Opinión Internacional

El fracaso de la Cumbre de Cartagena

Por primera vez una «Cumbre de las Américas» fracasa rotundamente. En el pasado, si bien algunas de esas reuniones presidenciales tuvieron resultados poco convincentes, al menos pudieron concluir aprobando un documento por consenso, en algunos casos con reservas, superando los esfuerzos del führer para hacerlas fracasar. 

Esta vez era fácil anticipar el fracaso y la falta de consenso a pesar de que el tema central, «Conectando a las Américas» resultaba sumamente atractivo. Los paÍses de la ALBA amenazaron con boicotear el evento si no se permitía a Cuba participar en él. Esta amenaza obligó al anfitrión de la reunión, el presidente Juan Manuel Santos, a desplegar todos sus esfuerzos para evitar el desprestigio que inevitablemente significaría para la diplomacia de su gobierno el fracaso de la Asamblea más importante del continente. 

Santos logró apaciguar al gobierno cubano explicando que no había consenso para que ese país participara en esta cumbre, pero que el tema quedaría pendiente en la agenda de la próxima cumbre. Es decir, ofreció pasarle la «papa caliente» al gobierno de Panamá que será el anfitrión de la siguiente cumbre. El gobernante cubano también se salió por la tangente respondiendo que su país en ningún momento había solicitado participar en esa «cumbre de las guayaveras», evento, según él, manejado y manipulado por Estados Unidos. 

El veto norteamericano y canadiense a la participación cubana se origina en el compromiso establecido desde la Primera Cumbre celebrada en Quebec en 2001, en la cual se acordó que solamente gobernantes democráticos pueden asistir a esas reuniones (de acuerdo con esto la participación del führer ha debido también ser vetada desde hace tiempo). Aparte de esa entelequia llamada ALBA, integrada por los gobernantes «tiramealgo» del continente, el resto de los países de la región guardaron discreto silencio sobre el tema para evitar problemas con los dos colosos del Norte y con Cuba. 

Hubo un momento en que pareció posible salvar la reunión con el subterfugio de que en la Declaracion Final se dijera que el tema de Cuba debía ser tratado en otro foro, una cumbre en la que participen solamente los países de América Latina. Pero otro tema igualmente controversial emergió e impidió el consenso: Argentina exigió que el asunto de las Malvinas fuera objeto de una mención específica en el documento final o en la declaración de cierre del evento. 

A lo anterior hay que agregar otro obstáculo: la insistencia de algunos países, entre ellos la propia Colombia, para que se acordara la legalización del consumo de drogas como una medida destinada a combatir el tráfico de estupefacientes. Estados Unidos y muchos otros gobernantes, si bien consideraron legítimo conversar y discutir el tema, rechazaron el planteamiento sobre la legalización del consumo de drogas. 

En cuanto a la participación en la cumbre, el presidente Correa mantuvo su posición de boicot, el mandatario nicaraguense se sumó posteriormente, el führer aprovechó su regreso a Cuba por su tratamiento oncológico para justificar su ausencia, Haití se abstuvo también de participar, y Bolivia y Argentina se retiraron antes de que terminara la reunión. 

Para salvar su prestigio el presidente Santos sostiene que no hubo fracaso porque se logró consenso sobre varias cuestiones importantes para la región, entre ellas el proyecto de extender a toda la región el uso de la banda ancha de Internet, la integración de proyectos de electrificación y la intensificación de planes de intercambio de estudiantes, todo ello más importante que cualquier declaración política. En esto tiene absoluta razón Santos. 

Pero no cabe duda de que el fracaso de la Cumbre de Cartagena seguramente es el primer paso hacia la evanescencia de ese foro tan importante para la región. Difícilmente los principales actores de la Cumbre de las Américas volverán a exponerse a ser chantajeados por gobiernos que no respetan la democracia y que pretenden forzar el desconocimiento de los compromisos adquiridos cuando subscribieron la cláusula democrática de la Primera Cumbre, confirmados y consolidados en la Carta Democrática también suscrita por todos los países del continente durante la XXVIII Asamblea Extraordinaria de la OEA.

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