Opinión Internacional

Contra los déspotas

Los levantamientos de los pueblos árabes de Túnez, de Egipto y de Yemen contra sus  autócratas militaristas sacuden al mundo y en buena parte lo sorprenden.  En amplios sectores del Occidente se creía que la umma regida por el Islam se caracteriza por la pétrea sumisión popular a viejas élites patriarcales o nuevas élites seudorrevolucionarias, tan opresivas las unas como las otras.   Prevalecía en amplios sectores judeocristianos la noción de que la civilización musulmana reposa sobre la fe ciega y a ratos fanática, y no sobre la razón crítica y rebelde.   Las vastas, espontáneas pero eficaces insurgencias populares, conducidas por vanguardias juveniles en Túnez, El Cairo, Argel, Saná y otras urbes del Magreb y del Medio Oriente han borrado estos prejuicios erróneos.  Se trata de movimientos democráticos, civiles, racionales, y laicistas, tan modernos como cualquiera que se produzca en Occidente, Latinoamérica  o Asia oriental.  Aparte de la  juventud estudiantil y la intelectualidad adulta, juegan papeles fundamentales los trabajadores organizados y las capas medias laboriosas.   Además, es  notable la participación e incluso el ocasional liderazgo en las protestas, de mujeres a quienes el uso del velo no impide el activismo político.

Este movimiento, que podría finalmente inaugurar la era de la democracia en el mundo musulmán, ha causado preocupación en sectores del establishment internacional.  Las monarquías absolutas del Golfo Arabo-Pérsico  temen cualquier tipo de insurgencia popular constitucionalista o republicana.  Directamente amenazados se ven  los autócratas de pretendida tendencia “socialista nacional”, herederos aburguesados del nasserismo egipcio, del baazismo sirio e iraquí, y del Frente de Liberación argelino.  Los afectados Ben-Alí, Mubarak, Buteflika, Saleh y El- Gadafi, pertenecen a esa categoría.  Los gobiernos de Estados Unidos y de Israel temen  que le rebelión democrática árabe podría caer bajo el control de grupos islamistas antioccidentales y violentos, y por ello preferirían la permanencia de autócratas relativamente moderados, eficientes y  coincidentes con Washington y Tel Aviv en la lucha contra el islamismo militante.  Sin embargo, no hay señales de que en ninguno de los países afectados, el integrismo, ni siquiera en versión moderada, tenga fuerza para asumir el liderazgo.

Quien, por último, se preocupa y tiene razones para ello, es el gobernante venezolano que ha copiado la receta del socialismo nacional de tipo árabe, añadiéndole amargas dosis de ceresolismo y de castrismo, generadoras de una crisis nacional peor que cualquiera  del Magreb y del Cercano Oriente.

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