Democracia Totalitaria
Hugo Chávez persigue a los opositores, cierra canales de televisión y estaciones de radio, legisla por decretos, vende armas a las FARC, no respeta la soberanía de Colombia, somete al Poder Judicial, obliga a sus militares a jurar “patria, socialismo o muerte”, relativiza e incluso abole el derecho de propiedad y nada, entretanto, ocurre con él. Ninguna manifestación de la Organización de los Estados Americanos (OEA), de la Asamblea General de las Naciones Unidas, de la diplomacia brasilera, etc. Es como si no hubiese ningún atentado contra la democracia. Al contrario, sostienen que se está siguiendo la democracia en aquel país. Ninguno pide que sus embajadores se retiren ni hay suspensión de ayuda y/o relaciones bilaterales. El déspota Chávez se vuelve un “demócrata”.
En cuanto eso, en Honduras, las instituciones democráticas, por intermedio del Tribunal Supremo, del Congreso, de las Fuerzas Armadas, con apoyo explícito de la Iglesia Católica, de los medios de comunicación y de la sociedad civil en general, destituyeron a un presidente que seguía el camino de Chávez. Se colocó un proyecto de déspota al tentar violar cláusulas pétreas de la Constitución hondureña, como la de la reelección de presidente de la República, y por eso mismo fue depuesto. Es como si el cielo hubiese caído sobre la cabeza del país. Protestas de todos los lados, Asamblea de la Naciones Unidas, OEA, Estados Unidos, Unión Europea, diplomacia brasilera y, es claro de los castro-bolivarianos, Chávez, Daniel Ortega, Rafael Correa y Evo Morales. En este último caso, los liberticidas se colocan como los defensores de la libertad y de la democracia,
Un pequeño país resiste con bravura frente a una reacción de esa magnitud, en nombre de sus instituciones, en nombre de la democracia. Mientras tanto, sus actores son tratados como “golpistas”, mientras que los déspotas bolivarianos son considerados “demócratas”. ¿Qué está en cuestión en este juego con la palabra democracia?
Hay dos acepciones de la democracia en cuestión, la de la democracia totalitaria y la de la democracia representativa o constitucional. La democracia totalitaria se torna contra el espacio de libertad propio de la sociedad, de sus reglas, leyes e instituciones, contra aquello que precisamente es asegurado por la democracia representativa. Ésta se basa en el ejercicio de la libertad en todos sus niveles, de la libertad de prensa, de expresión, de organización política, económica hasta el respeto de la división de los Poderes republicanos, pasando por la consideración del adversario como alguien que comparte los mismos principios. Las disputas partidistas, por ejemplo, se arreglan y no desembocan en el cuestionamiento de las propias instituciones, vale decir, de la Constitución. En ese sentido, los procesos electorales se inscriben en este marco más general, sin que se pueda, por lo tanto, tener la autonomía de subvertir los principios constitucionales, el ordenamiento de las instituciones. Los procesos de ese tipo son necesariamente limitados.
En las democracias totalitarias tenemos un proceso de otro tipo, en el que el voto pasa a ser utilizado de forma ilimitada, como si él fuese por si mismo, gracias a la manipulación de un líder carismático y de su partido, el principio del ordenamiento constitucional. He aquí por qué tal tipo de régimen político trata de funcionar por medio de asambleas constituyentes y referendos sistemáticos, en un constante cuestionamiento de todas las instituciones, tenidas como “burguesas” y expresión de las “elites”. La democracia totalitaria no admite ninguna limitación, ninguna instancia que la regule. Tiende a considerar todo lo que se interponga en su camino como no-democrático, ganando el epíteto de “derecha”, “conservador” y “neoliberal”.
Puede decirse que la democracia totalitaria se caracteriza por esa forma de ilimitación política, teniendo como “enemigo” a la limitación propia de las instituciones sociales, de las instancias representativas. Ella tendrá como blanco a ser destruido todo espacio que se configure como independiente, en particular aquel espacio que hace posible las libertades individuales y el proceso de libre escogencia. No puede soportar un Estado de Derecho, basado precisamente en esas libertades. O sea, la democracia totalitaria no puede soportar la democracia liberal, también llamada representativa o constitucional, pro el hecho de asegurar la existencia de leyes, de Poderes y de instituciones, que no se pueden adecuar a tal proceso de movilización totalitaria.
He allí por qué las democracias totalitarias parten por cuestionar toda forma de existencia democrática, social, que no se establezca conforme a sus designios, Los medios de comunicación que no acepten ser instrumentalizados pasan a ser considerados enemigos que deben ser abatidos, ya sea mediante disminución de pautas publicitarias, ya sea mediante procesos judiciales, ya sea mediante mecanismos de control o de prohibición de los más diferentes tipos. El que objeta debe ser silenciado, pues no obedece a los dictámenes del “pueblo”, de tal “mayoría” políticamente constituida. Las esferas que aseguran la libre iniciativa individual son progresivamente circunscritas y limitadas, de modo que las personas sientan miedo y pasen a actuar de forma no autónoma, como si así hubiese una conformidad con lo que es “popular”. El Estado de Derecho, a su vez, es cada día más menospreciado, ya sea por inobediencia frente a la legalidad existente, ya sea por la modificación incesante de leyes y normas constitucionales, ya sea por atentados cometidos contra los principios mismos de una sociedad libre.
La democracia totalitaria se torna contra los derechos individuales, contra los derechos de las personas de no dedicarse a los asuntos políticos, de contentarse con sus propios asuntos. Ella se torna contra las instituciones porque éstas interponen un límite a su desregulación. Ella se torna contra la propiedad privada tanto en el sentido material, de bienes, como en el inmaterial, de libertad de escogencia. Ella se torna contra toda persona que reclame por la libertad. He allí la cuestión a la que nos confrontamos en América Latina. La claridad de los conceptos es una condición de verdadera democracia.
DOCTOR EN FILOSOFÍA :
Université Paris 1 (Panthéon-Sorbonne), SORBONNE, CON ESTUDIOS DE POST GRADO EN Ecole Normale Supérieure de Fontenay-St.Cloud.
Profesor titular UUuniversidade Federal do Rio Grande do Sul, UFRGS, Brasil.