“Choque de civilizaciones”, 17 años después
En 1993, el ya fallecido Samuel Huntington, profesor de Harvard, publicó en la revista Foreign Affaire, el polémico artículo: “El Choque de civilizaciones”, que en 1996 amplió en un muy exitoso e influyente “best seller”. Simplificando, la tesis de Huntington es que las culturas y no la economía o las ideologías son las más relevantes fuentes generadoras de conflictos, en la era de la post-Guerra Fría.
Por civilización Huntington entiende: “el más alto agrupamiento de pueblos y el más amplio nivel de identidad cultural que tienen las personas aparte del que distingue a la especie humana de las otras especies”. Las diferencias entre las civilizaciones tienen que ver, obviamente, con la historia, el idioma, la tradición, las costumbres, las instituciones y la religión. Huntington considera que la identidad civilizacional será cada vez más importante y que los conflictos del siglo XXI serán condicionados, si no determinados, por la interacción entre siete u ocho civilizaciones mayores: la occidental, confuciana (china), japonesa, islámica, hindú, ortodoxa-eslava, latinoamericana y, posiblemente, la civilización africana. Recordemos que en 1993, Al Qaeda estaba en pañales y prácticamente desconocida y China no era todavía la potencia actual. Pero Huntington ya afirmaba que el eje central de la política mundial del siglo XXI sería el conflicto entre “Occidente y el resto” (“ The VVest and the rest”) y la respuesta de las civilizaciones no occidentales al poder y los valores occidentales. Un análisis detallado de la tesis de Huntington está evidentemente fuera de la economía de estas líneas, sin embargo quisiera compartir algunos comentarios. Sobre el tema central de Huntington estoy de acuerdo que el choque entre grupos culturalmente distintos es y será una parte relevante y creciente de los conflictos de este siglo. Sin embargo, considero que también seguirán existiendo enfrentamientos grupales intensos cuyo origen será económico, ideológico o simplemente derivante de la permanente voluntad de poder, “la concupiscentia dominandi”, que es inherente a la naturaleza humana.
La lista de las civilizaciones es ciertamente debatible. Separar la civilización china de la japonesa, por ejemplo. La alta cultura rusa es, en mi opinión, básicamente occidental. Tolstoy, Lenin, Dostojevski, Turgheniev, Checov, Thaicovsky, Bakunin, Krapotkin, Berdiaeff y el ballet Bolshoi son parte fundamental de la civilización occidental, así como la Iglesia Ortodoxa. No olvidemos que Moscú es la tercera “capital” de la Cristiandad, la mítica “tercera Roma”. En relación con América Latina, no considero posible separarla de Occidente. Al igual que la América del norte, América Latina fue colonizada por europeos que trajeron consigo idiomas, comida, música, instituciones, costumbres, derecho europeos y, sobretodo, una versión europea de la religión judeo-cristiana. Además, como lo menciona Jeane Kirkpatrick, en su propia respuesta a Huntington, el componente indígena en la cultura latinoamericana es más importante en algunos países (Perú, México, Guatemala, Ecuador y Bolivia) que en Norteamérica. Pero, la influencia africana es más importante en Estados Unidos, que en la mayoría de los países latinoamericanos. Bolívar, Andrés Bello, Octavio Paz, Borges, Ernesto Sábato, Carpentier, Neruda y Vargas Llosa, entre muchos otros, no pueden ser otra cosa que “occidentales”. Un andaluz y un mexicano, un canario y un venezolano, los italianos y los argentinos, los españoles y los uruguayos son infinitamente más “cercanos”, culturalmente entre sí que cualquiera de ellos con los suecos y los noruegos.
En realidad, América Latina es obviamente una parte, algo “exótica” quizás, y todavía algo marginal, de Occidente. Tuve la oportunidad de discutir el tema con el propio Huntington, que fue mi profesor y amigo, después de la publicación del artículo, pero antes de la salida del libro y quisiera creer que en algo contribuí a que en el libro, Huntington rectificara su posición al respecto y hable de que América Latina podría considerarse tanto como una “subcivilización” dentro de Occidente, como una civilización distinta pero muy estrechamente asociada a Occidente. En cambio, es interesante notar como, sectores de una cierta izquierda indigenista se identifiquen todavía con la tesis original de Huntington de la separación entre Occidente y América Latina. Por eso, quizás, Octavio Paz decía que el gran problema de América Latina es que tenía un retraso de 30 años en la reflexión socio-económica y política y que el “latinoamericano es un ser que ha vivido en los suburbios de Occidente, en las afueras de la historia”