Ahmadinejad en la Universidad de Columbia
No las tuvo todas consigo el presidente de Irán, Mahmoud Ahmadinejad,
en su reciente intervención en la Universidad de Columbia, pues,
primero se encontró con un rector como Lee Bollinger que no tuvo
empachó en aclarar en sus palabras de presentación lo que piensa del
petrodictador, y segundo, con un auditorio de estudiantes y profesores
en absoluto seducido por el exotismo de un autócrata que prédica la
destrucción de la sociedad laica, plural y defensora de los derechos
humanos como vía para establecer el reino de Dios en la tierra.
Oferta esta última que encuentra eco y credibilidad justamente en los
predios universitarios de todo el mundo y es la causa de que sea en
las casas del saber donde las utopías y su consecuencia más atroz, el
colectivismo y la dictadura, sean comprendidas, estimadas y hasta
apoyadas.
De ahí que no es peregrino suponer que fuera el equipo responsable de
la gerencia de imagen de Ahmadinejad el que le sugirió que diera el
paso de acercarse a la Columbia University como alternativa para
procurarse los aplausos que le iban a faltar en el discurso que
pronunciaría en la ONU y las ruedas de prensa que programó para la
ciudad de Nueva York.
Y por el desastre de lo sucedido frente a la frialdad del auditorio no
habría sino que esperar que la opinión neutral, si no favorable, que
pescan los más feroces enemigos de la libertad, la democracia, la
justicia social y la igualdad en las casas de estudio porque prometen
que sus intenciones son «salvar a la humanidad», empiecen a tornarse
en su contrario, en actitudes de protesta y rechazo que no pongan en
duda la objetividad, ética y utilidad del conocimiento.
Es posible, sin embargo, que lo sucedido a Ahmadinejad en la
Universidad de Columbia no sea sino producto de lo extremadamente
intragable que resulta un dictador que, aparte de ser un fanático
religioso, insiste en proveerse de un arma nuclear cuyos fines pueden
determinarse por su empeño en borrar del mapa al Estado de Israel, sin
contar su apoyo convicto y confeso a grupos terroristas como Hezbolá,
y la represión despiadada que sufren en Irán los partidos y grupos de
oposición, las mujeres que se niegan a aceptar las rígidas e inhumanas
prescripciones religiosas y las minorías de kurdos, judíos, cristianos
y homosexuales.
Pero habría que añadir igualmente que Ahmadinejad encarna en casi
todos sus atributos el modelo del petrodictador, que es el último
ejemplar de la especie, típico producto de la crisis energética
mundial y del alza desmesurada de los precios del petróleo, y cuyo
patrón de conducta consiste, no en dirigir los inmensos recursos que
les procura tal suerte a aliviar los agudos problemas de pobreza,
salud, educación, inseguridad, infraestructura y corrupción que viven
sus países, sino emplearlos en una suerte de delirio por el que van a
cambiar el mundo, hacerlo a su imagen y semejanza, invadir países,
destruir imperios y pasar a convertirse en una suerte de autócratas
totales y globalizados.
En otras palabras, psicópatas de extrema peligrosidad en quienes ya
las tendencias a destruir, chocar, desajustar y confundir, adquieren
perfiles galácticos.
Un fenómeno del siglo XXI que intenta cubrirse con señuelos ambiguos,
polivalentes y simpáticos, pero que esconden un tipo nuevo de dictador
y dictadura que, si bien tiene su origen en los totalitarismos del
siglo XX, aparece repotenciado con la revolución en las comunicaciones
de las últimas décadas que los dota de armas que jamás soñaron Stalin,
Hitler, Mussolini, Franco, Pinochet y Mao Tse Tung.
Segregado en definitiva por el auge irracional y desmesurado de la
economía mundial, que no solo está arrasando con el medio ambiente y
las posibilidades de vivir en un planeta sano y confortable, sino
poniendo a prueba la democracia y la libertad frente a fuerzas de un
nivel de disolvencia y destrucción como no previeron San Juan de
Patmos y Nostradamus.
De ahí que sea tan trascendente y remarcable la decisión de la
Universidad de Columbia de poner en su sitio a Mahmoud Ahmadinejad,
sin duda que trazando una raya entre quienes se esfuerzan porque el
mundo sea cada vez más libre, democrático, justo, laico y plural y
quienes pretenden convertirlo en pasto de odios, divisiones y
violencias como vía para instaurar sus crueles, abominables y feroces
dictaduras.