Ni paz ni democracia
En Venezuela hay cualquier cosa menos paz y democracia. Por eso mismo, es que la abrumadora mayoría de la población aspira a vivir en un país en el que prevalezca la paz y la democracia. Pero la hegemonía que sojuzga a Venezuela no está interesada en ello, sino solamente en preservar el poder para seguir depredando a la nación. Eso es lo que explica el despotismo, la represión y la violencia que signan sus ejecutorias.
En este contexto, una vez más el Papa Francisco se pronuncia públicamente sobre la tragedia venezolana y exhorta a encontrar una solución pacífica y democrática a tal situación. Para que pueda abrirse, siquiera, un camino pacífico y democrático hacia la solución de la mega-crisis política, económica y social que abate al país, es requisito indispensable la renuncia constitucional de Maduro. Es cuestión de pura lógica: si el causante principal de los problemas es él, no puede haber solución posible a los mismos, con él.
Tengo la aspiración de que el Papa Francisco se convenza al respecto. Las evidencias para ello son abrumadoras. Y además la alternativa de la renuncia es plenamente constitucional, luego puede ser una salida que nos conduzca por una transición hacia la paz verdadera y la reconstrucción de la democracia. La Conferencia Episcopal Venezolana (CEV) es el apoyo más importante que tiene el Papa Francisco para calibrar debidamente estas realidades.
En el ambiente nacional están manifestándose algunas iniciativas que buscarían facilitar un “entendimiento nacional”, entre la hegemonía y la oposición, para que el país pueda andar hacia la paz y la democracia. Este tipo de emprendimientos son de vieja data en lo que respecta al siglo XXI, incluso algunos de ellos han culminado en acuerdos públicos, notorios y comunicacionales, con avales internacionales.
¿Y qué pasó después? ¿Nos acercamos a la paz o fuimos sumidos en la violencia de la hegemonía roja? ¿Transitamos el camino hacia la democracia, o el poder establecido se hizo más anti-democrático? Las respuestas son tan obvias, que, precisamente porque no hay ni paz ni democracia, es que se plantea, por enésima vez, un escenario de diálogo a ver si por fin se avanza en una dirección positiva.
Sinceramente, me gustaría esperar que fuera así, pero no lo creo. Primero, porque la experiencia fallida de estos años lo indica. Segundo, porque las mafias no ceden sus privilegios y sus territorios, por obra de la habilidad negociadora de nadie. ¿Esto significa que el “juego está trancado”? No. No significa eso. Pero no debemos crear falsas expectativas ni dejar de poner los pies sobre la tierra. En todo caso, para que Venezuela pueda encaminarse hacia la paz y la democracia, tiene que superarse la hegemonía.