De estos y de otros
En China, un grupo étnico de origen oriental parecido a los chinos, pero que por influencia de los turcos se convirtió al Islam –los uigures– fue noticia por las protestas que hicieron en la provincia de Xinjiang, provocados por fanáticos de la etnia Han (el grupo que conforma más del 90 por ciento de todos los chinos).
Lo noticioso fue la masacre que ordenó el gobierno de Beijing contra varios de los manifestantes, pero el problema tiene larga data. Los uigures exigen cierta autonomía en Xinjiang, ya que son los habitantes autóctonos de esa región, además de ser casi la mitad de la población que la habita. Para el gobierno totalitario chino, no hay nada que negociar pues teme que cediendo a las demandas uigures, abriría las puertas a una división del país, semejante a las que hicieron colapsar a la Unión Soviética en los 90. Para el mundo, este problema es irrelevante –si lo es para países islámicos, cuanto más para el resto de las naciones– aunque sea semejante al drama de los budistas tibetanos que con justicia también demandan autonomía, pero la atención de la comunidad internacional funciona por “modas mediáticas” y por intereses. Un poco de todos estos factores y otros explican por qué los uigures están destinados a seguir siendo coaccionados y –de cuando en cuando– maltratados por el gobierno chino.
Algo similar ocurre en el caso de Honduras. Lo cierto es que Zelaya era presidente legítimo pero no gobernaba acorde a las leyes de su pais, y aunque el actual gobierno no tiene origen legítimo, está ajustado a lo que dicen las instituciones independientes del Estado. Y de eso se trata la crisis de la democracia en nuestros tiempos: no solo es asunto de elecciones, sino también del imperio de la ley – no del norteamericano ni del chavista, ni del cubano, etc.– y de la división de poderes. Un poco de estas y otras percepciones y debates explican por qué varias naciones están destinadas a vivir en la disyuntiva entre la democracia y la justicia social, como si fuese una contradicción plantear la democracia con ambos conceptos, siempre bajo la disciplina de un gobierno no omnipotente.
Y en Israel, la gran preocupación de la mayoría de sus habitantes es la amenaza nuclear iraní. Algunos piensan que los gobiernos israelíes exageran sobre el tema –quizá sea así y quizá no–, pero en todo el Medio Oriente ningún país se puede dar el lujo de minimizar el peligro de un régimen acusado de fraudulento, violento y mentiroso, por buena parte de su propia población. Una reciente caricatura ilustra la naturaleza de quien hoy detenta y abusa del poder en Irán, Ahmadineyad, quien en la ilustración les dice a sus cómplices clérigos: “Después de estas elecciones libres y justas, volvamos a nuestro proyecto nuclear pacífico”.
Un poco de todas estas contradicciones y otros factores muestran por qué este es un mundo peligrosamente caricaturesco.