Bajo la alfombra persa
En un primer momento nos embargó el desconcierto y después comenzaron a emerger, por todos lados, las preguntas sobre la visita de Mahmud Ahmadineyad a Latinoamérica. Hasta el día de hoy aún no nos han llegado las certezas. Porque ese fue —sin dudas— un viaje inusual, apenas anunciado y realizado en una coyuntura internacional turbulenta en la que cualquier gesto toma connotaciones desproporcionadas, impredecibles.
Tras de sí, el líder persa nos dejó la estela de un conflicto de difícil pronóstico como el que se gesta entre Irán y varias potencias occidentales. Su estancia en La Habana nos conectó con un peligro que a pesar de mostrarse cada noche en los noticiarios, era percibido como a 1.000 millas de distancia de nuestra enmarañada cotidianidad. Con su llegada obligó al Gobierno cubano a tomar partido en público, a apurar —frente a las cámaras— la elección de un bando.
El miércoles pasado cuando Ahmadineyad bajó del avión, no había ninguna alfombra esperándolo y al pie de la escalerilla estaba el vicepresidente Esteban Lazo. En la puerta del aeropuerto José Martí ni una sola demostración de recibimiento o rechazo aguardaba por él. Tampoco se veían grupos defensores de los derechos de los gays protestando por el tratamiento a los homosexuales en Irán y la oposición interna estaba más preocupada por las detenciones policiales que por la llegada del controvertido dignatario. Tanta indiferencia debió resultarle inusual a alguien acostumbrado a despertar a su paso las más encendidas pasiones. En el aula magna de la Universidad de La Habana, rodeado de los académicos más oficiales —o de los oficiales más académicos— le entregaron un doctorado honoris causa en Ciencias Políticas que acompañó con una conferencia. En su voz sonaron sumamente paradójicos los llamamientos a buscar “un orden nuevo, una mirada nueva, que respete a todos los seres humanos”, pero ninguno de los presentes levantó la mano para cuestionarlo. Tanto el aplauso final de aquella tarde como el galardón concedido recayeron sobre este hombre de ojos diminutos que podría hacer detonar la próxima guerra mundial. Raúl Castro lo recibiría unas horas después en el palacio de la Revolución para reafirmar su apoyo al programa nuclear de Teherán. Y así Ahmadineyad pudo hacerse finalmente la foto de familia con su par cubano, esa validación pública que había venido a buscar a Latinoamérica.
Sin embargo, en la instantánea de su gira por nuestro continente hay “parientes” y “parientes”. Tanto Hugo Chávez como Rafael Correa pueden ofrecerle no solo apoyo político, sino también acuerdos económicos necesarios para aliviar las sanciones económicas impuestas a Irán. En tanto Cuba aparece en ese retrato familiar como el niño pequeño, sin voz ni voto, pero que aún así debe ser captado por la lente.
El plato fuerte de la estampa habanera resultó el encuentro con Fidel Castro, que fue narrado por el visitante a la prensa extranjera antes de su partida. “Ha sido motivo de gran alegría para mi ver al comandante Fidel sano y salvo”, afirmó, mientras trataba con esas palabras de disolver los rumores del fallecimiento del Comandante en Jefe que recorren las redes sociales. También Ahmadineyad necesitaba este contacto diplomático para aplacar el aislamiento internacional que lo ha rodeado en los últimos meses y La Habana contribuyó a sus planes, con honoris causa incluido.
Sin embargo, en los cálculos hechos sobre su estancia entre nosotros no se tuvo en cuenta el costo negativo que esta tendría para Raúl Castro. A menos de tres semanas de comenzar la primera Conferencia Nacional del Partido Comunista, el general presidente necesitaba un escenario de mayor distensión, con menos ojos puestos sobre él. Pero de pronto el estrecho de Ormuz comenzó a latir en el mar Caribe y los cuestionamientos contra Teherán y La Habana se unieron en un solo coro. El gobernante iraní nos colocó en un punto de mira que hubiera sido más sabio evitar. A cambio de esa exposición, la prensa oficial cubana confirmaba que la visita buscaba estrechar la colaboración comercial entre ambas naciones. Intercambio que en 2007 se plasmó en la firma de acuerdos por un valor de 525 millones de euros.
Solo con el pasar de las semanas se podrá evaluar el impacto de la estancia de Ahmadineyad en nuestra región y especialmente su breve presencia en Cuba. Terminados los destellos de las cámaras, las conferencias en la universidad y los titulares en la prensa, se logrará percibir su verdadero efecto. Comprobaremos entonces si el Gobierno cubano —como el niño travieso de la fotografía— se sale del encuadre lentamente para centrarse en sus propios problemas internos. O si, por el contrario, prefiere seguir sosteniéndole la mano a Teherán, desafiar a muchos con ese abrazo y alejar con ello la vista de las dificultades nacionales.
Yoani Sánchez es periodista cubana y autora del blog Generación Y.