Chaderton, el embajador del closet
Sabe el embajador Chaderton de interioridades como las que se ocultan en un closet. Como que él ha sido un asiduo, ininterrumpido y existencial huésped, en varias de sus variantes posibles, de tal artilugio de camuflaje. Para los efectos de esta crónica nos basta con referirnos a su bolivarianismo revolucionario: un enmascaramiento absolutamente de closet. ¿Iba a imaginarse Arístides Calvani, patrón de la diplomacia copeyana, quien lo eligiera como uno de sus protegidos para lanzarlo al estrellato de las relaciones internacionales desde la acera de la democracia cristiana, que su recatado discípulo socialcristiano – protegido y promocionado luego por los partidos del antiguo régimen – terminaría denostando de la democracia, la iglesia, los partidos, las instituciones y los medios de comunicación liberales – los llama «fascistas de closet» – desde la tribuna de la organización de Estados Americanos, como acaba de hacerlo en estos días y por estas calles?
Lo recuerdo entre bastidores de La Casona asistiendo con la delicadeza y parsimonia de un funcionario ejemplar de la IV República a los encuentros internacionales organizados por el presidente Carlos Andrés Pérez II. Hacía cuanto estaba a su alcance por ser tan invisible como el asesor de un mandarín chino. No faltarán quienes lo recuerden en faenas semejantes, con servil y solícita obsecuencia sirviendo a los anteriores presidentes adeco-copeyanos, desde los tiempos de Rafael Caldera I. Vale decir: desde los inicios de su carrera cancilleresca. No es Roy Chaderton un diplomático de última hora, hombre que haya brincado desde el aparcadero del Metro de Caracas al despacho de la Casa Amarilla. Y al que por la misma razón se le comprendan sus salidas de madre, sus ínfulas contestatarias y sus desplantes bolcheviques. Tampoco un teniente coronel golpista que se arrastre ante el caudillo para rastrojear en los comederos de las Naciones Unidas, como el ex seminarista Francisco Arias Cárdenas. Chaderton pasa, todavía hoy, por versallesco funcionario internacional, un embajador de tomo y lomo. Al que por más que lo intente, se le ve el bojote.
En pocas palabras: si Roy Chaderton es un militante revolucionario yo soy Neil Amstrong. De allí la pena ajena que causan sus desplantes de servilismo sin nombre, su postiza vulgaridad, sus vanos intentos por ser tan balurdo y grosero como el amo al que sirve. Él, precisamente una verdadera dama en el trato y una gran señora en el recato decimonónico con que protege su vida privada. ¡Qué vueltas que da la vida! Tan sorprendentes y desaforadas son sus declaraciones contra El País de Madrid y el Grupo Prisa, aquel junto a Le Monte y The New York Times uno de los más prestigiosos periódicos liberales del planeta, y éste el emporio editorial más poderoso y afamado de Hispanoamérica, que provoca pensar en un súbito ataque de delirium tremens. Su amo le soba el loma al Rey de España; él le hace la segunda vociferando contra los medios españoles.
Seamos francos: cuando el teniente coronel ordena denunciar «la dictadura mediática», prefiero a Izarrita. Refulge en sus ojos el odio visceral contra la democracia y el deseo de ver incendiadas las sedes de El Nacional y RCTV. A Chaderton, en cambio, no le creo ni lo que reza. Si es que mantiene ese hábito de infancia. Capaz que lo haga. La hipocresía da para todo.