgado en el Tribunal Penal Internacional. Está acusado de cometer crímenes de guerra. Tras su detención y varios semanas preso, el gobierno serbio decidió entregarlo a las autoridades internacionales de Holanda para que enfrente sus cargos. Indistintamente de su inocencia o culpabilidad, el hecho es que estamos presenciando la invulnerabilidad de los todopoderosos. De la posición más alta del mando de un país, pasar a la situación más humillante de vestir un traje de preso y quedar sujeto a la voluntad de un carcelero. Viajar en un helicóptero de la policía, acompañado de custodios, como un delincuente común.

Asimismo, Augusto Pinochet. Sometido al juicio que se le sigue por los desaparecidos en Chile y su complicidad en la llamada Caravana de la Muerte. Preso en su domicilio ha visto el infierno de cerca. De la majestad del poder que ostentó por más de 3 lustros, rodeado de la fascinación del mando, encontrarse ahora sometido al escarnio público. Al rechazo y al odio de sus dirigidos. Obigado a terminar sus días en un espacio limitado a su residencia. Se esfumaron los días de gloria. Ahora a soportar la vergüenza y el sufrimiento por hacerle padecer a otros los consecuencias que se derivaron de sus crímenes.

No se salva de la tormenta de la pena, Carlos Menem, presidente de Argentina por dos períodos constitucionales. Posiblemente tuvo participación en tantas otras operaciones que surgen como consecuencia de la ostentación del poder. Pero, una sola de esas fue la que le hizo caer. La venta ilícita de armas. Probablemente la menos relevante. La que tenía menos significancia, pero la que logró derribarlo del pedestal glorificante para la historia argentina. Le queda ahora, con el sabor de la amargura del castigo, recordar sus días de mando. Los momentos del ejercicio del gobierno. Solo recuerdos, porque ya su vida la consume el fuego del remordimiento y el lamento de haber hecho lo indebido.

El otro espécimen, elegido para ser uno de los más selectos mandaderos, es Vladimiro Montesinos. Fujimori lo revistió de un poder inmenso en Perú. De tal magnitud que controlaba los principales centros decisorios de la gestión administrativa del Estado. En su asiento de mando, nunca se imaginó que un día estaría esposado, con traje de prisionero, sujeto a la voluntad de unos guardias rasos, encarcelado en el sitio de reclusión que él le construyó a los jefes guerrilleros.

Así es el poder cuando se usufructúa. Cuando se le emplea como instrumento individual y grupal, fuera del marco del bien común del colectivo. A estos, se les recordará con desprecio. A lo sumo, a las generaciones futuras se les contará sus fechorías como aberraciones degradantes. Pero lo más probable es que pasen al olvido y a encerrar su episodio negro en un limbo vacío.

Eso lo hace el poder cuando el que lo practica carece de la fortaleza de principios morales y éticos. Cuando no ha fomentado las virtudes humanas para vencer los encantos de la seducción pasional del mando. Por el contrario, quien está revestido de buena voluntad y actúa para elevar la vida del pueblo, gana la aceptación de todos y el sincero afecto inmortal. Ejemplo de esto es José Gregorio Hernández. El llamado siervo de Dios. Médico de los pobres, hombre humilde y caritativo. Su bondad sigue vigente y es nombrado a diario por la inmensa mayoría de todo un pueblo. Sin haberse sentado en Miraflores, ni acompañado a ningún burócrata de turno, su nombre es más poderoso que el de cualquiera de los nombrados.

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