No hay retroceso posible
No exagero al decir que esta es quizás la más difícil y delicada de todas las columnas escritas en mis ya largos cuarenta años como escribidor. Imagino que todos entienden lo que quiero decir. Esta semana es crucial para el presente y futuro de Venezuela. Demasiadas cosas están siendo sometidas a pruebas definitivas. Mantengo firme la fe y la esperanza alrededor de la salida a esta tragicomedia. También en la confianza de disponer de todo cuanto necesita el país para avanzar hacia un destino mejor. Ojalá y no falle la voluntad de quienes tienen la responsabilidad de dirigir las acciones. El pueblo, una vez más, pareciera estar por encima de un liderazgo relativamente contradictorio, aunque el objetivo final sea el mismo. Hay de todo. Buenos, regulares y unos cuantos ejemplares deplorables. Pero, no es tiempo de hacer el inventario. Todo lo contrario. Imprescindible profundizar la tarea de la unión por sobre todas las cosas.
El régimen está mal. Muy mal. Sus dirigentes desesperados ante la eventual pérdida del poder político y económico acumulado en estas casi dos décadas. Necesitamos reivindicar lo político como apostolado al servicio de terceros y no solamente como instrumento para alcanzar poder y riquezas. Este régimen ha tratado, con éxito parcial, de ensuciar la política poniéndola al servicio del clientelismo y del dinero mal habido. Principios y valores eternos que alimentaron todas nuestras luchas son inexistentes para quienes detentan el poder y duermen tácticamente (¿?) en muchos compañeros que tendrían que estar jugándoselo todo por la Libertad, la dignidad de la persona humana, la perfectibilidad de la sociedad civil y la justicia social como instrumento para alcanzar el bien común. Menos mal que la gente, el ciudadano común, está tan claro que se convierte en el protagonista fundamental arrastrando a la dirigencia a dar la batalla decisiva que, a mi juicio, ya empezó.
A lo largo de mi vida pública siempre he tratado de visualizar los peores escenarios posibles y prepararme para afrontarlos. Si no se dan, pues gracias a Dios, pero si se dan que no me sorprendan. Este es el caso actual. Ojalá no lleguemos a un enfrentamiento tipo guerra civil atípica, pero está a las puertas. Más de cien asesinatos políticos, millares de presos y exilados, represión abierta y encubierta, insultos a granel y amenazas de todo tipo, son expresiones que tienen alerta a la comunidad internacional, entre otras cosas, por el peligro que la situación venezolana significa para el vecindario. Hasta Cuba guarda un extraño silencio que sirve para encubrir muchas de sus acciones, pero también asoma el pragmatismo ante un desenlace no deseado pero imposible de evitar.
Este régimen es el supremo responsable de cuanto pueda suceder. Hay que sustituirlo para dar la bienvenida a un futuro mejor.