Nicolás en la Cop27
En el desarrollo de las cumbres políticas, religiosas, de gobernantes o deportivas ocurren cosas extravagantes que, por lo general, no tienen mayor incidencia en el curso del evento ni en las actividades posteriores en los países y organizaciones presentes. Eso sí, las actuaciones de algunos personajes estimulan la hilaridad y, por supuesto, abultan el arsenal de humoristas.
La Cumbre recién realizada en Sharm el-Sheij, Egipto, sobre el Cambio Climático y Preservación del Medio Ambiente no podía ser la excepción. Se midieron los avances logrados desde la última y se aprobaron metas a ser cumplidas; nadie conoce la dimensión de los avances ni cuando se lograrán la nuevas metas, pero allí quedaron establecidas magnitud y fecha de evaluación.
Los representantes de los países subdesarrollados, sin excepción y como es de costumbre, señalaron a las potencias económicas como principales depredadores del ambiente, que lo son, y de no desarrollar proyectos eficientes de largo aliento para detener la catástrofe en ciernes; culpables de no minimizar las emisiones de monóxido de carbono en el más corto plazo que la emergencia reclama, aun siendo quienes más contribuyen al deterioro del ambiente y en la precipitación de la fecha de extinción de la vida en el planeta. Todo muy bien, incluida estimación presupuestaria. El año entrante asistiremos al reestrenamo.
Pero no es tan sólo la preocupación por el acelerado deterioro del medio ambiente. La magna asamblea, por su representatividad, se presta para reuniones privadas entre presidentes o sus representantes, en las cuales se construyen las bases de acuerdos bilaterales.
También hacen acto de presencia quienes solo demandan financiamientos para el desarrollo que, sin temor a equívocos, no serán evaluados debidamente y terminarán engrosando las cuentas de corrompidos ¿líderes? y que ocuparán el tiempo que media entre una y otra Cumbre, denunciando la gula económica-financiera de los países desarrollados. Claro, existen las excepciones.
Pero hay algo más. Dentro de esa “fauna político-diplomática” mundial, conviven elementos capaces de distender las tenciones, sin que dejen de ser impertinentes y extraños al contexto diplomático. Ninguno de los asistentes conoce de ellos más que sus arbitrariedades como gobernantes hegemónicos. Bien, pero como son varios y según la expresión popular “los mochos se arrejuntan para rascarse”, hacen mucha bulla y hasta les dan la palabra para que ocupen el podio de oradores. Pero como su insustancial discurso hace el milagro de vaciar el auditorio, entonces comienza a moverse, igual que “ánima en pena”, tendiendo emboscadas a los líderes mundiales con el único objetivo de la fotografía.
Así vimos al infeliz Nicolás, como navegando en aguas que le son procelosas, implorándole a sus babalaos que le proporcionaran éxito en algunas de las emboscadas que se proponía realizar. Y se hizo el milagro. Acorraló a Macron y se introdujo en un salón donde Jhon Kery sostenía una reunión privada. Con todo y lo lamentable que pudieron haber sido las andanzas de Nicolás, buscando a quien estrechar la mano, en el marco de la magna cumbre y en presencia de dignatarios cuya importancia está fuera de discusión, no pueden ser comparadas con el bochornoso espectáculo de las emboscadas tendidas al representante de USA y al Presidente de Francia.
Sin embargo, hay un algo más. La mentira disparada a la cara de la humanidad, cuando levanta la voz y señala con índice acusador a quienes hace responsables principales de las emisiones de gases de efecto invernadero, mientras con oído sordo y mirada perdida se hace el “loco” ante el descomunal ecocidio que se perpetra en la amazonia venezolana. Está siendo devastada por la extracción incontrolada de oro. En Puerto Ordaz se comenta, para mayor vergüenza, que el delito lo dirigen altos oficiales de la Fuerza Armada.