Opinión Internacional

De vuelta a Irán

Lo señalamos antes de las elecciones, el día antes, en esta misma columna: “ En Irán hay elecciones presidenciales y parlamentarias, pero no hay democracia, sino una teocracia impuesta desde la revolución islamista de la rama chiíta del Islam del Ayatolá Khomeini”…”En Irán hay elecciones, pero no democracia – un sistema esperpéntico, hoy abundante y con diversos modelos que algunos califican como neo-dictaduras, “democraturas” o “revoluciones” – y por lo tanto, no hay separación real de poderes ni una constitución que consagre a la libertad como un valor supremo”.

Y también hab¬íamos indicado que Ahmadineyad, a pesar de una desastrosa gestión presidencial en cuanto al manejo económico y el aislamiento internacional de Irán, tenía chance de ganar – con lo cual estaba implícito que, 1) también podía perder, y, 2) de ganar, no sería con una votación abrumadora como ahora quieren hacer creer los verdaderos mandamases del régimen, los clérigos.

Y habíamos explicado por qué Ahmadineyad podía tenía opción a mantenerse en el poder: “La respuesta a su posible reelección es la misma que se aplica para caudillos y dictadores de sistemas despóticos con elecciones y tantas otros regimenes con maquillaje democrático: Hay suficiente dinero para tomar alguna medidas demagógicas, que, con mucha propaganda; control de los medios de comunicación; amenazas a empleados públicos y represión a la disidencia – sobre todo la estudiantil – y la liquidación política de los candidatos más importantes de oposición, hacen fácil el camino a los gobernantes para perpetuarse en el poder”.

Repetida estas explicaciones, puede el lector comprender porque una gran cantidad de iraníes han reaccionado con la contundencia ante el resultado electoral que dictaminó el Ayatolá Alí Jameini cuando la noche después de los comicios aseguró que su candidato le ganó al también popular reformista Mir Hosein Mosavi, y sin los disimulos de los “consejos electorales” y los “defensores del puesto” de otros países, dictaminó que la victoria de Ahmadineyad es “una señal divina”, convalidando lo que todos saben pero la mayoría prefiere no darse por enterados: que la elección la decide el Ayatolá.

Sin embargo, el intento más supremo que el mismo ayatolá, de crear el espejismo de que en Irán sí hay democracia, le resultó un boomerang al régimen y toda la puesta en escena, que permitió, más que en ninguna elección presidencial anterior, organizar mítines, presentar propaganda electoral, e incluso, exponer a Ahmadineyad a un debate con Mosavi en el que salió con las tablas en la cabeza, ante certeros ataques del reformista que aprovechó la farsa para decirle cosas como “»Usted ha dañado la reputación de nuestro país, ha promovido extensos conflictos con otros países, y sus métodos nos van a llevar a una dictadura», han conducido a la consecuencia de una democracia de calle, por más represión, prohibiciones y amenazas que el régimen ha impuesto a la oposición.

Pase lo que pase, Irán ya tiene una nueva generación que aprecia la libertad porque la ha saboreado gracias a la hipocresía de quienes tumbaron en 1979 a una tiranía secular para cambiarla por otra religiosa.

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