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(%=Image(3668958,»R»)%)Después de leer la versión transmitida por la agencia EFE de la rueda de prensa ofrecida por el presidente de la República en Santiago de Chile al concluir su visita oficial a ese país, habrá que convenir que para el jefe del Estado no son suficientes los enfrentamientos internos que, con los más diversos sectores de la sociedad, la mayor parte de las veces son azuzados por él mismo a través de su constante prédica agresiva y belicosa, sino que igualmente se encuentra empeñado en alcanzar una confrontación con el gobierno estadounidense que, de obtenerla, lo equipararía con quien aparece hoy día como el ejemplo suyo a seguir en materia de relaciones internacionales: el comandante Fidel Castro.
Por supuesto, tal aspiración no pasa de ser una fantasía inalcanzable porque, finalizada la Guerra Fría, no tendría mayor fundamento un encaramiento de la naturaleza como el que promueve el titular del Ejecutivo Nacional.
Sin embargo, aunque el gobierno de los Estados Unidos de América no se ha dado por aludido, hasta ahora, por el persistente afán del presidente de Venezuela en llamar su atención con las más dispares acciones (por ejemplo: negativa a los sobrevuelos de aviones estadounidenses en relación con el tráfico de drogas y, asimismo, negativa a recibir la ayuda que el entonces ministro de la Defensa había solicitado a las fuerzas armadas de Estados Unidos con motivo de la tragedia de Vargas, completado todo esto con el desalojo de la misión militar estadounidense de Fuerte Tiuna y de las sedes de los distintos componentes de la Fuerza Armada Nacional) sustentadas éllas en un discurso crítico destinado a presentar a la potencia mundial como la causante de gran parte de los problemas irresolutos que, en los más diversos órdenes, confronta la humanidad y, en particular, nuestro hemisferio.
Adicionalmente, el jefe del Estado, ha desarrollado una política exterior, calificada por algún homólogo suyo de “audaz y atrevida”, que entre otros aspectos, ha procurado fortalecer las relaciones diplomáticas con países distanciados políticamente de Estados Unidos, como son Cuba, Irán, Irak y Libia, por ejemplo. Nada de particular tendría esta posición en el campo de la política exterior puesto que ello se corresponde con el consiguiente ejercicio de la soberanía que compete a cada país libre e independiente, si no se diera la circunstancia de que, en la mayor parte de los casos, las actitudes y los gestos propios de las relaciones diplomáticas entre nuestro país y esos otros como los mencionados en el párrafo anterior, muestran un marcado interés en dejar consignadas, quizás innecesariamente, las diferencias con los Estados Unidos.
Por tal razón las relaciones entre Caracas y Washington son objeto de análisis y consideración tanto por parte de los especialistas como también por parte de lo que en el lenguaje común se conoce como el “ciudadano de a pie”, el cual no entiende el propósito real de una política que puede llegar a desembocar en un debilitamiento de las relaciones con nuestro primer socio comercial, lo que, de ocurrir en un supuesto remoto pero no imposible, contribuiría a la aparición de dificultades y trastornos que sería necesario sortear para superar en parte la crítica situación que afecta al país tanto en la esfera política como en la socioeconómica.
Mientras tanto, no se observan signos de que la política del régimen en el particular señalado vaya a modificarse en el corto plazo. Antes por el contrario, el Presidente mantiene el discurso populista que tan buenos dividendos le ha rendido, sobre todo por el apoyo obtenido en los sectores marginales de la población, con el añadido de que ahora extiende esa prédica hasta el exterior como ha quedado en evidencia en la última jira presidencial, lo cual ciertamente no presagia nada positivo para nuestras comprometidas relaciones internacionales.