Chavismo Talibán
El origen del término «Talibán» (1)
La denominación «Talibán» es en honor y remembranza de Alí Ibn Abu Talib (nacido en la Meca, Arabia Saudita, en el año 600 y fallecido en Kufah, Iraq, en enero del año 661). Con sólo mencionar su primer nombre, Alí, todos los musulmanes saben quien es. El yerno del Profeta Mahoma, que se convirtió en su cuarto Califa (su cuarto sucesor), gobernando al mundo islámico entre los años 656 y 661. Pero no todos los musulmanes aceptaron gustosamente el califato de Alí, las disputas sobre sus derechos al califato provocaron la mayor división del mundo islámico en las dos ramas que se conocen hoy, los musulmanes Sunnitas y los musulmanes Shiítas. Estos últimos sólo reconocen a Alí como el único verdadero sucesor del Profeta Mahoma.
La primera versión del Corán, cronológicamente ordenada, es atribuída a Alí, cuyo excelente conocimiento del Corán y el Jadíz (los dichos y hechos del Profeta Mahoma), ayudaron a los tres Califas anteriores a él, en la resolución de problemas legales. Alí, tenía sólo diez años de edad cuando Mahoma sintió el llamado a convertirse en el Profeta de Dios, y a esa tierna edad, se convirtió en uno de los primeros conversos al Islam.
Luego del asesinato de Uzmán -el tercer Califa- Alí fue invitado por los musulmanes de la ciudad de Medina a aceptar el califato; al principio renuente, él aceptó luego de una larga angustia. Su breve reino estuvo plagado de dificultades debidas mayormente al estado de corrupción que él heredó. Incisivamente consciente del abandono del Corán y de las tradiciones del Profeta Mahoma que sus predecesores habían permitido desarrollar, el basó su gobierno en los ideales islámicos de justicia social e igualdad. Sus políticas fueron un duro golpe a los intereses de la aristocracia de la Meca que se había enriquecido durante las conquistas musulmanas, y cuyas intrigas y guerras, culminaron con el asesinato de Alí con una espada envenenada en el año 661.
Los musulmanes Sunnitas, en sus aspiraciones de mejoramiento socio-económico de las naciones que gobiernan, han conformado países donde, aunque se sigue con fervor al Corán y las enseñanzas del Jadíz, existen gobiernos seculares -una relativa separación entre Estado y Religión- y donde varían los sistemas de gobierno. Hay monarquías como las de Arabia Saudita, Jordania, Marruecos, Qatar y Brahin; repúblicas como las de Egipto, Pakistán y Somalia; dictaduras militares socialistas como las de Iraq y Argelia, y repúblicas populares socialistas como Libia.
Los musulmanes Shiítas, por su parte -al igual que Alí- desean que el mundo musulman regrese a sus orígenes, a la letra del Corán y a las enseñanzas del Profeta Mahoma contenidas en el Jadíz, lo que se traduce en gobiernos teocráticos como el de Irán. Los Talibanes de Afganistán, son una ala extrema de los musulmanes shiítas. Desean hacer regresar a Afganistán al mundo musulmán, tal cual como existió bajo el Califato de Alí en los años 656 al 661.
El chavismo tiene una óptica Talibán del mundo
De entrada tengamos en cuenta que el chavismo es un proyecto político socialista (comunista, que es lo mismo) aupado por una coalición de partidos; que en orden de mayor a menor militancia, son: MVR, MAS, PPT, PCV, IPCN, GE, MEP, SI y AA. Las Fuerzas Armadas Venezolanas, no son otra más de sus organizaciones políticas, sino el mayor obstáculo a la cristalización de su proyecto y por eso su empeño en mediatizarlas e ideologizarlas. A este proyecto político socialista se le llama chavismo, porque sus partidarios siguen todos al Tcnel. retirado Hugo Chávez.
El chavismo tiene una óptica Talibán del mundo, porque desea que éste regrese -y especialmente Venezuela, América Latina y El Caribe, a como era en 1945; cuando recién finalizada la Segunda Guerra Mundial, se inició la Guerra Fría entre las dos superpotencias existentes en ese entonces, Los Estados Unidos de América (USA) y la Unión de Repúblicas SOCIALISTAS Soviéticas (URSS).
La más reciente evidencia de esto, es la creación del «Ministerio de Economía Social», el «Ministerio de Estado para Zonas Especiales de Desarrollo Sustentable» y el «Ministerio de Estado Para la Integración». Este último, es una especie de «cancillería con dientes», ya que dejará sin trabajo (pero no sin empleo) a los diplomáticos del Ministerio de Relaciones Exteriores, para canalizar las relaciones político-económicas venezolanas con el exterior; «lejos de los brindis, celebraciones aniversarias e intercambios de condecoraciones», para llevarlas a pragmáticos talleres de trabajo -eso es lo que dicen- como lo han dicho antes numerosas veces, sin pasar nunca de la retórica -y los planes- a los hechos.
El «Ministerio de Estado para Zonas Especiales de Desarrollo Sustentable», resucita el argot doblemente pleonástico de la CEPAL de la década de 1960, porque… primero, ¿Existe desarrollo no sustentable?, y segundo, crear un ente para «desarrollar» es algo totalmente innecesario al desarrollo, que lo que necesita más bien, es que se «descreen» las miríadas de instituciones y normas burocráticas que lo impiden.
Acudo en auxilio del intelectual argentino Alberto Benegas Lynch, con relación al «Ministerio de Economía Social». Dijo Benegas (2):
«Habitualmente se entiende por cuestión social la preocupación por el nivel de vida de los relativamente menos pudientes. Soy consciente de los equívocos que muchas veces trae consigo el adjetivo «social» y también la expresión «sociedad». En muchas ocasiones aquel adjetivo convierte al sustantivo que lo acompaña en su antónimo. Así sucede por ejemplo, con los derechos sociales, el constitucionalismo social, los pactos sociales, la democracia social, la economía social de mercado y la justicia social. Esta última expresión es especialmente relevante en esta sección que estamos comentando. La llamada justicia social puede tener dos interpretaciones. La primera como una redundancia ya que la justicia no puede ser vegetal, animal ni mineral. La segunda como la antítesis de la justicia que, según la clásica definición de Ulpiano, significa «dar a cada uno lo suyo» ya que, en la práctica, se traduce en sacar a unos lo que les pertenece para dar a otros lo que no les pertenece. De aquí se desprenden las reiteradas políticas redistribucionistas, las cuales, por otro lado, al tender a la nivelación de ingresos, producen indefectiblemente dos efectos principales. En primer término, inducen a quienes se encuentran más arriba de la línea niveladora a dejar de producir el excedente puesto que saben que se los expoliará por la diferencia. En segundo lugar, quienes se encuentran por debajo de la referida línea no se esforzarán en superarse puesto que esperarán que se los redistribuya por la diferencia, diferencia que nunca llegará puesto que, como hemos dicho, los de mayor productividad potencial no la pondrán de manifiesto.»
El regreso al pasado, coincidencia chavismo-Talibán
Los «nuevos» ministerios del chavismo y los «nuevos» planes y programas que éstos tendrán a su cargo, no son nada nuevos, ya fueron ensayados antes muchas veces por los llamados socialismos reales, y desde hace años se sabe a donde conducen a los países que los ponen en práctica: a donde llegó la superpotencia llamada Unión de Repúblicas SOCIALISTAS Soviéticas. Los chinos aprendieron eso, y desde el fallecimiento de Mao Zedong, han corregido -especialmente- sus políticas económicas.
Lo mismo sucede con el fundamentalismo Talibán, que conduce a Afganistán al atraso y a la miseria -todo lo contrario a lo que seguramente desean para su pueblo- Deberían observar como los shiítas iraníes están intentando, a través de los dirigentes moderados que han elegido luego del fallecimiento del Ayatola Rujolá Jomeini, corregir sus originales objetivos de regresar al mundo islámico de Alí, para tratar de engranar a su nación con el mundo en progreso que los rodea.
El chavismo nos conduce -como el Talibán- hacia un pasado ya superado.
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(1) Traducido y parafraseado de la Encyclopaedia Britannica, XV edición, 1993.
(2) Alberto Benegas Lynch, La Perspectiva Liberal: Los Intelectuales y la Política. Algunos Ejemplos del Caso Argentino. En «El Desafío Neoliberal», Editor Barry B. Levine, Editorial Norma, Bogotá, 1992. Pág. 463.