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¡No matarás!

Este mandamiento tan central y universal es violado en Venezuela no solo por los que disparan sino por los que imponen el actual sistema de muerte y quieren perpetuarlo. Ningún Caín (religioso o no) puede silenciar a su conciencia que le reclama por haber matado a su hermano. Como diría el ilustre Juan Germán Roscio, estamos obligados a escoger entre la libertad y el despotismo. Eso fue el 5 de julio civil: Independencia para que la vida y política de los venezolanos no la decidan en Madrid (ni hoy en Cuba), monarcas o dictadores. Como dice el Acta de la Independencia, los Borbones “quedaron inhábiles e incapaces de gobernar a un pueblo libre, a quien entregaron como un rebaño de esclavos”. ¡Cómo se repiten los tiempos!

Al mismo tiempo en la humanidad es casi infinita la capacidad ideológica de justificar la muerte de millones de personas como medio necesario y bueno para lograr lo que consideran el bien y la vida: discriminaciones sociales que condenan a la miseria a gran parte de la población; sistemas esclavistas que legitiman la compra venta de los humanos reducidos a meros instrumentos; guerras “santas” que  invitan a matar en nombre de su dios; revoluciones que  eliminan a los oponentes de su iluso paraíso terrenal de libertad, igualdad y fraternidad. O esta “revolución” donde millones y millones que malviven y quieren cambio, se  vuelven “contra revolucionarios”  sin derecho a la vida.

Hoy en Venezuela se usa el Estado y su Fuerza Armada para imponer la continuación de este modelo y régimen político,  su gobierno y presidente, para ahondar la tragedia. Los cambios de ministros y los anuncios de “nuevas” políticas, son palabras vacías y lo serán mientras domine una cúpula militar y civil aferrada al poder y a su botín. Cínicamente repiten  que todo va bien con algún inconveniente debido a la “guerra económica” de los enemigos que nos quieren arrebatar este paraíso revolucionario. Pero todos (empezando por Maduro, sus ministros y generales) sabemos que vivimos en un ilegítimo régimen de muerte, que cuanto más dure más se agravará. En esta tragedia en la conciencia de cada venezolano resuena el grito ¡NO MATARÁS!; este grito interpela al Ministro de la Defensa o al Director del SEBIN, pero también a los responsables del Banco Central, de la política económica y la hiperinflación, al Ministro de  Sanidad y a quienes impiden que en Venezuela florezcan miles y miles de empresas prósperas con garantías jurídicas, estímulos a la inversión, generación de trabajo digno y bien remunerado (frente al  salario mínimo integral de 2 dólares al mes). Todo el sistema educativo, con más de medio millón de educadores y diez millones de educandos, se debate entre la muerte y la vida. Agonizan las instituciones universitarias, los liceos, las escuelas y con ellos los maestros, los niños y los jóvenes. Por eso vemos muchedumbres huyen despavoridos de esta muerte omnipresente hacia las fronteras para dar el salto mortal al otro lado, sin garantías de nada.

Interpelado por el NO MATARÁS, nadie puede decir que eso no es con él. El sacerdote no se puede escudar en el altar para dejar que continúe avanzando la muerte. Mucho menos el político. Callarse es violar sistemáticamente el pacto social que nos compromete a todos como ciudadanos a construir juntos una República donde haya vida. Resulta cínico celebrar el 5 de julio como día de la Independencia con retórica “revolucionaria” y desfile de armas. La Constitución ha sido secuestrada y usurpada por la Constituyente dictatorial, que se autoproclama superior a toda institución y persona; con lo cual el bien común de la democracia se convierte en el mal común impuesto por la tiranía. Venezuela no puede pensar en recuperar su economía, sus niveles de vida y de convivencia, sus ingresos, su política democrática… si no  nos movilizamos como inmenso río humano de conciencias que se  activan y convergen estimuladas por el aguijón de NO MATARÁS. Esa es la fiesta nacional del 5 de julio para independizarnos de todo despotismo.

No hay moral ni ética que pueda renacer fuera de esta actitud radical en defensa de la vida, y la política y la economía no son separables de esta conciencia. Por eso todo el variado liderazgo espiritual del país y la ciudadanía entera, deben movilizarse con conciencia  decidida al cambio económico, social y político.

Ese mismo renacer de la conciencia nos debe llevar a la apertura a los “otros”, a  quienes creyeron que esta “revolución” era el verdadero camino para que en Venezuela los pobres tuvieran un puesto central y reinara la vida y la esperanza en millones de excluidos. Esa promesa ha sido desmentida trágicamente por los hechos. Ni desde el gobierno, ni desde la oposición podemos ser sordos a la voz de Dios que nos dice NO MATARÁS y AMA AL PRÓJIMO COMO A TI MISMO.

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