Ay, Itamaraty¡ ¿Qué estás haciendo?
Al producirse la defenestración de Zelaya del gobierno de Honduras, decía en un artículo a los pocos días (“De tartufos y farsantes en el caso de Honduras”, Venezuela Analítica, 2-7-09) que lo ocurrido allí demandaba un análisis más allá de los paradigmas y prejuicios; y también de las alarmas justificadas que producen intervenciones de militares en los asuntos políticos, sobre todo, en nuestro hemisferio, y particularmente en Venezuela en donde hemos padecido y padecemos hoy el autoritarismo militar.
Lo que ha sucedido desde ese día ha venido a confirmar -por lo que a mi respecta- ese enfoque cauto acerca de todas las circunstancias particulares o inéditas que han rodeado el caso, especialmente, la recomposición de la institucionalidad que se ha operado en Honduras, a pesar de la torpe e injustificada manera de sacar al Presidente. No estábamos, sin duda, frente a una típica asonada militar latinoamericana. Todas las instituciones, no sólo los militares, enfrentaban a Zelaya por su conducta arbitraria y al margen de la Constitución
Cada día se confirma más que Zelaya, además de haber violado el ordenamiento constitucional, pretendía encaminar a Honduras por el mismo sendero que ha diseñado el gobernante venezolano para Bolivia y Ecuador. A esto se agrega lo que ha salido a la luz pública acerca de la enorme corrupción de su gobierno.
Como se sabe, los gobiernos de Latinoamérica en su mayoría no han querido reconocer el gobierno interino y han condenado lo que ellos consideran un golpe de Estado que no debe ser tolerado. El escándalo armado inicialmente por los países de ALBA, propalando incluso mentiras perversas a través de una conducta repugnante de parte de periodistas tarifados, ha sido ampliado por los demás, con diversa intensidad, pero, particularmente, Brasil, el nuevo hegemón del patio, es el que parece que ha puesto más carne en el asador en todo este asunto, poniendo en riesgo un prestigio internacional que siempre reconocieron tirios y troyanos.
La forma inusual cómo se ha conducido la diplomacia brasileña en este problema llama mucha la atención, habida cuenta de su trayectoria, si cabe el término, impecable. No esperábamos que fuera de otro modo en el caso que nos ocupa. Sin embargo, nos ha defraudado esta vez.
Hoy Brasil juega, sin ninguna duda, en las “grandes ligas” de las relaciones internacionales. Asiste a los foros que organizan los grandes para tomar medidas de incidencia global. Ha logrado liderar coaliciones con países como China, la India y otros en el ámbito de lo comercial.
En Suramérica ha logrado montar un club de presidentes llamado UNASUR al cual ha arrastrado a todos los demás, y cuyo propósito es ponerlo al servicio de sus intereses globales, como es lo natural que ocurra con países de esta envergadura y significación.
Su influencia y liderazgo crecientes se los ganado gracias a una política exterior adecuada y a una diplomacia profesional que tiene su headquarter en Itamaraty.
Esta cancillería siempre ha sido ejemplo de claridad de objetivos, profesionalismo, mesura, tacto, prgamatismo y de un sentido particular de la necesidad del diálogo, la cooperación, la persuasión y la paz internacionales.
Ha sido, por tanto, un modelo a seguir.
Con ocasión del problema hondureño, agravado en los días que corren, Itamaraty luce fuera de sus parámetros de actuación.
Desde el comienzo de esta crisis, se ha prestado a apoyar maniobras escabrosas e irresponsables que pudieron o podrían generar consecuencias muy lamentables en términos de vidas humanas, en lugar de insistir en la búsqueda de salidas negociadas. Ha asumido posiciones inflexibles junto a los países del grupo ALBA y en el marco de la OEA, que lejos de abrir cauces al diálogo, más bien los ha cerrado. Ha evidenciado una incomprensión de la complejidad de los eventos, adoptando una posición dogmática o dejándose llevar por la posición interesada e hipócrita de ciertos países que sólo persiguen la confrontación, creando mayor inestabilidad en las relaciones hemisféricas.
La internacionalista Elsa Cardozo se lamentaba en estos días con cierto dejo de amargura, de lo que ha devenido la diplomacia en general. “Diplomacia depreciada” fue el término acertado que utilizó.
Cuando vemos la actuación de Itamaraty en el asunto hondureño cabe preguntarse si también allí llegó la depreciación de que habla Cardozo.
Ojalá las cancillerías serias del hemisferio logren encontrar una solución a este drama. Mientras se mantenga una situación en que a un pequeño país que resiste a un grupo de países agavillados y refractarios a un diálogo razonable y realista que culmine en una salida honrosa para las partes, la violencia tendrá altas probabilidades de imponerse. Y estos es lo que buscan los países forajidos del patio. ¿Que estás haciendo Itamaraty?.
Si comparamos esta situación con otros hechos más graves que sí deberían llamar a la atención de la comunidad internacional y sus organizaciones, verbigracia, lo que ocurre en Venezuela con el Alcalde Mayor de Caracas y los gobernadores electos democráticamente, cuyas competencias y bienes les han sido arrebatados de manera inconstitucional, configurándose un golpe de estado progresivo y disimulado, lo ocurrido en Honduras pierde las dimensiones que algunos, rasgándose las vestiduras, ven allí, pero que no lo ven en Venezuela.
A esto se suma la violación de normas internacionales en materia de no injerencia en los asuntos internos de otros Estados que está perpetrando el gobierno venezolano, y sin embargo, los organismos internacionales se hacen la vista gorda y no son tan diligentes y expeditos como ahora lo son en el caso de Honduras. ¿Por qué aplicarle la Carta Democrática a Honduras y no al gobierno de Venezuela? ¿Por qué se pide un bloqueo inhumano o acciones militares contra Honduras y al mismo tiempo se cuestiona el que ha supuestamente sufrido Cuba? ¿Por que la OEA no actuó frente a las violaciones constitucionales de Zelaya antes de que fuera sacado del poder y así haber evitado lo que estamos viendo? En el torneo de tartufos que vimos en la reunión del Grupo de Río y de la OEA, pareciera que existen distintos raseros. La ley del embudo allí hace su trabajo, sin dejar de lado las inconsistencias y la hipocresía de muchos. Y de los europeos ¿qué decir?, no comprenden lo que ha sucedido realmente en este caso y reaccionan automáticamente. ¿Qué se puede esperar de un república bananera?, se preguntan los comentaristas “especializados” de la vieja Europa.
Las circunstancias muy particulares del hecho que hemos comentado exigen de toda la comunidad internacional un mayor esfuerzo de comprensión. No estamos frente a un gobierno encabezado por un Pinochet ni a una conducta tiránica como la de los Castro en Cuba. Estamos frente a un pueblo pequeño y unas instituciones que, al unísono, repudian mayoritariamente un gobernante que pretendió imponerles un modelo político contrario a su ley fundamental, asesorado y financiado por un tiranuelo extraviado en su demencia ideológica.
La comunidad internacional no puede avalar acciones bárbaras contra un pueblo que después de todo no es culpable de las torpezas de unas fuerzas militares. Los organismos internacionales deben promover soluciones negociadas que permitan a Honduras salir del atolladero en que está y así poder reiniciar su vida democrática y en paz, todo, por supuesto, respetando principios de convivencia internacional muy caros a nuestra civilización.