Nunca estuvo “viva”
Estar vivo implica, demostrar condiciones que den cuenta de manifestaciones de acción y reacción. De movilidad, pensamiento y capacidad de crítica. Aunque el problema estriba en reconocer que se tiene vida. Más, cuando se posee conciencia de que la vida sólo pertenece no tanto a quien la tiene, como a quien la comprende. En todo caso, a decir del teólogo y filósofo danés, Sören Kierkegaard, “la vida no es un problema que debe resolverse, sino una realidad que debe experimentarse”.
La universidad, en tanto que “comunidad de intereses espirituales”, es definitivamente un organismo diligente y activo. O sea, una organización con movilidad propia cuya vida depende de las circunstancias que favorezcan sus decisiones. Incluso, está supeditada a las tormentas que azotan sus realidades toda vez que nublan su visión funcional. Su capacidad de percepción retrospectiva o prospectiva.
Podría decirse que el barco que ha significado el corpus universitario, por así figurarlo, no ha sabido ajustar las velas para aprovechar el barrido del viento y alcanzar su destino a tiempo. Que la universidad autónoma venezolana hubiese tocado fondo en el fragor de las crisis padecidas por causa de un autoritarismo hegemónico, no se tradujo en la mejor oportunidad para subsistir. A pesar de saberse que podría entrar en una primera etapa de reconstrucción que se habría ajustado o plegado a las exigencias de imperantes y nuevas realidades, renovando sus debates de cara al llamado de las nuevas realidades.
Engorros pegajosos
Aunque podría pensarse que las realidades en el contexto venezolano, quizás no fueron debidamente interpretadas. Ni siquiera, con el auxilio de ciertos códigos de traducción que la universidad autónoma tenía en uso a finales del siglo XX. Más aún, a inicios del siglo XXI. Sin duda, tal situación complicó y enmarañó sus dinámicas. En otras palabras, la universidad autónoma venezolana no logró encaminarse plenamente a instancia de las austeridades que marcaban la ruta a transitar.
Vale pues asentir que la vida para la universidad nunca ha sido fácil. He ahí la razón que explica el por qué la universidad autónoma venezolana no pudo escapar de los efectos del cúmulo de problemas que golpearon importantes procesos universitarios.
Sobre todo, luego de comprobar que no son las mañas lo que hace que la universidad pueda sortear cuanta crisis la embadurne. Son las decisiones asumidas con base en las capacidades de organización que sus planteles de coordinación, planificación y evaluación tengan a bien gestionar desde la perspectiva de sus gobiernos.
El caso Universidad de Los Andes
La inercia vivenciada a consecuencia del impedimento trazado por la instancia superior de aplicación de “justicia” en Venezuela (tribunal supremo de justicia) en cuanto a cerrarle el derecho a renovar los cuadros de autoridades a las universidades autónomas mediante procesos eleccionarios a los que la ley de universidades pauta como expresión de la autonomía administrativa “para elegir y nombrar sus autoridades (…)” (Del artículo 9, Parágrafo 3), fue el factor de marras que motivó el ejercicio de un evidente oportunismo político. El mismo que incitó modales de demagogia que excedieron límites de solidaridad por lo cual la universidad cayó en terrenos donde prevalecían signos de egoísmo, hegemonía y desconsideración a todo cuanto representaba valores de ética, ciudadanía y moralidad.
La praxis política, razón de enredo
El discurso político, sirvió para acentuar disonancias que chocaban con la praxis de respeto que impone la vida académica. Intereses que en nada parecían corresponderse con la valoración de méritos y esfuerzos a que incita el desempeño universitario. Sobre todo, en escaños asistidos por el poder político.
Tan pervertidas tendencias, comenzaron a desplazar maneras de actuar apegado a conductas serenas que permitieran evidenciar el equilibrio entre razones y emociones. Equilibrio propio del ser humano en el curso de una vida de circunspecta postura.
El devenir académico comenzó a verse menguado no sólo por la extensión de un tiempo que se sobrecargó de problemas y conflictos de toda índole: presupuestarios, estructurales, funcionales y coyunturales. Tanto fue así que inclusive, el ejercicio democrático sobre el cual se asienta el andamiaje institucional-académico, comenzó a verse desguarnecido de los elementos que política y cívicamente sustentan las concernientes realidades.
Además, la dictadura que implantó la crisis del Covid-19, trastocó no sólo el funcionamiento universitario. Peor aún, el comportamiento de universitarios cuyo temor ante el contagio, obligó a adoptarse medidas que comenzaron a descomponer, viciar y corromper el espíritu de convivencia que infunde sustentabilidad al modelo social, cultural y emocional a partir del cual la universidad sabe emprender su manejo operativo consuetudinariamente.
Algunas consecuencias
Así fueron desbordándose actitudes que bien representaban al universitario en su forma de ser. O en su modo de actuar ante las circunstancias que oprimen cualquier influjo positivo de vida compartida o individual.
El liderazgo que emplazaba cada enrarecida situación universitaria, siempre victorioso en la batalla contra la incertidumbre, fue decayendo. Al extremo de verse ahogado en medio del turbulento cauce creado por la dinámica de un apestado poder político, fuertemente dominado por las perversidades de acomodadizas circunstancias, intereses y necesidades personales.
Fue la situación que permitió la inclusión de mañas, manías y desafueros que dañaron el lucimiento que ha acompañado el discurrir de la Universidad venezolana. Indistintamente de las dificultades que ha sabido someter a punta de discreción, civilidad y decencia.
Justo en tan convulsionado escenario tuvieron cabida frases que hizo que su sintaxis chocara con la realidad universitaria. A pesar de las contingencias que la azoraban. Fue el tiempo cuando en los predios de la Universidad de los Andes, se embutió la frase “la universidad está más viva que nunca”. Frase que desfiguraba su locución y acepción dada la contradicción que ejemplificaba la intención agregada.
Pero es que ni siquiera la Universidad de Los Andes, respiraba a ritmo constante. Ahora cambiaron tan repulsiva frase por otra cargada con algún sentido de realidad. Ahora es exclamada: “somos una institución en cuidados intensivos” la cual también caricaturiza la realidad con tan ridícula comparación.
Excesos intencionales
El problema de la Universidad de Los Andes, no tiene ninguna afinidad con la calificación que refiere el hecho de decirle que está “más viva que nunca”. Tampoco que está “en “cuidados intensivos”. El problema al que ha conducido el decaimiento de su dinámica, no debe mirarse con “anteojos de cuero”. Es un problema de valoración moral y real. No de una calificación realizada al mal voleo.
Haberlo hecho con base en un equivocado gusto o malsana contemplación, es un modo de relucir la intención de esbozar o trazar una realidad reducida y convertida en migajas. Además, proyectada con el auxilio patituerto del contrariado propósito de disimular lo que la realidad atascó por causa de una precaria praxis gerencial y de gobierno universitario.
Y lo peor sucede cuando por tan desfigurada razón, se da paso a arbitrariedades e improvisaciones al mejor estilo de algún constreñido modelo de autoritarismo hegemónico.
De esa manera se remedó un esquema de gobierno despótico sacado de alguna gaveta donde se están depositados: olvidos, necedades, insultos, groserías y errores de colección. Por tanto, queda por señalar que la Universidad de Los Andes, en tiempos de tan largo período de reclusión electoral, tal como pretendió hacerse creer, padeció de un letargo que mantuvo prisioneras sus potencialidades. Pero nunca como para exclamar que estaba “más viva que nunca”. Pues en verdad, a decir por las trancas que soportó, nunca estuvo “viva”.