Anna y los huerfanitos
En su libro El Discurso del Odio, publicado en 2004, el filosofo francés André Glucksmann, ex marxista y ex maoísta – señala que a diferencia de la invasión a Irak, que en su opinión, confronta “dos visiones del mundo” entre los que afirman que el terrorismo es hijo de la guerra y los que aseguran que es consecuencia de la opresión, en la guerra de Chechenia no hay equívocos en cuanto a la intención rusa de expansionismo, conquista de recursos energéticos y un desdén total por la vida de inocentes.
Para Glucksmann, si bien el caso iraquí es debatible porque la arrogancia y ambición de la administración Bush desvirtúan el objetivo geopolítico de detener el avance del integrismo islámico hacia su mayor objetivo, la conquista de Arabia Saudita, occidente no tiene excusa por mirar hacia otro lado cuando se trata de del caso chechenio. Putin es responsable de la masacre de más de la cuarta parte de la población de esta región cuyos habitantes anhelan autonomía o independencia, y sus masacres incluyen a más de 40 mil niños asesinados en nombre de una supuesta guerra contra el terrorismo, “sin imágenes, por la noche y entre la niebla”, en “lo que la periodista rusa, Anna Politkovskaia llama “’un campo de concentración a cielo abierto’”.
Leyendo a Glucksmann muchos nos familiarizamos con la figura y esencia de Politkovskaia, cuyo libro La Rusia de Putin, presenta una ineludible realidad de un presidente recibido con alfombra roja por los dirigentes democráticos cuando en realidad Rusia mantiene un régimen que, guardando ciertas formas y apariencias, no es muy distante al del totalitarismo soviético.
“Le tengo aversión” (a Putin) – escribió la valiente periodista “porque no le gusta la gente. Porque nos desprecia. Nos ve como meros medios para la obtención de los fines que se ha trazado, medios para conseguir y mantener su poder personal, y nada más. Por tanto considera que puede hacer con nosotros lo que le plazca, jugar con los ciudadanos a su arbitrio, y eliminarnos si le conviene”…. Nosotros no somos nadie, mientras que él, alguien a quien la casualidad encumbró, es hoy el zar y es Dios».
Fue así como hace días, cual víctima de un juicio sumario de los que Putin suele ordenar personalmente, la periodista más valiente de Rusia, que con credibilidad y sustento escribió sobre la actual decadencia y deshonra de su país, fue asesinada en su edificio.
Los huérfanos de Anna son todas las presentes y futuras víctimas del racismo, el odio, el cinismo y el terror de un hombre poderoso que, gracias al petróleo y a las armas, juega a ser Dios y, en su altivez, considera a sus rivales como diablos. Millones de desamparados chechenios esperan que los ojos del mundo se posen sobre su tragedia.