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Noruega vs. la estupidez

Albert Einstein decía: «Es una estupidez hacer lo mismo una y otra vez y esperar resultados diferentes». Tenemos que ser capaces de aprender de la experiencia y lo primero que nos enseña es que los dogmas, en materia económica, siempre nos llevan al fracaso.

Asumir el modelo llamado «Socialismo del Siglo XXI» fue una gran equivocación cometida por gente que se aferró ciegamente a un dogma en lugar de observar la realidad. Ese Modelo demostró su inviabilidad con la caída del Muro de Berlín y el colapso de la Unión Soviética. Aquellos estados hipertrofiados dueños de los medios de producción, que iban a desarrollar la economía con planes centralizados de industrialización e iban a repartir la riqueza de forma igualitaria terminaron destruyéndola y repartiendo pobreza.

La Guerra Fría la ganaron Reagan y Thatcher y se adoptó el dogma neoliberal. Se dijo que dejando al mercado hacer su trabajo sin ningún tipo de restricción su mano invisible orientaría los recursos de manera eficiente, se producirían los bienes y servicios que la gente necesitaba y todos seríamos compensados correctamente.

Una vez más las posiciones dogmáticas nos llevaron a un error. La felicidad que íbamos a alcanzar no llegó porque los mercados son imperfectos y el pez grande finalmente siempre se come al chiquito. Las estadísticas son contundentes: en el mundo capitalista viene creciendo la desigualdad hasta el punto de que el 10% de la población disfruta del 83% de la riqueza mundial.

Si la experiencia demuestra de forma incontrastable que el sector privado es mucho más eficiente que el Estado generando riqueza y produciendo bienes y servicios, y que una intervención inteligente del Estado puede lograr una distribución más equitativa de la riqueza sin sacrificar el crecimiento lo que corresponde es motivar y estimular al sector privado para que invierta y fortalecer al Estado para que cumpla su papel.

Lo que tenemos que hacer es emular a los países que han tenido éxito para obtener sus mismos resultados.

Noruega es un buen ejemplo. Se convirtió en productor de petróleo a comienzo de los años 70 y conscientes de la experiencia negativa de países petroleros, con precios tan volátiles, iniciaron un debate para evitar contagiarse de lo que se denomina la «Enfermedad holandesa», que debería llamarse mas bien «Enfermedad venezolana» porque somos nosotros los que la hemos padecido con mayor intensidad.

La sufrimos por primera vez con Carlos Andrés Pérez en 1973 a partir de la subida de los precios del petróleo que trajo la Guerra Arabe-Israeli. Nos cayeron del cielo un montón de petrodólares que sirvieron para incrementar el gasto público de forma desordenada, la moneda local se apreció y se creó un incentivo a favor de las importaciones en detrimento de la producción nacional. El ciclo termina cuando el precio del petróleo cae y el país queda arruinado y sin aparato productivo.

Lo volvimos a vivir en 1979 con la subida de los precios del petróleo como consecuencia de la caída del Shah de Irán y en los últimos años lo estamos viviendo por tercera vez, en su peor versión, porque a esta inexplicablemente se le condimento con un ingrediente ideológico probadamente fracasado.

Noruega parece haber logrado la fórmula para «Sembrar el Petróleo». El Estado ha asumido un rol protagónico en la economía pero lo ha hecho de forma inteligente.

Lo más importante que hicieron fue crear un fondo soberano para invertir el excedente de recursos generado por el petróleo y con esto evitaron la desindustrialización del país al mismo tiempo que procuraron un ahorro impresionante que asegura un futuro  próspero a las próximas generaciones.

Los venezolanos, en estos 15 años, nos gastamos una enorme cantidad de recursos provenientes del excedente petrolero al mismo tiempo que destruimos el aparato productivo sustituyendo la producción nacional por importaciones.

Noruega hizo exactamente lo contrario y hoy es el país con la mayor riqueza por habitante acumulada del mundo y es al mismo tiempo el país con la más equitativa distribución de la riqueza. El jefe de Statoil gana un par de millones de dólares al año, sueldo bajísimo si se le compara con cualquier ejecutivo de una empresa similar en el mundo, pero los obreros ganan tres veces más que lo que ganan en Inglaterra.

Noruega hoy no tiene ningún habitante viviendo por debajo de la línea de pobreza y la calidad de vida es superior a la que tienen los países más desarrollados, pero no están contentos con eso. El debate en Noruega gira en torno a prepararse para los retos que enfrentaran dentro de 50 años.

@pedropabloFR
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