No es dictadura. ¡Es tiranía!
Muchas veces los conceptos confunden. Pero no tanto por la precariedad de quienes una primera vez son sorprendidos por las exigencias del manejo conceptual correspondiente, como por instrumentaciones o comprensiones con tendencia a solaparse. Aunque pueda suceder en algunos casos o con ciertos conceptos. Esto ocurre, con mayor frecuencia, cuando para un mismo término, hay acepciones que tienden a disfrazar consideraciones asignadas a realidades diferentes.
La dinámica expresiva, sobre todo en el ámbito de la praxis política, infundida por la movilidad social y la aceleración de circunstancias políticas a instancia de necesidades culturales, obliga a que acontezcan permutaciones del lenguaje. Pero no siempre, coincidencias de esta naturaleza, se suscitan con la premura que marcan los problemas que se dan en el marco de una situación en particular, como en efecto puede calificarse lo que vive Venezuela a consecuencia del desorden político-administrativo y político-ideológico que tiene aturdida a su población. Especialmente, aquella de pensamiento y actitud democrática.
A decir por las precisiones que toca la teoría política de cara con las nuevas y exigentes realidades, no deben verse sinónimos los términos: dictadura y tiranía. Posiblemente, la interferencia dada con el concepto de despotismo, pudiera devenir en lo que la jerga tiende a comprender. Sin embargo, deben hacerse varias aclaraciones. Por ejemplo, la dictadura si bien es una situación de fuerza, al igual que lo que sucede en el terreno de una tiranía, hay variables que separan dichos conceptos.
Lo primero a precisar, es lo siguiente. Debajo de una tiranía no se esconden ni tampoco se disfrazan argumentos de los cuales se vale un régimen político para ejercer la represión como recurso de su acción o gestión gubernamental. Por su parte, la dictadura, pudiera no contenerlos como elementos de razón política. Pero aún así, de tenerlos, sería mediante trazados de leyes o normativa dirigida a reivindicar condiciones de presunta seguridad en provecho de su presunta estabilidad.
En cambio, en medio de una tiranía, el régimen no se toma molestia alguna para encubrirlos con la justificación legal que pueda argüir a instancia de la coyuntura o la conveniencia. Así procede sin recato o consideración alguna pues sus medidas son frontales. O mejor dicho, viscerales por cuanto no escatima el uso de la represión para alcanzar lo que a primera vista distingue con su socarrona mirada de carroñero de la política. Es su carácter.
Lo que está viéndose en Venezuela, no escapa de esta calificación por lo que no es equivocado calificar la realidad política nacional de “tiranía” al mejor estilo de las que se permitieron o alcanzaron en épocas crudas e implacables.
Lo que hoy define al régimen venezolano, supera cualquier evento político cometido a la distancia histórica. Solamente puede compararse con la fiereza de regímenes despiadados que con horror y perversión, azotaron -sin medir consecuencias de ninguna naturaleza- la institucionalidad que pretendía razonarse con base en objetivos perfilados desde la teoría de la democracia. Objetivos éstos, además, construidos a merced de necesidades que sólo son activadas por las pautas ideológicas aducidas por el desarrollo económico y social del cual tanto se ha valido la democracia para garantizar políticas de libertad.
De ahí que no es difícil inferir lo que arriba se describe. Por tanto, las presentes realidades dan cuenta de que lo que vive Venezuela, es particularmente obsceno politológica y socialmente hablando. Deberá entonces reconocerse que lo que padece Venezuela no es dictadura. ¡Es tiranía!