Ciática moral
Cuando a un gobernante le resulta más importante perpetuarse en el poder que el bienestar de su gobernados, sea por interés o en el nombre de una ideología de cualquier “coordenada” – izquierda, centro, derecha, polo, etc., – o por la cuausa de un ideal – religioso o laico, civil o militar, utópico o fundamentalista, – no tiene mayor sentido polemizar sobre su gestión política.
A Nerón no le importó quemar Roma (algunos historiadores lo acusan de incendiarla premeditadamente), y así causó la muerte de miles de sus ciudadanos, para luego poder reconstruirla de acuerdo a sus extravagantes gustos. Hitler se negó a rendirse para evitar la masacre de civiles de una Alemania que ya había perdido la guerra por considerar que sus compatriotas merecían un destino fatal por no “dar la talla” en sus objetivos de dominar al mundo. Stalin innovó la perversa táctica de usar del hambre como instrumento de terror (luego adoptado por Mao en China y perfeccionado por guerrillas tribales en África, y otros gobernantes contemporáneos), y tras la muerte de unos 5 millones de ucranianos por inanición, logró someterlos al poder de Moscú “por el bien de la unificación soviética”.
La lista de tiranos y autócratas que en el nombre de sus patrias y de causas masacraron o “sacrificaron” a miles o a millones de aquellos a quienes decían representar y proteger, es larga, y un ejemplo paradigmático de nuestros tiempos ocurre en Myanmar, antigua Birmania, cuya Junta Militar ignoró, por un mes, el llamado mundial a abrir sus fronteras a la ayuda humanitaria de funcionarios de la ONU tras la destrucción de vidas y hogares de millares de sus pobres habitantes, luego de que un tifón azotara gran parte de su territorio el pasado 2 de mayo.
Paranoicos ante la posibilidad del contacto de su población con el personal extranjero de la ONU, la dictadura birmana restringió su entrada a la zona de desastre, solo permitiendo que unas cuantas tropas enviadas por el régimen repartan suministros básicos, alegando que la mayor parte de su fuerza militar debía proseguir con las labores electorales de un referéndum constitucional que se negaron a posponer, para acabar con el molesto y fraudulento trámite – exigido por presión mundial – de legitimarse en el poder. Esto trajo como consecuencia el incremento de la cifra de muertos y desparecidos a más de 130 mil personas.
Mientras se agravan las secuelas de carencia de alimentos, agua, refugio y medicinas para tres millones de damnificados, la ONU insiste en asistir a las victimas con su tradicional estilo suplicante, sin éxito, demostrando una vez más su incapacidad para imponer sus propias normas elementales y solo después de que
el Parlamento Europeo amenazó con llevar el caso a la Corte Penal Internacional por “crímenes contra la humanidad” se logró la autorización del ingreso de unos pocos cooperantes extranjeros.
Cuando el valor supremo es el de perpetuarse en el poder, el único “ismo” a analizar es el cinismo. Este caso asiático recuerda a un síndrome de inflamación en el nervio ciático, en el muslo y la pierna, que cuando se complica puede producir atrofia muscular; y en este caso, ha causado una parálisis que impide el mínimo valor a la “vida de los otros”, e incluso, a la vida de los propios.
Esta “ciática moral” es difícil de aceptar pero contraindicado de ignorar, porque es una parte oscura de la naturaleza humana, a veces más nociva que la los cataclismos de la otra insondable Naturaleza, – esa que a veces, por tanto intentar dominarla, – nos hace sentir deidades que estamos más allá del bien y del mal.