¿Declive democrático en América Latina?
No tienen por qué causar mayor sorpresa los resultados del último estudio de opinión atribuido a la empresa Latinobarómetro, bien conocida en la región por sus trabajos en ese campo desde hace ya más de un lustro. Esta vez, según la información transmitida desde Santiago de Chile “el apoyo a la democracia en América Latina registra una caída sin precedentes, asociada en gran parte al impacto de la crisis económica internacional”. Más adelante, la nota en cuestión señala que “el sondeo revela que el apoyo de los latinoamericanos a la democracia cayó doce puntos, de 60% en 2000 a 48% en 2001”, agregando que los países en los que se expresa mayor adhesión y satisfacción por el sistema democrático son: “Uruguay, con 67%; Costa Rica, con 61% y Venezuela, con 49%”, en tanto que en el extremo opuesto aparecen “Colombia (22%), Paraguay y El Salvador (23% cada uno)”.
Es alentador que nuestro país aparezca entre los tres primeros en manifestar apoyo a la democracia y que esto ocurra en un período (el estudio se efectuó entre abril y mayo pasados) durante el cual han aparecido signos cuestionadores de aquélla como consecuencia del debate en diversas instancias entre la representatividad y la participación que el régimen actual se ha empeñado en adelantar, como lo demuestra la eliminación en el nuevo texto constitucional de toda referencia a la democracia representativa.
Asimismo, cabe reflexionar que los resultados negativos del estudio de Latinobarómetro no deben ser atribuidos necesariamente, siquiera en parte, al “impacto de la crisis económica internacional”. Existen otros factores de vieja data que es menester tomar en cuenta como, por ejemplo, la corrupción y la pobreza, verdaderas lacras sociales que afectan tanto el desarrollo integral de nuestras comunidades como también el comportamiento y las reacciones del colectivo que se expresan en la adopción de dosis relevantes de frustraciones, odios, rencores y desengaños que, entre otros elementos, contribuyen con el clima de inseguridad y de conflictividad sociales. Y abonan el terreno para que prospere la siembra antidemocrática.
Por otra parte, la dirigencia política en nuestros países, sin mayores excepciones, es una de las causas de que en los sectores más deprimidos de la población las promesas y ofertas electorales, en el campo social principalmente, se reciban revestidas de esperanzas e ilusiones despertando expectativas sobre su pronta realización. Es así como la demagogia y el populismo aportan también lo suyo para que sean el escepticismo y el desaliento los que marquen la conducta de quienes estiman que la democracia en nuestra región es una institución desprestigiada y en declive.
Por ello, están plenamente justificados todos los esfuerzos que se despliegan en la región para rescatar y fortalecer la democracia. Ese es el motivo que anima las distintas “cláusulas democráticas” adoptadas por varias iniciativas integracionistas, como lo son las cumbres iberoamericanas, las hemisféricas, el Mercosur y la Comunidad Andina, entre otras. E, igualmente, respalda el impulso que ha recibido, en el seno de la OEA, el proyecto de Carta Democrática Interamericana, la cual aspira a convertirse en un instrumento que consagre los principios fundamentales del sistema democrático tanto en el orden político como también en el campo socioeconómico.