Bitácora de guerra

A pesar de los esfuerzos del binomio Gobierno-FARC por hacernos creer que después del periplo europeo el proceso de paz entró en tierra derecha, el panorama se ve cada día más confuso.

La cosa no es tan fácil como lo supone Pastrana ni tan clara como lo pregona Víctor G. Así lo confirman las estratégicas declaraciones de Raúl Reyes, empezando por la entrevista que concedió a Alfredo Molano en la revista Cambio, que a mi juicio
pudo haberse ocupado de otros puntos trascendentales como el secuestro de civiles y periodistas o el papel de las FARC en el negocio de las drogas ilícitas. Hay que reconocerle sí a Molano que haya aclarado que la enigmática Olga Marín, compañera
de Reyes, no es hija y ni siquiera pariente lejana de Tirofijo. Lo único que faltaba es que también los alzados en armas reprodujeran el desgastado esquema del nepotismo del establecimiento.

Lo que ha dicho Reyes por estos días tiene mayor trascendencia que los lugares comunes de Víctor G. Entre otras cosas, tal parece que la insurgencia si bien declara tenerle confianza al Gobierno prefiere no ser sincera. No de otra manera se justifica
que el Alto Comisionado para la Paz niegue que Leyva estuvo en Colombia en diciembre, mientras el comandante rebelde ese mismo día reconoce que sí vino.

Y en materia del Plan Colombia lo que está claro es que el Gobierno lo escondió tanto que terminó suscitando las más severas sospechas de todo el mundo, al extremo que hoy la subversión no vacila en anunciar que el famoso documento ha puesto en peligro los mismos diálogos y el proceso de negociación. ¿Acaso no lo conocían los voceros de las FARC cuando viajaron a Europa? ¿Por qué no
aprovechó el tiempo tan conspicua comisión para echarle en el extranjero una miradita al papel del que ahora pende la suerte de las conversaciones de paz? Lo que resulta inadmisible es que el Gobierno se hubiese decidido a divulgar un proyecto tan importante como el Plan Colombia, sólo cuando los colombianos
empezamos a conocer y entender las críticas surgidas en los debates del Congreso americano.

Pero si el Gobierno da palos de ciego, las FARC no se quedan atrás. Ciertamente, la guerrilla con sobrada razón después de haber hecho parte de un comité recibido por gobiernos extranjeros y entrevistado por la prensa mundial, no cesa de reivindicar
que ha conseguido el reconocimiento como fuerza beligerante, pero no da señales de estar dispuesta a asumir las obligaciones que ello implica. Claro que la responsabilidad sobre los derechos humanos recae sobre los Estados –como muy bien lo declaró Reyes a Cambio– pero no puede ignorarse que cuando una organización revolucionaria evoluciona a la beligerancia adquiere compromisos,
en particular en el respeto a los derechos humanos.

El asunto, pues, está más caótico que al principio. Y la democracia muy amenazada, no tanto porque haya quedado al descubierto la alianza farco-pastranista, sino porque en las próximas elecciones presidenciales –si es que no las aplazan– Reyes y su gente, al igual que lo hicieron con Serpa, vetarán a todo aquel que
diga, por ejemplo, no estar dispuesto a gobernar con El Mono Jojoy.

Flaco favor le hacen al proceso de paz los aplaudidores a ultranza del régimen. Tanto como la “admiración incondicional”, de Carlos Castaño por Pastrana, de la que nos vinimos a enterar gracias a la oportuna entrevista lograda por Darío Arizmendi. Que nadie se engañe, si no hay timonazo el carro de la paz caerá en el
abismo de la guerra.

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