El balance de un rompimiento
Un año entero pasamos sin relaciones con Colombia y creo que es legítimo tratar de establecer cuál ha sido el balance de esa decisión inconsulta, improvisada, caprichosa y soberbia, irracional e injustificada para, al final, actuar como si nada hubiera ocurrido.
Este balance hay que hacerlo no a partir del 22 de julio de este año, cuando el tenientecoronelpresidente oficializó el rompimiento de relaciones que de hecho, bajo el disfraz de «congelamiento», regía desde julio del año pasado. El congelamiento fue una ruptura no declarada formalmente y los negocios y el comercio bilaterales quedaron prácticamente paralizados.
En la columna del «debe» tenemos que anotar, entre otros datos, el descenso en un 72% de las importaciones procedentes de Colombia. El intercambio comercial entre los dos países alcanzó en el 2008 la cifra récord de 7.289 millones de dólares. Al cierre del 2009 esa cifra había descendido a 612 millones. En el primer trimestre de este año las importaciones desde Colombia alcanzaron apenas a 308 millones de dólares. Venezuela importaba de Colombia alimentos, textiles, productos automotrices, productos químicos y exportaba a ese país rubros del sector automotor, alimentos, textiles y otros. Las exportaciones venezolanas cayeron 56%. En abril de 2009 fueron de 37, 4 millones de dólares y en abril de este año apenas llegaron a 16,3 millones.
Según Conindustria el rompimiento significó «la pérdida de un canal de comercialización y distribución de bienes y servicios que funcionaba eficientemente». Para contrarrestar el desabastecimiento Venezuela tuvo que comprar alimentos en mercados distantes, principalmente Brasil y Argentina lo cual significó más tiempo para el traslado, gastos adicionales de flete y exigió una logística complicada que al final generó congestionamiento de puertos y abarrotamiento de instalaciones de almacenamiento con el resultado ya conocido de corrupción galopante, podredumbre penosa e insoportable y pérdida de millones de toneladas de productos de consumo humano cuyo valor alcanza varios millardos de dólares.
También hay que anotar en esta columna el daño sufrido por los empresarios y comerciantes de la zona fronteriza, la quiebra de pequeños y medianos negocios y la pérdida de miles de puestos de trabajo.
En suma, columna del debe solo refleja consecuencias desastrosas para ambos países.
¿Y la columna del «haber»? Allí solamente se inscribe el deleite morboso del tenientecoronelpresidente quien luego de varios amagos (2007, 2008 y 2009) finalmente se dio el gusto de romper de manera oficial las relaciones con Colombia. Es el comportamiento típico del matón de barrio que aspira a imponerse sobre los demás y después de proferir amenazas finalmente se siente realizado dando el golpe definitivo a un contrincante que lo único que exige es que no se metan con él.
El saldo definitivo no puede ser más triste. Un año perdido por culpa de un capricho.
Pero al mandón de Miraflores no le remuerde la conciencia el daño causado. Dificulto que haya existido en algún país del mundo gobernante tan indolente e irresponsable que hace con las relaciones internacionales lo que le viene en gana, sin tomar en cuenta las consecuencias ni los daños que sus decisiones le causan al país y a la población.
Y todo eso ¿para qué? Para, al cabo de un par de semanas de la ruptura presentarse, con la cara muy lavada a proponer dar vuelta a la página como si no hubiera hecho nada. Los venezolanos y los colombianos nos regocijamos porque las relaciones entre nuestros países parecen encaminarse hacia la normalidad. Pero no auguro una vida muy larga a esta reconciliación.
No en vano el presidente Santos y la canciller Holguín cada vez que hablan del tema insisten en que la normalización debe ser duradera. Ellos saben muy bien por qué lo dicen.