EEUU: Imperio sin voluntad imperial
Hugo Chávez ataca a diario al «Imperio del Norte», y le acusa de producir todos los males del mundo. Lo que el locuaz venezolano no entiende es que si Estados Unidos fuese la potencia implacable que vislumbra en su imaginación, él no estaría allí desatando su ira, sin consecuencias, contra los «malvados». Roma fue un imperio, y Gran Bretaña también. No sólo dominaron por su fuerza militar, sino que tuvieron voluntad imperial. En tiempos del Imperio Romano hubo numerosos personajes parecidos a Chávez —salvando las distancias— rebelándose en las provincias. Lo que pasó con ellos es preferible no narrarlo, para no estropear el desayuno de quienes lean estas líneas. Los británicos designaron a Victoria «Reina de Inglaterra y Emperatriz de la India». No puedo representarme a George W. Bush, ni a alguno de sus predecesores, como «Emperador de Puerto Rico».
Dejando de lado las bromas, quiero recordar las escenas iniciales de la ilustrativa película «Gladiador». Es de interés que en la misma los soldados romanos, antes de entrar en combate, se saludan con la frase «Fuerza y Honor». Los soldados estadounidenses de hoy podrían imitarles con la frase: «Debilidad y Confusión». Ignoro si, de hecho, los romanos usaban esa frase, pero en todo caso la misma pone de manifiesto la distancia sideral entre un verdadero Imperio, como el romano o el británico, y la posición de una sociedad comercial y democrática, altamente exitosa por lo demás, como la sociedad estadounidense en nuestros días.
Un Imperio se caracteriza por su voluntad imperial. Los romanos sometían a otros sin contemplaciones. A rebeldes al estilo Chávez los trataban con escasa ternura, por decir lo menos. Los británicos tampoco se andaban con inhibiciones. Ambos imperios actuaban como tales, sin cosquilleos morales. ¿Qué hacen los gringos en Afganistán e Irak, en cambio? Llevan a las mujeres a la escuela y a los centros de votación, procuran transmitir valores de democracia, y cuando unos soldados abusan de prisioneros enemigos, se arma un escándalo tan gigantesco que hasta la corrupta e hipócrita Organización de las Naciones Unidas mueve cielos y tierra para condenar al coloso del Norte. Lo más simpático es que Washington, que paga las cuentas del venal Kofi Anan y sus allegados, les presta atención como si se tratase de dignos defensores de la verdad.
Estados Unidos no es un Imperio, y ni su pueblo ni sus élites tienen la más mínima voluntad imperial. Por el contrario, las denominadas «élites liberales» (de izquierda) que controlan los principales medios de comunicación norteamericanos, odian a su país, y se subordinan sicológicamente a los enemigos de su Patria. Para la izquierda estadounidense, Saddam Hussein es preferible a Bush, Fidel Castro es un prócer anti-imperialista, y Chávez un paladín de la justicia. Cuando se produjeron los ataques del 11 de septiembre, esa izquierda yanqui lo que hizo fue preguntarse: «¿Qué hemos hecho de malo para que nos odien tanto?» Es imposible pintarse a un romano o un inglés, en su época imperial, preocupándose un segundo acerca de las causas del odio de sus enemigos. Ese odio se daba por sentado, y ante el mismo se respondía con decisión y eficacia.
¿Alguien puede describir guerras más extrañas que las que lleva a cabo Washington? En las mismas se cuidan más de proteger los derechos del adversario que los suyos propios. La madre radical de un soldado que entró al ejército como voluntario, que se realistó, que jamás cuestionó su misión en Irak, y que era adulto cuando murió en combate (pues esas cosas ocurren en la guerra), se convierte en heroína de un movimiento anti-bélico tan superficial como ideológicamente desaliñado. Semejante movimiento pacifista, que sueña con repetir los tiempos de Vietnam ante un caso totalmente distinto, jamás se pregunta qué será de Iraq si las tropas norteamericanas se retiran prematuramente. Poco les importa que dos tercios de esa sociedad están luchando por un país civilizado, después de treinta años de satrapía, y se ponen del lado de una minoría sunita empeñada en matar inocentes en lugar de votar.
En fin, eso del «imperialismo yanqui» pierde de vista que el poder de Estados Unidos es resultado de la libertad y espíritu emprendedor de su pueblo. La URSS se derrumbó sin necesidad de disparar un tiro porque el socialismo no funciona. EEUU entró en la Primera y Segunda Guerras Mundiales porque le forzaron a ello, y por cincuenta años protegió a Europa de los soviéticos porque los europeos no podían hacerlo por sí mismos. Que ahora lo hayan olvidado, malagradecidos como siempre, es otro problema. Si Washington tuviese voluntad imperial, Chávez no estaría hablando tanto.