OpiniónOpinión Internacional
No + socialismo
Lea con atención las siguientes frases: “la meta histórica -socialista- sigue siendo la superación del capitalismo, pero ya no es una meta a la que hay que llegar lo más rápido posible, sino que le da sentido a la acción política. El socialista hoy no tiene una respuesta a la pregunta de cómo organizar una sociedad sin capitalismo, pero sabe en qué dirección moverse y lo que significa estar buscando y construyendo una racionalidad superior y distinta a la del capitalismo”.
Las palabras son del candidato Fernando Atria (La Segunda, 17.01.2017), uno de los intelectuales de cabecera del actual gobierno y principal promotor del “otro modelo” que habría de reemplazar al “neoliberal” bajo Bachelet. Lo interesante es que, a diferencia de los anteriores socialistas, los actuales reconocen que no tienen idea de qué ofrecer como alternativa. Solo saben que lo que hay no les gusta y explican que de lo que se trata es de desmantelarlo paso a paso. Se trata así de un socialismo que promete que habrá una sociedad más humana, más justa y con mayor seguridad económica -vaya novedad-, pero no tienen idea de cómo lograrlo.
Para variar, estos socialistas insisten en que la desigualdad ha aumentado y que la riqueza ha quedado esencialmente en manos de unos pocos, cuestión que estudios serios globales (Sala I Martin, 2009) y locales (Sapelli, 2016) refutan completamente. Esto, sin mencionar la disminución global y nacional de la pobreza gracias al capitalismo, la que, como bien dice McCloskey, alguna vez también socialista, es lo único que nos debería importar. Y no hay que engañarse, porque lo que busca esta izquierda no es la social democracia europea, sino algo mucho más radical. Atria dice: “La tarea de nuestra época es la reconstrucción de la izquierda y el socialismo después de la neoliberalización del socialismo que significó La Tercera Vía”. La Tercera Vía social demócrata, la de estados que consumen casi el 50% del PIB, la de redistribución masiva de riqueza, de impuestos asfixiantes y endeudamiento insostenible, sería, así, para esta visión, demasiado “neoliberal”.
¿Dónde se ven entonces los referentes para lo que busca este sector de la izquierda chilena? Pues ni más ni menos que en la Venezuela de Chávez, la Argentina de los Kirchner, el Ecuador de Correa y la Bolivia de Evo Morales. ¿No lo cree? Vea lo que dice Atria: “Mientras esta era la realidad de la izquierda en Europa y Norteamérica una ola de gobiernos progresistas y antineoliberales se sucedieron en las últimas dos décadas en América Latina. Aunque experiencias imperfectas, ellas nos han dejado aprendizajes interesantes de participación social, políticas redistributivas y buen vivir. Ellas serán parte del proceso reconstructivo del ideario socialista”. Ni más ni menos que el modelo chavista del socialismo del siglo XXI es el que parte creciente de la izquierda chilena propone para nuestro país.
Cualquiera que haya leído bien el libro “El otro modelo” -algo que algunos de sus autores no hicieron- entendió que el objetivo de la tesis ahí presentada sobre los derechos sociales es la construcción de un nuevo socialismo incompatible con el mercado. (Para un análisis más detallado sobre el tema se puede consultar mi libro “La Tiranía de la igualdad“.) Y si usted cree que estas son meras ideas que no pasarán a tener mayores efectos prácticos, quiere decir que no entiende lo que está en juego. Pues este desmantelamiento del sistema de mercado paso a paso del que habla Atria comenzó con Bachelet y sin duda continuaría con Guillier o cualquier gobierno heredero de la Nueva Mayoría.
Por eso resulta tan chocante ver a sectores de derecha ocuparse mucho más de inflar sus egos atacando amargamente a quienes defendemos la sociedad libre y combatimos el peligro del populismo socialista, que de intentar frenar a la izquierda filo chavista. Allamand y sus intelectuales de cabecera (Herrera, Mansuy y algunos de sus ayudantes) son un ejemplo lamentable de ello. No solo muestran una y otra vez que no saben de economía atacando el sistema de libertades de los Chicago boys mantenido por la Concertación, sino que exhiben una sintonía alarmante con el antiliberalismo filosófico de Atria y la izquierda colectivista. En el fondo, su esfuerzo apunta a resucitar esa derecha nacionalista y estatista que en el pasado pavimentó el camino a la izquierda radical, precisamente por compartir el mismo antiliberalismo.
No es casualidad que este grupo tenga hoy tanta afinidad con el diagnóstico de gente como Atria, a pesar de mantener también diferencias. Como la izquierda, se ha enamorado totalmente de sus teorías en desmedro de la realidad y de la sana tolerancia con quienes, desde su sector, no las comparten. De ahí su idealización del Estado -aún no leen bien a Weber- y su obsesión por hablar de la sociedad civil sin comprender que esta depende estrechamente de la libertad individual y económica que miran con tanto escepticismo.
Esta derecha también suele caer en el mismo moralismo simplón de la izquierda al acusar al mercado de hacer egoístas a las personas, como si la naturaleza humana fuera hoy distinta que antes y como si el mercado no hubiera sido una de las mayores fuerzas de pacificación social y dignificación de las masas que ha existido en la historia humana.
En un año de elecciones que podrían definir el futuro de Chile -más populismo socialista o regreso a la sensatez-, es de esperar que este grupo se sume a los que no queremos más socialismo y controle sus arrebatos en contra de aquellos que defienden los valores de la sociedad libre dentro del que consideran su sector. De lo contrario, seguirán validando, como lo han hecho hasta ahora, el trabajo de demolición progresiva de las instituciones que han fundado el período de mayor éxito económico, social y democrático de la historia nacional.