Ningún día mejor que el anterior
Por Santiago Carnevali-Goitía
Nacimos «En Revolución». Nunca conocimos otro sistema, ni vimos a alguien más ejerciendo el poder durante mucho tiempo. Entendimos como normales muchas cosas que luego la literatura y la historia nos enseñó que no lo eran. Somos, verdaderamente, una generación superviviente a los años rojos.
Es muy difícil discernir si nos acompañaba una fuerte e invencible esperanza o acogíamos a los vientos de cambio que pasaban sin pensar en quedarse. Nos metimos muy jóvenes en política, y sin duda habremos salido de ella también muy temprano para abogar a un cambio de las mismas usanzas. No se trató, ni se tratará nunca, de militar en un partido político.
Somos esa generación de estudiantes que luchaban en las aulas y en las calles, frente a cátedras de historia muy distintas a lo que vivíamos y frente al plomo y al gas. Somos los que nos fuimos y los que nos quedamos. Somos los que sucumbieron a la opresión y al pavimento, los que se ahogaron emigrando, los que empacaron su vida en un morral y la echaron a andar en un autobús, a los que dispararon, los que salimos a estudiar, los que le dedicamos nuestras vidas a un futuro que no asomaba a la puerta.
Por efecto de péndulo, crecimos renegando las palabras «patria» y «pueblo», bajamos de los altares al Libertador y a los próceres, reescribimos sus proclamas, y todo ello para encarar una vez más, una libertad y un sueño que cogíamos por las crines.
Así fuimos creciendo, cultivando una rebeldía encausada, sublevandonos a la anarquía. Así fue naciendo la generación del 2000.
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