¿Crisis del capitalismo o de la democracia?
Los datos empíricos de ningún modo sustentan esta tesis catastrofista. China, donde se ha reeditado la Revolución Industrial con capitalismo manchesteriano y todo, junto a Brasil, la India y Alemania –poderosas locomotoras de la economía mundial- demuestran que la economía de mercado, componente esencial del capitalismo, es vigorosa y pujante. El gigante asiático ha logrado sacar a varias centenas de millones de personas de la pobreza en donde las había hundido el colectivismo maoísta, gracias a las reformas de mercado introducidas por Den Xiaoping más de tres décadas atrás. Lo mismo ha ocurrido en la India y Brasil, dos enormes naciones con colosales franjas de masas empobrecidas. Alemania, desvastada luego de la Segunda Guerra Mundial, logró recuperarse en muy poco tiempo y ha podido mantenerse como potencia económica de rango planetario, en virtud del fomento permanente de la libre empresa.
En el polo opuesto, todas las economías socialistas y colectivistas se han derrumbado. En el mundo no existe ni un solo ejemplo de una nación donde se haya hostigado a la propiedad privada, que haya progresado, exista prosperidad y bienestar colectivo. La URSS y sus satélites se desintegraron por el peso de la incompetencia umbilicalmente unida al comunismo.
Entonces, ¿qué es lo que se halla en crisis en Europa y Estados Unidos? Respuesta: la democracia parlamentaria, y una forma perversa de entender la política y los partidos. Se está agrietando el sistema de partidos y el Parlamento como expresión de la voluntad popular, porque un liderazgo inconsciente y suicida se ha ido desentendiendo de sus responsabilidades con el electorado y con el soberano, los ciudadanos. Los ejemplos de Estados Unidos, Grecia, España e Italia, ejemplifican el envilecimiento de la política, la incapacidad de las organizaciones partidistas para lograr acuerdos permanentes y su vocación de llevar las contradicciones hasta el borde del desfiladero.
En USA, los lunáticos del Tea Party estuvieron a punto de provocar una crisis de escala mundial porque, según su exótica visión, “los principios no se negocian”, y ellos no estaban dispuestos a establecer ningún tipo de pactos que no pasara por reducir drásticamente el gasto público, independientemente de cuáles sectores sociales fueran afectados. Afortunadamente, al final los líderes más sensatos del Partido Republicano metieron en cintura a los fanáticos y pactaron con los demócratas y con el presidente Obama. Pero en el episodio quedó claro el poder creciente de esa banda, expresión agresiva de la antipolítica. En Grecia el Gobierno y la oposición no han sido capaces de concertar ni un solo acuerdo significativo que le dé estabilidad a ese país. En España el encarnizado combate entre el PSOE y el PP ha puesto a la nación ibérica cerca del colapso. En Italia ocurre otro tanto, en gran medida por la presencia desquiciante de ese caudillo decimonónico que es Berlusconi.
En cada uno de los países mencionados, se han introducido factores de incertidumbre y desconfianza que se hallan en el origen de las crisis que las afecta. Las fuerzas políticas con representación parlamentaria se canibalizan entre sí. Los Parlamentos no son plataformas donde se discute para concertar acuerdos permanentes y de largo plazo. Los contrincantes políticos no son asumidos como competidores en la lucha por los espacios públicos, sino como enemigos a los cuales hay que destruir para sacarlos definitivamente de la contienda.
Esta degradación de la clase política está sirviendo de caldo de cultivo para que prosperen modalidades bastardas de la antipolítica, por ejemplo los indignados, y para que los autócratas y amantes del autoritarismo vean con admiración el modelo chino o recuerden con nostalgia el esquema pinochestista: dictadura con economía de mercado.
Las dificultades en Europa y en USA no se superarán con el socialismo, con el estatismo, con el cerco a la libre empresa, o las violaciones a la propiedad privada, pilares de la economía de mercado, sino con la recuperación del sentido de responsabilidad y la sensatez del liderazgo político. La estabilidad que, en general, las dictaduras proporcionan es admirada por los nostálgicos de la fuerza. ¡Cuidado!