Opinión Internacional

Castro, el renegado

Del viaje de Benedicto XVI a Cuba se podrán hacer infinidad de análisis y evaluaciones, pero sin dudas el encuentro entre Fidel Castro y el Papa le aportó a la visita un ingrediente muy particular. El encuentro con Fidel Castro no fue de Estado, porque el caudillo dejó el poder, al menos oficialmente, hace varios años, pero aun así, un contacto entre el viejo cabecilla y el Papa hubiera respondido más a un compromiso protocolar, si se hubiera producido sin la presencia de la familia del hombre que cerró iglesias y confiscó escuelas religiosas. Ver a Fidel con el Papa, sin que mediara arrepentimiento de su parte, sin la necesaria contrición para el perdón y la reconciliación, debió  haber sido un golpe devastador para los que fueron formados en los  valores y principios que la Iglesia Católica sostiene e inspira. Castro  y su familia en la Nunciatura, rodeado de monseñores y frente al Papa, fue demoledor también para aquellos que vivieron la persecución de la Iglesia y las consecuencias que de esa represión se derivó para la sociedad nacional.

El hecho que Benedicto XVI recibiera a Fidel en compañía de su esposa e hijos le dio a la visita un carácter muy especial, máxime cuando ha sido una familia muy poco conocida, que el caudillo ocultó por décadas, pero que después de su  enfermedad y según avanza la decrepitud que lo invade, esta adquiriendo un mayor protagonismo. Otro aspecto es que Castro fue a
la Nunciatura, en este caso se pudiera decir que peregrino para ver a la figura clave de la religión que persiguió.

Cierto que la Iglesia ha sobrevivido por esa indiscutible capacidad para vadear las corrientes más tumultuosas, pero los fieles siempre anhelan que el barquero no le venda al diablo el alma de sus pasajeros. El fin  no justifica los medios, aunque se use incienso para disipar las malas acciones.

Fidel Castro inculcó y comandó la persecución de la Iglesia y ordenó el fusilamiento de los cientos que en defensa de sus creencias religiosas o convicciones políticas, solo por recordar a dos de aquellos jóvenes, Alberto Tapia Ruano y Virgilio Campanería, cayeron ante el paredón de fusilamiento gritando Viva Cristo Rey.

Los extremismos del castrismo son padecidos por católicos y no católicos, por todo ciudadano que fue y es capaz de defender sus convicciones, y paradójicamente, por muchos de los que han guardado silencio cómplice ante las tropelías de la dictadura. Existe la memoria selectiva, la mala memoria que hace presa de los que prefieren olvidar para poder pescar.

Sin proceder a un análisis sobre los resultados concretos para el pueblo cubano de la visita de Benedicto XVI a la isla, sí es evidente que el gobierno y la jerarquía de la Iglesia, eventuales aliados pero no amigos, están trabajando para ampliar y profundizar los resultados que respectivamente le favorezcan de la visita papal.

Berta Soler, la líder de las Damas de Blanco, declaró que aunque el Papa fue a Cuba con un mensaje de amor y reconciliación, esos sentimientos no fueron recibidos por el régimen y que una de las enseñanzas de la visita papal es que la libertad de los ciudadanos de la isla depende de ellos mismos.

El padre José Conrado dijo que dudaba de la sinceridad del gobierno cubano en su recibimiento al Papa, porque el arresto de creyentes que querían ver a Benedicto XVI evidencia que el régimen no respeta la religión, porque no permite a los fieles practicar la fe.

Por supuesto que otra lectura, entre varias, que se pueden hacer del encuentro entre Castro y Benedicto XVI, es que Fidel reincidió en su condición de renegado, porque después que abjuró de la Iglesia para abrazar el marxismo, lideró una corriente de ateísmo militante que escindió el país, manipuló generaciones, hoy frustradas, con falsos postulados por tal de conservar el poder, en el ocaso de la vida, después de destruir la nación, regresa a la Iglesia para reclamar la salvación que no merece. ¿Será por eso que pidió ser recibido por el Papa? De ser así, una vez más, la Iglesia ha vencido a sus verdugos temporales y ocupará más espacios en la sociedad de la isla, pero resta la pregunta, ¿del pueblo cubano, qué?

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