Del Nuevo Antisemitismo
1.-
(%=Image(7708454,»L»)%) En Teherán se ha inaugurado hace dos semanas una exposición-concurso de caricaturas sobre el Holocausto judío.
Desconozco las bases del concurso, pero es concebible que ganará la caricatura que mejor abone la idea de que el Holocausto jamás ocurrió.
La muestra se exhibirá durante un mes en el Museo Palestina de la capital iraní. Se anuncian premios de 9.330, 6.200 y 3.900 euros, según informa la tv estatal iraní.
(%=Image(3351394,»L»)%) Se trata de 204 caricaturas realizadas por dibujantes de distintos países. Participan, por ejemplo, el italiano Alessandro Gatto, el estadounidense Matt Gaver y el brasileño Carlos Latuf. El comisario de la puesta, Masud Tobatai, aseguró a la pensa internacional que al llamamiento del periódico “Hamshari” y la Casa de la Caricatrua de Irán han respondido “artistas” de Bélgica, Bulgaria, Canadá, EE.UU., Inglaterra,Francia, España, Holanda y Noruega.
El caso trae a la memoria la polémica desatada por el integrismo islámico en toda Europa, a raíz de una caricaturas de Mahoma publicadas por un diario danés a fines de 2005. Hubo manifestaciones, banderas quemadas, pedreas, retiro de embajadores y hasta una banda de 30 hombes armados asaltó la sede la Uniòn Europea en Gaza. El caso costó el cargo al director de “France Soir”.
No se ha sabido, empero, que el gobierno israelí planee bombardear el Museo Palestina que alberga las caricaturas negadoras del Holocausto.
2.-
El Holocausto desacreditó de un modo tan despiadado el antisemitismo que, inmediatamente después de 1945, este tuvo que replegarse durante varios decenios. Pero en modo alguno desapareció.
“Para que el odio más persistente de la historia volviese a ganar la plaza pública hacía falta convertirlo en algo políticamente correcto”, discurre el escritor catalán de origen húngaro Mihály Des, en un brillantísimo ensayo titulado ‘El antisemitismo posmoderno’( Revista Lateral, Barcelona, octubre 2003). Y añade: “Era preciso encontrar una culpa universal para los hijos de Israel, algo en la línea de antes: asesinos de Jesús, usureros chupasangres, líderes del capitalismo y del anticapitalismo. Esta oportunidad la ofreció el estado de Israel, cuya disputada creación, dicho sea de paso, fue apoyada por la progresía mundial y a favor de la cual votaron todos los componentes del desaparecido imperio soviético”.
Pero, ¡ay!, los intereses geopolíticos de la antigua URSS durante la llamada Guerra Fría estaban en el mundo árabe.
Siendo así, y sin hacer en esto, por cierto, distinción del hecho de que siempre existió en Rusia y Europa un sionismo “de izquierda”, para la mayoría de la intelectualidad “progresista” mundial el sionismo se convirtió en uno de los enemigos de la paz.
“ Si las sucesivas guerras y amenazas a las que el Estado de Israel ha estado expuesto desde el mismísimo día de su creación –argumenta-
no lograron, a pesar de todo, despertar un generalizado sentimiento proárabe y antisraelí, sí lo ha hecho la lucha del pueblo palestino.
Según la opinión dominante en el mundo islámico y entre buena parte de la izquierda europea (en compañía de la extrema derecha), Israel es un Estado represor, que está cometiendo un genocidio.
Este radical diagnóstico ofrece la base ideológica y sentimental de dos nuevos tipos de antisemitismo: uno islámico, particularmente agresivo, y otro occidental, de origen izquierdista y liberal. El primero se traduce en actos violentos. El segundo de alguna manera los legitima.”
3.-
¿Se trataría, pues, de la misma historia de siempre? La novedad que observa Mihály Des está en que esa defensa indiscriminada e incondicional de los palestinos empieza a incluir elementos “clásicamente” antisemitas.
Sólo a manera de ejemplo, Des llama la atención sobre numerosas caricaturas aparecidas en diarios españoles, ideológicamente muy diversos, en torno al conflicto palestino-israelí.
En casi todas, la figura del israelí es representada como el judío de la propaganda nazi: un tipo siniestro y encorvado con una enorme nariz ganchuda. El mensaje nada subliminal es el mismo de José Saramago: ahora los judíos son como sus antiguos verdugos.
4.-
Comparar las atrocidades de guerra que Israel ha cometido en varias ocasiones – que nadie podría negar, de tan documentadas – con la eliminación industrial de millones de seres humanos que no ofrecían resistencia que tuvo lugar en la Europa ocupada por los nazis, es proponer una falacia histórica que justifica el mismo trato con los israelíes que los nazis les dieron a los judíos.
Esos caricaturistas españoles se indignarían de saber que Mihály Des los acusa en su ensayo de fomentar el odio racial. Y es que, hasta ahora todos los antisemitas de la Historia estaban encantados de serlo.
Aquí aparece precisamente el signo distintivo del antisemitismo posmoderno y “políticamente correcto”: es un antisemitismo que no se reconoce a sí mismo como tal.
5.-
En unas declaraciones que causaron revuelo, formuladas en Ramala en 2002, y posando al lado del fallecido líder de la causa palestina , Yaser Arafat, el Premio Nobel José Saramago comparó la ocupación de Ramala nada menos que con Auschwitz.
Ante el escándalo de la prensa israelí, y pocos días más tarde, Saramago no se arredró. Al contrario, ratificó enfáticamente su opinión: “ Dije la verdad y no tengo de qué retractarme”, ripostó.
“ Dije Auschwitz y repito esa palabra.”
Semanas después, y como para puntualizar sus pareceres en medio del vendaval de indignación que sus declaraciones suscitaron, Saramago publicó un artículo, ampliamente difundido, titulado: “De las piedras de David a los tanques de Goliat”.
En sus propias palabras: “acabar con los palestinos es en lo que, con ligeras variaciones tácticas, consiste desde 1948 la estrategia política israelí”.
Lo desolador es que, en su artículo, Saramago ni siquiera se toma la molestia de hacer la siempre precavida distinción ente “israelíes” y “judíos” en general. En esto es en lo que su pieza periodística se aproxima al antisemitismo mondo y lirondo de todos los tiempos.
Saramago acusa a todos los judíos de estar “intoxicados mentalmente por la idea mesiánica de un Gran Israel que haga por fin realidad los sueños expansionistas del sionismo más radical.”
Todo esto dicho, como señala Sultana Wahnón, escritora española nacida en Melilla, en un artículo de prensa publicado a raíz de las declaraciones de Saramago en Ramala: “ sin discriminar, es decir, sin distinguir entre los ultranacionalistas y Ariel Sharon, o entre Sharon y Ehud Barak, ni entre todos ellos, y por poner un caso, Woody Allen.”
Es típico de la izquierda posmoderna pretender ser la valedora de los que no tienen voz. Los terroristas del integrismo islámico, por lo general, no escriben artículos ni ensayos ni mucho menos dibujan caricaturas. Prefieren degollar a sus cautivos en formato VHS.
Pero cuentan, felizmente, con un hermeneuta ganador del Nobel, José Saramago, quien finaliza su artículo con una ambigua y sensiblera alusión a la “humanidad” de los terroristas que se inmolan en atentados suicidas.
El desaparecido pensador estadounidense de origen palestino, Edward Said, fue hasta el día de su muerte un formidable enemigo de Israel y de la política de los Estados Unidos en el Medio Oriente. Propugnó siempre para el Medio Oriente una política árabe, secular, que excluyese y condenase la instrumentalización del fanatismo religioso que nutre las misiones suicidas que, a su vez, brindan justificación a políticas punitivas como las que desplegara Arik Sharon en Gaza.
A raíz de los atentados del 11 de septiembre de 2001, Said repudió, explícitamente y sin ambigüedades, las misiones suicidas, a las que tachó de “inmorales y equivocadas”.
A Saramago, en cambio, tomar distancia por igual de las políticas punitivas de gobierno israelí y del terrorismo palestino lo aniquilaría como vedette de la izquierda posmoderna antisemita.
Irresistible se hace citar en toda su extensión lo que concluye Sultana Wahnón sobre las posiciones de Saramago, “de quien, como toda disculpa, podría decirse quizás lo mismo que ya hace algunos años afirmó [Alain ] Finkielkraut sobre los antisionistas de izquierda, es decir, que ‘como no tienen la menor idea de lo que es el antisemitismo, reproducen su horror’.
Ciertamente, la de Saramago no sería una judeofobia dirigida contra los judíos concretos de carne y hueso. Lo que el escritor combate con el ardor de un antiguo guerrero es sólo una entidad abstracta y absolutamente imaginaria llamada ‘los judíos’, a la que convierte en símbolo (mejor, en alegoría) de todas las cualidades que la moral política de izquierdas le ha enseñado a odiar: el racismo, el imperialismo, el reino del dinero, el fanatismo religioso…
Ahora bien, como en esto es precisamente en lo que ha consistido desde siempre el antisemitismo, ¬en odiar no a un judío concreto, sino a todos ‘los judíos’¬, se entiende que sean los judíos concretos y no los meramente alegóricos (que no existen) los que se sienten directamente aludidos por esa arma de largo alcance en que consiste la retórica antisionista de los Saramago.”
Y de la cancillería venezolana y los caricaturistas del concurso de Teherán, añado yo.