¿Ahora qué?
Normalmente en el lapso de nuestras vidas más de una vez nos enfrentamos a noticias que nos aturden por su nivel de violencia. A veces son catástrofes naturales, como las trágicas consecuencias de las lluvias de Vargas, sin parangón en la historia reciente de Venezuela, o la voladura del edificio federal de Oklahoma por Mc Veigh, que fue de demencial violencia sanguinaria. Todo terrorismo que asesina vidas inocentes conlleva una violencia repulsiva. Pero magnitud de la violencia de los hechos de la semana pasada en Nueva York, sobrepasa la capacidad de digestión emocional y racional del hombre.
Para la inteligencia occidental cristiana resulta incomprensible la motivación religiosa que justifica la matanza colectiva de civiles no combatientes por medio de acciones suicidas como pasaporte al cielo y a nombre de una causa terrenal no clara. Los mártires nuestros morían solos: por convicción religiosa o para proteger valores patrios de libertad. Aunque nuestro pasado histórico occidental tenga capítulos igualmente vergonzosos de violencia religiosa como lo atestiguan las persecuciones de la Inquisición a las Cruzadas liberadoras a tierra santa, el terrorismo moderno nos sitúa frente a niveles similares o peores de intolerancia a los que superamos y dejamos atrás en la Edad Media. ¿Qué es lo que no hemos aprendido?
El frasco occidentalizador del Sha de Irán fue la primera campanada de alarma que venía una era de fanatismo islámico. Además, como todo proceso fanático y revolucionario, (al igual que Chávez con sus oligarcas y sus escuálidos) este también necesita una imagen semitangible del enemigo para culpar y odiar. Para ese Islamismo el “americano feo” que “corrompió” al Sha es la continuación perfecta del americano feo de Indochina. Para el actual pan-arabismo islámico extremo el enemigo no ha variado. Estados Unidos, quintaesencia de occidente, es el gran Satán junto a Israel por su intransigencia frente a las aspiraciones del pueblo palestino.
Lo que resulta paradójico es que en una era de tanta tecnología de punta desarrollada por hombres salidos de las universidades occidentales, esas mismas universidades no hayan formado hombres con las habilidades y destrezas adecuadas para manejar con armonía política –interna de cada nación, en primer lugar- una convivencia pacífica universal dentro de un mundo más equilibrado. Y aunque el mundo actual, como producto del hombre del siglo pasado, es un fracaso donde reinan el materialismo rapaz y las desigualdades entre naciones y seres humanos, dramas de esta magnitud extraen lo mejor de nosotros y abren un gran espacio para la reflexión.
Es lamentable que sea la amalgama de nacionalidades y religiones que conforma al generoso pueblo americano amante de la libertad, quien recibieran tan injusto impacto terrorista. Pero quién los conoce sabe que nadie mejor que ellos para crecerse frente a la adversidad. Sólo espero que recuerden que así como aspiran legítima justicia frente al asesinato, el agravio y la humillación, encuentren tiempo y ánimo para reflexionar, encontrar y corregir las razones por las cuales, para otros, ellos son el centro del odio.