Opinión Internacional

Desmesurada y Desequilibrada

Hoy la Corte Suprema de Justicia de la Nación, cabeza de uno de los tres poderes del Estado, en su habitual plenario de los martes, emitió una declaración pidiéndole a la Presidente de la Nación, a raíz de las manifestaciones de ésta en el Congreso -el lunes de la semana pasada- y en una ciudad de la Provincia de Buenos Aires -el último jueves-, en las que pretendió asumir la suma del poder público, mesura y equilibrio.

         En efecto: la burla al Parlamento reunido para inaugurar su trabajo ordinario anual mediante el anuncio del DNU que creó el Fondo del Desendeudamiento, y el gritado aviso de que desconocerá cualquier fallo judicial que se oponga a sus deseos, llevan a doña Cristina -y a su íncubo, el tirano de Olivos- a generar el estado de conmoción interna que justificará cualquier limitación a las libertades individuales y a las indispensables formas de la República.

         La Corte, indirectamente, ha calificado a la conducta del matrimonio presidencial como desmesurada y desequilibrada. Debo confesar que hubiera deseado una reacción mayor, especialmente frente a la felonía de sembrar dudas con acusaciones de corrupción -venta de sentencias y excarcelaciones- sin identificar a los presuntos culpables de la misma.

         Doña Cristina ha tirado de la cuerda mucho más que lo tolerable. Amén de ejercer una tiranía como nunca se ha visto en la Argentina democrática, como acaba de describir con innumerables ejemplos Alfredo Leuco en su programa «Le doy mi palabra», ha llevado al extremo el delito de omisión de denuncia, ese que castiga al funcionario público que se entera de la comisión de un delito y no lo pone en conocimiento de la Justicia.

         Se podrá preguntar uno cómo va a denunciar a alguien, cuando ese alguien, en realidad, está obedeciendo las órdenes de Kirchner. Pero la realidad tiene hoy colores tan exagerados que es difícil distinguir, en el inmenso mundo delictual que rodea al poder político, quién es el verdadero responsable de cada uno de los episodios condenables, si bien todos ellos terminan en la cúspide.

         Porque, digámoslo francamente, en el gobierno K la corrupción se ha concentrado, y mucho. Sólo se roba en la corona, y para ella.

         Pero la corrupción ha dejado de ser una de las preocupaciones mayores de la ciudadanía, ya que los primeros puestos los ocupan, sin dudas, la inflación y la inseguridad, ambas «sensaciones» populares curiosamente ignoradas en los discursos de doña Cristina.

         En el Congreso, hoy mismo, han vuelto a fracasar las negociaciones por expresas instrucciones de don Néstor. Con ello, la crisis del conflicto de poderes que el matrimonio desatara el 14 de diciembre solamente podrá agravarse.

         Y ello se debe a una sola razón: los Kirchner no tienen alternativas.

         Saben que su futuro, si pierden el poder, será la cárcel o el exilio.

         Si pensamos en que el exilio sólo podrá concretarse en Caracas, en Managua, en Quito, en La Paz o en La Habana, descubriremos que se trata de destinos poco confortables. El resto del mundo, que hoy trata de impedir ser un refugio de corruptos, de ladrones y de lavadores de dinero, les estará vedado. Y algo peor: la historia enseña que, cuando el dueño de un imperio económico debe irse, los testaferros se quedan con los pedazos que tienen a su nombre; y don Néstor, digno heredero de su abuelo, eso no le puede caer muy bien.

         Por lo demás, la cárcel sólo podrá ser evitada mediante un pacto de indemnidad -el famoso «bill of indemnitiy»- con quien lo suceda. Como, tal como está proyectado el futuro económico, ese sucesor -cualquiera que fuese- encontrará tal cantidad de minas sembradas que, a mi entender, tendrá poco ánimo para firmar un acuerdo de ese tipo y, dado el odio que esta parejita ha generado en la sociedad, también dudo que la sociedad se lo permitiera.

         Esa opción o, mejor dicho, la falta de vías de escape para la situación que han planteado, me hace pensar, como dije, que los K no tienen ya alternativas.

         Y todos pagaremos por ello, y muy caro. Estamos, como dijo la Corte, en manos de desmesurados y de desequilibrados. ¡Dios nos guarde!

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