Opinión Internacional

Desafíos políticos

En las Cumbres Iberoaméricas, en especial, las celebradas en Viña de Mar y en la Isla de Margarita, han tratado recurrente y ampliamente esta materia de fortalecer las instituciones domésticas, elevar la calidad de la política, modernizar el Estado y la ética de los gobiernos. Poco se ha avanzado. Los desafíos políticos son los que reciben menor atención y son objeto de crítica, escepticismo y rechazo por parte de la sociedad en general y de los empresarios en particular. Sin embargo, la estabilidad política constituye un eslabón crucial del conjunto y condición esencial para el desarrollo económico.

La democracia funciona sustentada en algunas instituciones fundamentales que son el Poder Ejecutivo, el Parlamento, los partidos políticos y la vigencia efectiva de un Estado de Derecho.

Entre nosotros es indiscutible y sólida la legitimidad de la Presidencia. En cambio vivimos una declinación preocupante del prestigio y legitimidad del Parlamento, los partidos y la política en general. Así lo demuestran las encuestas recientes.

Es cierto que la política ha perdido centralidad y que la economía es más autónoma respecto de las decisiones políticas, pero el Estado sigue siendo el actor principal en toda sociedad contemporánea y las decisiones del Estado son por definición, políticas. No estamos en modo alguno ante el fin de la política.

La democracia es representativa o no es tal. Son partidos políticos los que desempeñan funciones de representación y de articulación de las diferentes visiones existentes en la sociedad y en los partidos los que forman y dan sustentación a las mayorías políticas indispensables para dar gobierno. Un Parlamento de puros independientes sería un caos.

La responsabilidad primera de esta tarea recae en el Estado y en la propia clase política. Se requiere el fortalecimiento técnico de los partidos y del Parlamento, la integración permanente de las dimensiones políticas y técnicas de los problemas mediante procesos de interacción, consulta e información suficiente para dar a las decisiones políticas el respaldo de los elementos de la realidad objetiva. Necesitamos partidos políticos disciplinados, con autoridad directiva, sentido de Estado que eleven el nivel del debate público, transparencia en su actuación, prevención de la corrupción de que hasta hoy no nos hemos librado. En especial requerimos de una dirigencia política, que no sólo reaccione ante las encuestas de opinión pública sino que sea capaz de ejercer liderazgo, de orientar a la opinión pública, de enfrentar problemas, de no sentir la necesidad de ceder ante intereses corporativos opuestos al cambio; que sean actores de la persuasión, la negociación y del compromiso razonable, pero también capaces de enfrentar conflictos con firmeza.

Por su parte la sociedad debe devolver a la política y al servicio público el status y el reconocimiento perdidos por la sistémica descalificación de lo público como ineficiente y parasitario, para poder atraer al servicio público y a la política un núcleo suficiente de los mejores de cada generación. Ojalá haya más técnicos, profesionales, empresarios y dirigentes sociales dispuestos a asumir roles políticos. Esto implica una reforma electoral a fondo y sincera, donde se permita mayor participación a la sociedad civil y sacar a las cúpulas políticas y sean los ciudadanos quienes seleccionen a sus representantes por nombre y apellidos, obviamente mejoraríamos la calidad del Parlamento, que ahora da pena.

La reforma o modernización del Estado es en buena medida una tarea pendiente que nos conducirá a un Estado sin duda más pequeño, pero también más fuerte, más capaz en lo que en definitiva tenga que hacer. El rol preciso del Estado y su tamaño no pueden a mi juicio definirse a priori; serán el resultado del análisis caso a caso de los diversos problemas y de la respectiva decisión ciudadana.

Quiero señalar que debilita la democracia y sus instituciones el independentismo, como rechazo global a los partidos o como estrategia política destinada a ganar adherentes para las propias posiciones, como está sucediendo actualmente. Otro tanto ocurre con la descalificación sistemática de todo lo público. La sociedad debe exigir mayor calidad, pero también contribuir a la elevación del nivel de la política y el fortalecimiento de sus instituciones fundamentales. Los medios de comunicación deberían jugar un papel fundamental para lograr ese objetivo y no continuar insistiendo en el discurso anti-partido que es también anti-político. Y mi preocupación es que no estamos cambiando de paradigma político, sino abandonando el que teníamos para quedarnos sin nada. Y en lo político el vacío se llena con la anarquía, con la fuerza, o con las dos juntas. Los anti-sistemas cada día son más violentos por la impunidad en que actúan.

Por ello, debemos insistir que la sociedad chilena y los medios, contribuya a la elevación del nivel de la política y el fortalecimiento de sus instituciones fundamentales. También el empresariado puede jugar un rol positivo en este sentido si supera sus temores y desconfianzas, en gran medida producto de los traumas de un momento específico de nuestra historia.

Otros desafíos políticos son la transferencia de poderes y recursos a la sociedad civil y en particular a los niveles municipal y vecinal. Hay que reformar el Estado. Pero existen criterios antagónicos acerca de este asunto fundamental. En efecto, una cosa es reformar el Estado para hacer más eficiente e indoloro el control de las cúpulas políticas y burocráticas sobre las personas; una cosa es modernizar el estatismo y afinar el despotismo partidista, como ocurre con la mayoría de las reformas constitucionales que propician los partidos bajo el pretexto de perfeccionar nuestra democracia; y otra cosa muy distinta es la reforma del Estado, que fortalezca la misión esencial de éste y permita el despliegue de la libertad de las personas, resguarde sus autonomías y ampare su libre organización social y territorial. Hay que precaverse contra una reforma del Estado que signifique mejores y más hábiles formas de intervención de las mayorías gobernantes y elegir una modernización del sistema estatal que favorezca las libertades. Esta reforma, lejos de debilitar al Estado, lo robustece como autoridad política y moral, al mismo tiempo que le quita el peso y la grasa de la burocracia inútil o de empresas mal administradas. También debemos resolver el problema de la seguridad ciudadana y la criminalidad con una combinación adecuada de eficiencia policial y de políticas de prevención y rehabilitación. Me parece un falso dilema el que se haga escoger entre represiones y permisividad.

Debemos construir una sociedad que conjugue adecuadamente los valores de competencia y cooperación. En el pasado ignoramos o menospreciamos la competencia, hoy la economía de mercado la realza, pero produce también una tendencia manifiesta al cada uno para su santo, a un individualismo que de exacerbarse resulta destructor de la cohesión social, que estamos viendo. Por eso creo que debemos rescatar también la cooperación –traducción correcta de la solidaridad- como un valor indispensable en todos los ámbitos de la vida nacional. No es al interior de la empresa y en las relaciones Estado/sector privado; en la política se compite por cargos y poder pero sólo la cooperación produce cohesión programática y sentido de Estado. Por último, a nivel nacional entre clases y sectores sociales, la cooperación es esencial para poder compartir una visión de país que en definitiva será lo que sustente los consensos políticos, económicos y sociales requeridos para construir el futuro y llegar efectivamente a ser una nación desarrollada. De nosotros todos depende que el resultado sea el que anhelamos para el futuro de nuestra patria. Va a ser una tarea grande y difícil. Va a ser una tarea para gente convencida de la necesidad de traer la política a los tiempos que corren, liberándola definitivamente de sus amarras con el pasado de triste recuerdo. Esa amenaza existe. Por ello, se van a requerir convicciones sólidas, equipos comprometidos y coherentes (como el Foro Republicano) y, por sobre todo, una forma de hacer política con respecto a la verdad, aún cuando eso signifique entrar en conflictos. En el Chile de hoy y de ayer es conflictiva la persona que dice no cuando hay que decir no y si cuando hay que decir si. Hablar con la verdad es necesario en política, como nos aconsejaba el insigne estadista y dramaturgo, Don Václav Havel, “porque es sano que las cosas sean llamadas por su nombre y porque es imprescindible que en la discusión pública las palabras recuperen su verdadero sentido en la conciencia de la nación.”

¿Se puede llevar a cabo esta tarea de modernización y saneamiento ético, incluyendo la rendición de cuentas y medidas efectivas contra la Captura del Estado?

Soy de los que creen que sí. Que sí porque la sociedad civil es muy superior a su actual clase política. Que sí porque también este ámbito, también este “mercado”, debe ser abierto al fuego de la competencia y de la libertad. Fuera los monopolios y las cúpulas políticas.

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