Opinión Internacional

Chile en la encrucijada

Como dijo en una ocasión el gran historiador británico Eric Hobsbawm,las
transformaciones actuales del mundo son tales que el piso empieza a
cimbrarse para todos. Efectivamente, el impacto combinado de la
globalización, la revolución de las informaciones y la aplicación del
conocimiento avanzado es tal que bajo su peso han cedido no sólo
estructuras que parecían inamovibles -como las economías cerradas y
protegidas- sino que, además, comienzan a cambiar nuestras
representaciones del tiempo y el espacio, de la seguridad y el
riesgo,del progreso y el atraso.

Chile se encuentra metido, precisamente, en esa encrucijada de fuerzas y
tiempos. Habiéndose abierto de golpe al mundo ahora conoce las
posibilidades y experimenta las turbulencias que trae consigo la
globalización. De ser un país aislado y parroquial ha pasado en breve
tiempo a conectarse con mercados e ideas que lo obligan a mirar más allá
de sus fronteras. Acostumbrado a vivir nada más que de la abundancia de
sus recursos naturales, de pronto descubre que el desarrollo se debe
principalmente a las ideas, a la educación de la gente y a la capacidad
tecnológica de las empresas.

La pregunta es si acaso estamos preparados para enfrentar este verdadero
cambio de marea o si acaso, por el contrario, seremos arrastrados hacia
un cómodo naufragio. Todo dependerá, en última instancia, de las
respuestas que elaboremos -como país- frente a unas pocas cuestiones
esenciales.

La primera de esas cuestiones es la tolerancia institucionalizada hacia
la flexibilidad. El mundo contemporáneo reclama crecientemente grados
mayores de flexibilidad en todas las esferas de la vida social, desde la
organización de las empresas hasta los mercados laborales, desde las
universidades hasta los hospitales. Por el contrario, la concepción
burocrática de la sociedad -que tiende a primar entre nosotros- es
altamente adversa a la flexibilidad. Imagina que lo importante son las
jerarquías, las rutinas, las leyes, las reglamentaciones y, sobre
todo,ahora último, las regulaciones. Todo ese rígido armazón, que suele
justificarse en nombre de la equidad, sin embargo, tiene efectos
contrarios. Protege intereses corporativos, frena el crecimiento, ahoga
la iniciativa de las personas, cristaliza las posiciones establecidas y
disminuye la capacidad de respuesta de la sociedad frente al cambio
permanente.

La segunda cuestión es la del manejo del riesgo. Las sociedades
contemporáneas, al flexibilizar sus estructuras y disolver los patrones
tradicionales de dominación e intercambio, tienden a generar un mayor
grado de incertidumbre. Los pobres no están condenados a ser pobres toda
su vida, a cambio de una vida más azarosa y fluctuante. Lo mismo ocurre
en otros sectores. Las universidades no tienen asegurado su
financiamiento, deben obtenerlo parcialmente con su propia inventiva;
las colas de gente frente a los hospitales dejan de ser un hecho
natural; nadie tiene asegurado un empleo de por vida. Así como no es
posible aumentar indefinidamente el riesgo en una sociedad sin quebrar
su cohesión, tampoco es posible -como quisieran algunos- eliminarlo por
completo. Más bien, hay que aceptar mayores grados de indeterminación
junto con dotar a las personas de los medios que les permitan
desenvolverse en un entorno incierto, entre los cuales el principal es
la educación.

Por último, está la cuestión del tiempo y el conocimiento. Mientras el
primero se acorta por la velocidad con que circulan los bienes y la
información, el segundo se amplía y vuelve más accesible. Internet es el
espacio donde mejor se manifiestan ambos fenómenos. Si Chile se queda a
la zaga en ese espacio -lo que es un claro peligro- se deberá a que sus
empresas, el gobierno, las universidades y las personas no logran
adaptarse a las nuevas condiciones de funcionamiento de la economía y la
sociedad y permanecen en el furgón de cola, desenvolviéndose con
lentitud y desatendiendo la necesidad de invertir en conocimiento y
tecnologías.

Estamos, pues, en una encrucijada.

Una parte de la dirigencia nacional -a ambos lados del espectro
político- preferiría una sociedad organizadamente burocrática, de
ciudadanos jerarquizados pero estables, con fuerte presencia corporativa
y altos grados de inamovilidad, que procede de manera lenta pero segura,
donde todo está convenientemente regulado y los niveles de información y
conocimiento son los mínimos para mantener un precario equilibrio.

De otro lado están quienes reclaman una mayor flexibilidad y más campo
para la iniciativa de las personas, aceptan el riesgo y una fuerte dosis
de autorregulación de los sistemas, temen más a la parálisis que a la
inseguridad, buscan avanzar más rápido y para eso reclaman invertir en
educación y conocimiento técnico, como única forma de asegurar el
crecimiento, crear oportunidades y derrotar la inequidad.

En contra de lo que suele sostenerse, no es el camino del medio el que
necesitamos seguir; un poco de audacia y un poco de conservación. No
está ahí la solución. Lo que se requiere es apostar por el camino de la
globalización, de la revolución de la información y las comunicaciones y
del conocimiento aplicado y, una vez lanzados en esa carrera,
preocuparse por incorporar al conjunto de la sociedad en esa dirección,
sin dejar rezagados a los grupos que el orden conservador condenó a cien
años de soledad y atraso.

* José Joaquín Brünner es sociólogo y ex ministro de Estado.

http://www.tercera.ia.cl/

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