No fue magia, Cristina
«Con el totalitarismo no existe el debate, ni el pacto, ni el apaciguamiento. Al totalitarismo no se le convence, se lo vence. … Es decir, hay que hablar claro, poner fin a la confusión y reaccionar con firmeza» Pilar Rahola
Mauricio Macri se ha recibido, este verano y con honores, de político y, por ello, resulta más repugnante el modo en que el kirchnerismo continúa intentando ejercer su oposición al Gobierno. Y utilizo sin pudor ese calificativo porque ha sido precisamente su auto-exiliada líder y su extinto marido quienes han causado todos los males que hoy aquejan a la República, a su economía y, por ende, a la sociedad toda. Nada de esto ocurrió por magia; por el contrario, todo lo que sucede hoy ha sido planificado y ejecutado hasta diciembre con esmero y dedicación, y formó parte del proceso de latrocinio y corrupción más terrible que haya ocurrido en la Argentina. Ni siquiera la positiva ruptura de los bloques del ¿Frente para la Qué? en el Congreso parece haber servido para que sus totalitarios sicarios cedan en su pulsión destituyente.
La buena noticia proviene de la Corte Suprema, que ha decidido hacer público la lista de causas por corrupción que involucran a los ex-funcionarios y, quizás, a sus cómplices privados. La ciudadanía sabrá así, que la Justicia se ha puesto finalmente las botas, y que avanzará en la investigación, juicio y condena de los responsables, aunque llame la atención que haya sido nada menos que Oyarbide uno de los primeros en, por olfato, cambiar de actitud.
El kirchnerismo, absolutamente adrede, nos hizo perder la calidad de auto-suficientes y exportadores de hidrocarburos e intentó congraciarse con la clase media urbana mediante la populista medida de congelar las tarifas. Mientras que durante la década anterior se realizaron grandes inversiones, la crisis que acompañó su final dejó una gran capacidad ociosa en producción, transmisión y distribución de electricidad; pero, cuando de la mano de la soja, comenzó el crecimiento nacional, ese stock se consumió y las tarifas dejaron de retribuir adecuadamente los costos, por lo cual no hubo nuevas inversiones, bloqueadas además por el cepo cambiario. De allí a los habituales cortes del suministro no hubo más que un paso.
Mientras intenta generar el descontento ciudadano -ver el manual de micro-militancia que el ¿Frente para la Qué? distribuye- no explica cómo debería hacer el Gobierno para, al mismo tiempo, mantener congeladas las tarifas de algunos privilegiados, mientras el resto del país debe pagar hasta cuatro veces más por el mismo suministro, y evitar las interrupciones del servicio, y todo ello en el marco de un país que quiere y necesita volver a crecer, es decir, que demandará más energía. La magia, en este caso, se la están pidiendo a Macri, como si un gobierno que lleva menos de sesenta días en el poder fuera el responsable de doce años y medio de calamidades.
Entre éstas se destaca la colonización del Estado en sus tres niveles, que llevó a la incorporación de tres millones de empleados públicos en los años en que el matrimonio imperial ocupó la Casa Rosada. En los últimos meses de su gobierno, Cristina firmó centenares de resoluciones que, publicadas en el Boletín Oficial, significaron páginas y páginas de nuevos nombramientos, en cargos injustificados e innecesarios, cuando no inexistentes; la Cámara de Senadores, por ejemplo, tenía 6.000 empleados para atender a 72 legisladores.
Ya se sabe que el Presidente recibió un Estado quebrado, saqueado, ocupado y atado de pies y manos por las leyes que propició el kirchnerismo precisamente para lograr su propósito esencial, es decir, que Mauricio Macri abandone su cargo y huya en un helicóptero: ley «cerrojo», devolución de participación impositiva a las provincias, etc.. Sin embargo ahora, el «buenismo» progresista -encarnado en intelectuales y periodistas estúpidos y sindicalistas de izquierda- reacciona con fingido horror ante la no renovación de los contratos temporarios que privilegiaban a estos subsidiados militantes con sueldos enormes y sin cumplir ninguno de los requisitos exigidos para el acceso a los cargos que detentaban. No sólo no explican con qué fondos se pagarían sus salarios ni por qué deberían gastarse así nuestros ya excesivos impuestos, sino que parece no importarles la duplicación de funciones, la inexistencia de espacio físico, lo prescindibles que resultan esos cargos para un Estado exánime. Sólo falta que le compren a Macri un frac y un bastón, y le exijan que saque palomas de la galera.
Ese mismo «buenismo», al cual se incorporó algún nuevo funcionario (Claudio Avruj, que además se lamentó cuando algunos tribunales aplicaron la ley y otorgaron la prisión domiciliaria a algunos de los muchos militares detenidos que reunen los requisitos legales), aterrado por la reacción de los organismos de derechos humanos cooptados por el kirchnerismo, salió a «matar» a Darío Lopérfido cuando éste sostuvo una verdad simplemente matemática: los desaparecidos nunca fueron 30.000 sino que esa cifra, tal como confesara quien la inventó, fue fabricada para sostener ante las ricas ONG’s de izquierda europeas la teoría del genocidio y obtener fondos para solventar la militancia. Y ese número se impuso como un dogma indiscutible.
Sin embargo, para desmentirlo basta un pequeño dato: en el Parque de la Memoria, en la Costanera norte porteña, un muro tiene espacios para esos 30.000 nombres, pero sólo se ocuparon menos de 8.000, y eso que, para tratar de salvar la diferencia, se retrotrajo esa memoria tuerta hasta 1955 y se incorporaron a los terroristas que fueron eliminados por las propias organizaciones subversivas, se suicidaron, cayeron combatiendo contra las fuerzas armadas o murieron por la explosión de las bombas que ellos mismos portaban. Todo el tema alrededor de ese mágico número debe ser investigado por la Justicia porque permitió un singular negocio de más de US$ 3.000 millones en indemnizaciones a cargo del Estado, repartidas bajo un manto de secreto. Ni un sólo desaparecido puede ser justificado, pero de allí a lucrar con los derechos humanos -sólo para los subversivos y sólo para esa época-, y robar el dinero del Estado, como hicieron Hebe de Bonafini y Sergio Shocklender con sus «Sueños Compartidos» o Milagro Sala con la Tupac Amaru, hay un abismo.
Por ello no puedo pasar por alto la extraña actitud del Obispo Jorge Lozano, quien se manifestó preocupado por la detención de ésta, imputada de graves delitos comunes, mientras la Iglesia calla ante la situación de los dos mil militares presos para los cuales, como lo demuestran los 335 muertos en cautiverio, no hay derechos humanos que valgan ni discriminación alguna que no les sea impuesta.
Parece que ahora Macri ha comenzado a desoír a quienes le recomendaban no hacer el inventario real y detallado de cómo es la situación del Estado que le ha dejado el kirchnerismo por temor a perder el interés de los inversores extranjeros; aparentemente, el discurso del 1° de marzo será duro, y eso es lo mejor, dado que sólo podrá mantener los altos índices de aprobación con que hoy cuenta -esenciales para el ejercicio del poder- diciéndole la verdad a una ciudadanía a la cual, al menos por un tiempo, sólo podrá ofrecer las dolorosas y antipáticas, pero imprescindibles, medidas necesarias para sacarnos del pozo en que nos sumergió la «magia» de ambos Kirchner.