Niños que mueren, niños que matan
“Perece una población innumerable.
Y los niños, a quienes es negada toda compasión,
Yacen en el suelo heridos de muerte sin ser llorados…”
Antiestrofa 2, Edipo Rey, Sófocles
Puñales en las manos de niños y niñas de 8, 10 y 15 años en la madrugada de Sabana Grande, para matar o defenderse, dibujan un nuevo cuadro de espanto que se cuelga en la galería del inframundo caraqueño. Cada vez más los chicos son protagonistas de nuestra tragedia colectiva. Ya los hemos visto hurgando por alimentos en vertederos de basura. También en crónicas de muerte por desnutrición en clínicas de la provincia, o como pacientes de microcefalia en el Hospital J. M. De los Ríos, junto a sus madres desconsoladas al oír de la Ministra de la Salud que la neurofisiología no es prioritaria. También a neonatos acomodados en cajas de cartón en el hospital de Barcelona; o a pequeños desmayándose por carencia alimentaria en las escuelas, como se lo espetó una jovencita al aturdido Golem durante una cadena presidencial.
Antes, eran niños de la calle, ahora, los gestados durante el nuevo milenio, son también niños de la noche y del crimen, del hambre y de la barbarie. Son las víctimas de un discurso de mentiras, de la desmesura de ese titán embaucador que les prometía hogar y protección, educación y diversión y que, en su cháchara de cinismo, llegó a empeñar su nombre si no les daba a todos hogar seguro. Esas manos de niños, vacías de juguetes y de libros, que ahora empuñan puñales y pistolas, se nos antojan como un pase de cuenta.
Estamos llegando al horror, al corazón de las tinieblas de esta pesadilla de dieciocho años sin finitud en su proyección de sombras. Un estado de cosas que nos exige a todos reaccionar con algo más que con ojos atónitos…