Opinión Internacional

El antiamericanismo de Hugo Chávez

Después de leer ensayos académicos sobre lo que impulsa ciertas políticas o actitudes de Hugo Chávez, muchas veces quedo insatisfecho. Me da la impresión de que estos análisis reflejan más sobre la manera de pensar del autor que sobre la manera de pensar de Chávez; es decir, las sofisticadas estrategias políticas que estos autores atribuyen a Chávez y a su equipo no son sino un espejo de sus propios procesos de razonamiento. También me da la impresión de que estos analistas, con su afán de manipular y reestructurar arbitrariamente la realidad para que encaje con sus teorías e hipótesis, parecen desestimar la ambigüedad –ese hatajo de verdades, motivaciones, impulsos, a menudo contradictorios, que está detrás de muchas de nuestras actitudes y acciones.

Detrás del antiamericanismo de Chávez, algunos ven un claro propósito, una simple relación causa-efecto que es fácil de discernir en unas cuantas líneas. Pero en realidad existen varios elementos que se confunden, se metamorfosean de acorde a la circunstancias, chocan entre sí, y a los que, debido a su proteica naturaleza, no es fácil asignar un peso específico.

El primer factor es el más obvio. Al menos parte del discurso antiamericano de Chávez obedece a convicciones genuinas. Chávez mismo debe estar convencido de la veracidad de alguna de sus críticas –algunas de ellas, por lo demás, totalmente válidas. Como ocurre con los más rabiosos antineoliberales y antiglobalizadores, en el antiamericanismo de Chávez sentimientos honestos de indignación se entremezclan con distorsiones, tergiversaciones, exageraciones y malinterpretaciones de la realidad que buscan desaforadamente reconfirmar esa indignación inicial. Me temo que hay mucho de verdad en la ira que rezuma del rostro de Chávez cuando muestra fotos de niños heridos en Irak y Afganistán o de las montañas de cuerpos entrelazados de las sórdidas celdas de Abu Ghraib.

El segundo elemento tiene que ver con la vanidad del presidente. A Chávez, como a muchos otros políticos, le gusta la fama, estar enfrente de las cámaras, ser el centro de la atención. Es como ese primo o compañero de clase que constantemente hace payasadas o se porta mal para hacer sentir su presencia o no ser ignorado. ¿Y qué mejor manera de llamar la atención mundial que desafiando, criticando e insultando empecinadamente al gobierno del país más poderoso del mundo? ¿Qué mejor manera de atraer cámaras que buscando broncas o envolviéndose en polémicas con altos funcionarios del gobierno estadounidense o aprovechando una tribuna como la sede de Naciones Unidas para lanzar sus arengas antimperialistas? Indicador de esa sed de atencion es que cuando, por falta de novedad, los insultos a Rice, Rumsfeld o Bush –a quien ingeniosamente el presidente ha apodado “Mr. Danger”- dejan de tener el efecto mediático deseado, Chávez opta por radicalizar aún más su discurso; por ejemplo, amenaza con cortar los suministros de petróleo a los Estados Unidos –una declaración que no puede categorizarse sino como “bluff,” una amenaza sin nervio y sin hueso.

Atacar a los Estados Unidos también ofrece otra ventaja que indudablemente Chávez explota: estas arremetidas lo convierten en el héroe adalid de la comunidad izquierdista internacional, cuyo antipatía por los Estados Unidos comprensiblemente se ha acentuado durante el gobierno de Bush. Muchas de las críticas que hace Chávez a Bush son razonables, ecos de los argumentos que hacen numerosos e inteligentes críticos del gobierno estadounidense. Cuando mandatarios y funcionarios de gobierno que no conocen bien la situación venezolana escuchan en Naciones Unidas a Chávez, criticando, sin pelos en la lengua, como Bush no ha sido consistente en su argumentación a favor de la invasión Irak, ¿cómo no van a sentir cierta simpatía por ese carismático líder del tercer mundo que dice lo que muchos otros no se atreven a decir por diplomacia, falta de imaginación o temor? Lo que desafortunadamente no saben estos líderes es que, en sus políticas internas, Chávez es un mandatario mucho más autocrático, incompetente, ignorante, irreverente y también, sí, arrogante, que el presidente Bush. Tampoco siquiera sospechan que es bastante probable que el mundo sería un lugar mucho más peligroso si la Venezuela de Chávez fuese la primera potencia mundial como lo es hoy los Estados Unidos.

No hay que hacer un gran esfuerzo de imaginación para visualizar las escenas que se deben llevar a cabo en los múltiples viajes del presidente. Chávez probablemente encuentra a su paso fervientes admiradores de su discurso antiamericano, quizá algunos de ellos personas de gran prestigio, premios Nobel como Harold Pinter y Nadine Gordimer, brillantes historiadores como Erik Hobsbawm, así como presidentes, ministros, famosos actores, bellas diplomáticas, estudiantes y profesores de las universidades élites de los Estados Unidos, Alemania, Francia y Gran Bretaña. El daño que infligen estos desinformados admiradores (dudo que muchos de ellos apoyen a un gobierno que hace uso de una lista McCarthista como la de Tascón) es enorme, pues no sólo ayudan a legitimar internacionalmente un gobierno cada día más autocrático, también le suben el ego al presidente, reafirman su convicción de que anda por buen camino y seguramente lo envalentonan a continuar con su radical programa antidemocrático y antiamericano.

Finalmente, no puede ignorarse el archicitado argumento del “enemigo externo” –que por ser popular no deja de contener una buena dosis de verdad. Detrás del antiamericanismo de Chávez es fácil detectar una mera estrategia política; una estrategia no muy distinta a la que Castro ha utilizado ya durante casi cincuenta años y que, según muchos, ha ayudado al dictador a perpetrarse en el poder en Cuba. Esa estrategia consiste en buscar un enemigo externo para aunar a sus tropas de seguidores. La lógica es simple: si en un vecindario una pandilla confronta a otra pandilla o enemigo (así sea imaginario) esa confrontación va a unir a los miembros de la pandilla o al menos va a disminuir las probabilidades de que surgan conflictos internos. Además, el enemigo externo desvía la atención hacia un problema que no yace dentro del grupo. El presidente Bush y su “arquitecto” Karl Rove demostraron hace poco que esa estrategia no sólo es util a sátrapas como Castro, también a presidentes en búsqueda de la reelección.

Chávez obviamente cree que esta estrategia manipuladora es efectiva. Sus vituperaciones contra los Estados Unidos son tan frecuentes, algunas de sus acusaciones son tan absurdas, la manera como trata de descalificar a sus opositores vinculándolos con Bush es tan transparente, que sólo cabe entender estas acciones como parte de una estrategia política y electoral. Es difícil creer que Chávez de verdad piense que el gobernador Rosales se comunica con Bush para planificar la secesión del Zulia o que Reporteros sin Fronteras sigue órdenes de los servicios de inteligencia estadounidenses, o que Mr. Danger, en persona propia, haya ordenado el retiro de la oposición de las elecciones parlamentarias venezolanas del pasado diciembre.

Existe la posibilidad de que Chávez descabelladamente crea en al menos algunas de estas conspiraciones que denuncia. Después de todo, hay claros indicadores de la paranoia que a veces arrecia en la cabeza del presidente. ¿Cómo, si no, explicar que se esté llevando a cabo una transformación de la doctrina militar de las fuerzas armadas venezolanas para enfatizar técnicas de guerra asimétrica en preparación a una posible invasión de los Estados Unidos?
Si la paranoia es otro factor detrás de su antiamericanismo, no hay motivo por el cual sorprenderse. Desde hace muchos años estos espejismos y escabrosas teorías de conspiración han sido parte del repertorio antiamericano. Prueba reciente de ello es la popularidad mundial de L’Effroyable Imposture (algo así como “El Espantoso Fraude”), un libro publicado en Francia que denuncia a funcionarios de extrema derecha en el gobierno estadounidense de haber estado detrás de los ataques del 11 de septiembre. También lo son la miriada de folletos, videodocumentales, sitios de internet, que se dedican a divulgar las peores suposiciones posibles acerca de la perversa naturaleza, oscuras motivaciones y propósitos escondidos que guían todas las acciones de los estadounidenses.

A principios de los años cincuenta, durante la guerra de Corea, a Estados Unidos se le acusó de utilizar armas bacteriológicas, una acusación –más tarde se descubrió- que fabricó un agente soviético, el periodista australiano Wilfred Burchett. Comentando este incidente, Jean Francois Revel –quien se ha dedicado a explorar acusiosamente los meandros del antiamericanismo- apuntó que lo sorprendente, más que la falsedad de la acusación, es que ella se haya regado como un virus y fuese creída por todos, incluso fuera de los círculos comunistas. El misterio del antiamericanismo, afirma Revel, no es la pavorosa desinformación que lo caracteriza, sino la voluntad de la gente a mantenerse desinformada.

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