Chocando la calesita
“Escribo para que la muerte no tenga la última palabra” Odysseus Elytis
Que la Argentina está mejor que en 2001 es un hecho absolutamente indiscutible, tan así que ya todos –en especial, la señora Presidente- debiéramos dejar de mencionarlo. Mal que le pese a la señora de Kirchner, muchos son los factores que contribuyeron a ese cambio de escenario y, entre ellos, seguramente el mayor fue el notable incremento de los precios de nuestros productos exportables; la inversión del principio del deterioro de los términos de intercambio –enunciada en su forma original por Prebisch- generó, en todos los países emergentes, una riqueza tal como no habían visto en cien años.
A partir de esa premisa, es también fácil descubrir que esta maravillosa década permitió a casi todos nuestros vecinos –Brasil, Chile, Uruguay, Perú, Colombia- transformar fuertemente la realidad de sus economías. ¡Quién se hubiera imaginado a Brasil, que en los 60’s tenía un producto bruto menor que el argentino, construyendo submarinos nucleares para defender y garantizar sus reservas petroleras en alta mar!
Nuestra emperatriz local nos propinó, el jueves 1º, el discurso más largo y más aburrido de todos cuantos pronunciara desde que asumió. Nos abrumó con cifras y porcentajes –muchas veces confundió unos con otros- que nadie, absolutamente nadie, pudo entender. Obviamente recibió, a lo largo de los casi doscientos minutos de su alocución, monumentales aplausos desde unas bandejas pobladas de jóvenes de La Cámpora, que los aprovechaban para sacudir la modorra en la que estaban sumidos.
La gran mayoría de las comparaciones de doña Cristina fueron efectuadas contra ese año terrible, 2001, en los que todos sentimos que la misma Argentina naufragaba. Así, pudo vanagloriarse de logros que, cuando los datos fueron ciertos (lo que sucedió pocas veces), no le pertenecen ni a ella ni a su difunto marido.
Hoy, la situación patria es totalmente distinta, como dije, y los negros nubarrones que se ciernen sobre nuestro futuro inmediato podrían disiparse rápidamente, con que sólo el Gobierno actuara con lógica. Pretender, como hacen la Presidente y don Patotín Moreno, que las reglas de la economía funcionen de otro modo aquí es equivalente a pedir que la manzana que cayó sobre la cabeza de Newton hiciera un recorrido inverso y terminara colgada del árbol.
Sería tan fácil convertir en virtuoso este círculo vicioso en el que esta administración nos ha metido que, verdaderamente, dan ganas de llorar. Con sólo garantizarle al mundo entero que, a partir de ahora, se acabaron las arbitrariedades, el “capitalismo de amigos” y la falta de seguridad jurídica, llegarían a nuestras tierras tantas inversiones genuinas que habría que cerrar Ezeiza para impedir que los aviones chocaran en su afán por llegar primeros.
Todos los países que he mencionado más arriba han debido endurecer fuertemente sus normas para impedir que lleguen los capitales golondrinas, es decir, aquéllos que únicamente pretenden especular; Brasil, por ejemplo, aplica un impuesto del 6% adicional a los fondos que hayan permanecido menos de tres años en el país. Pese al disfrazado y falso orgullo que pretendió exhibir doña Cristina en su perorata al anunciar nuestra privilegiada figuración en diferentes rankings, la realidad es que, mientras a las naciones que ofrecen esas garantías llegan inversiones a raudales, la Argentina debe montar un verdadero cerco policial para evitar que se sigan fugando capitales; esa huida representó, en los últimos años, la friolera de US$ 80.000 millones.
Las recetas para lograrlo son varias –yo tengo las mías, que he enunciado en “Algunas propuestas duras”, una vieja nota que se encuentra en mi blog- pero todas ellas pasan, como digo, por la seguridad jurídica. No me canso de repetir que, con una Justicia seria, independiente, preparada y rápida, todo será posible, mientras que, sin ella, nada lo será.
Los montos que, en concepto de recaudación impositiva –unitariamente concentrada en manos de un Gobierno que debiera ser federal-, han manejado los Kirchner en los últimos nueve años hubieran convertido a Alfonsín, Menem, De la Rúa y Duhalde en verdaderos estadistas. La familia que nos gobierna desde 2003 decidió, en lugar de utilizarla para transformar la realidad argentina para siempre, malgastar, dilapidar y hasta robar esos fondos.
Indigna al Cielo que hoy, después de diez años de crecimiento sostenido de la economía a tasas altísimas, no se hayan realizado las obras de infraestructura necesarias y, todos los días, mueran miles de argentinos en las rutas que no han sido construidas y ampliadas, en los ferrocarriles suburbanos que arrastran una obsolescencia suicida, en hospitales que datan de principios del siglo XX, en comunidades a las cuales no ha llegado el progreso y carecen de salud y de educación, en villas-miseria cada vez mayores.
¿En qué cabeza cabe que merezca más inversión el Fútbol para Todos que los trenes o los subterráneos? ¿Quién puede pensar que, para los argentinos, resulta mejor gastar dos millones de dólares diarios en Aerolíneas Argentinas que destinarlos a construir nueva infraestructura vial? ¿Por qué es mejor dilapidar dinero en TC para Todos o en publicidad oficial que evitar que las comunidades indígenas del Chaco, de Formosa, de Salta y de Jujuy puedan acceder a hospitales y escuelas?
Las barbaridades cometidas por los presidentes Kirchner son enormes. En materia de carne, bajo el lema de proteger la mesa de los argentinos, se prohibieron las exportaciones y eso produjo la liquidación de doce millones de cabezas de ganado, un alza generalizada de precios, una reducción brutal del consumo y la pérdida de cincuenta y ocho mercados internacionales, entre ellos el correspondiente a la Cuota Hilton. ¡Hoy exportan más carne Uruguay, Brasil y hasta Paraguay que nosotros! ¿No sabía don Néstor (q.e.p.d.) que los cortes que Argentina exportaba no son los que se consumen en el país?
Si hablamos de energía, la siniestra política que llevaron adelante hizo que se perdieran, en petróleo equivalente, nada menos que quinientos millones de vacunos en reservas comprobadas (la comparación es de Alieto Guadagni). Hemos dejado de ser un país netamente exportador de energía en uno que debe importarla masivamente y a precios crecientes. ¿Por qué –debemos preguntarnos-, si las empresas son las mismas, la industria petrolera invierte fuertemente en el mundo entero, incluyendo las aguas profundas, explorando siempre nuevas fronteras y, en cambio, en Argentina no se buscan yacimientos y se produce cada vez menos?
La Presidente, tal como había dicho en Rosario mientras la Intendente local hablaba, reiteró en el Congreso su grito de guerra: “¡Vamos por todo!”. Lo confirmó rápidamente al anunciar que enviaría un proyecto de ley para cambiar la Carta Orgánica del Banco Central, lo cual le permitirá disponer a su real antojo de las reservas monetarias, que tanto esfuerzo costó construir.
En la medida en que dichas reservas son la garantía del valor del peso, la moneda nacional, su utilización para pagar deuda y para comprar energía cada vez más cara hará, sin lugar a dudas, que la Argentina, que hubiera podido ver reducida su monstruosa tasa de inflación por la menor actividad que producirá el nuevo “rodrigazo” o “sintonía fina”, en cambio la verá crecer hasta –cuando las reservas nuevamente se terminen- “espiralizarse”. Es una película que, quienes tenemos algunos años, ya hemos visto muchas veces.
En resumen, doña Cristina ha decidido –sí, decidido, porque tenía muchas otras opciones, todas ellas más serias que esta payasada- chocar la calesita. Lo único que resta saber, ya que el final será el conocido, dada la inmutabilidad de las leyes de la economía, cuándo encontrará la pared, y cómo reaccionará la ciudadanía cuando ello ocurra.
He reservado estos párrafos finales para hablar del doble standard que, también, aplica el Gobierno a sus relaciones con otros países. Basta pensar cómo puede compadecerse un pedido de extradición formulado a Chile para que devuelva a un ex Juez con la negativa, inversa, de enviar a ese país al terrorista Apablaza, que tan cómodo se encuentra en el nuestro.
Baltasar Garzón, el ex juez español, fue echado de su cargo por el Tribunal Supremo de su país por cometer un delito: escuchar las conversaciones entre los abogados y sus defendidos; no por su teoría de Justicia universal sino por delincuente. Así de sencillo, y no hay argumento en contra posible. Sin embargo, he aquí que el Gobierno, a través de la genuflexa Cámara de Diputados y ofendiendo gratuitamente a España, lo ha contratado como asesor, para “jerarquizar la política de derechos humanos”. No debería sorprendernos, ya que se mueven aún en esa tan privilegiada área personajes como Hebe de Bonafini, Sergio y Pablo Schoklender y Felisa Miceli, acusados de todo tipo de delitos y que todavía ni siquiera se han visto llamados a prestar declaración indagatoria. ¡Y qué decir de nuestro egregio Vicepresidente, el Amadito Boudou, que se escuda en una guitarra desafinada y en una remera con cartel adecuado para no dar explicación alguna sobre su enriquecimiento prodigioso y su conexión con el affaire Ciccone!
¡Qué rara calesita es la Argentina!