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Ni Juan Vicente Gómez

Maduro desarrolla una batalla campal contra la Ley de Amnistía y Reconciliación Nacional, parece decidido a que los presos políticos mueran en las cárceles, y a que los exiliados jamás retornen a Venezuela. Aunque es conocida su calidad humana, de todos modos sorprende esa insensibilidad. Juan Vicente Gómez, un tirano primitivo implacable, después de mantener presos durante unos meses en el Castillo de Puerto Cabello a un grupo numeroso de estudiantes que participaron en jornadas ruidosas de protesta contra la tiranía, durante la Semana de los Estudiantes en 1928, los puso en libertad. Por cierto, en aquellos tiempos no existían las Naciones Unidas ni los otros organismos internacionales de resguardo y defensa de los Derechos Humanos.

Maduro lo moteja de “monstruo de Ramo Verde”, aunque todo el mundo sabe, dentro y fuera de Venezuela, que Leopoldo López es un joven luchador político de limpia y positiva hoja de servicios, fundador del partido Voluntad Popular que compite en la arena política nacional. En ese carácter organizó una marcha pacífica el 12 de Febrero del 2014, Día de la Juventud. Los manifestantes permanecían frente a la Fiscalía General de la República en el Parque Carabobo, en espera de que la funcionaria recibiera una comisión de estudiantes que le haría entrega de un documento. Sorpresivamente estallaron disparos que hirieron de muerte al estudiante Bassil Da Costa.

El gobierno, precipitadamente, señaló como culpable a Leopoldo López. Como a nadie le falta Dios, afortunadamente un manifestante había tomado imágenes en la que aparece, con el uniforme y la gorra del Sebim, pistola en mano, el agente que hizo los disparos.

A pesar de una evidencia tan contundente, con tenacidad e inescrupulosidad totalitarias, Maduro insiste en acusar a Leopoldo López. Le amañó un expediente, y, una jueza complaciente, la doctora Susana Barreiros, lo sentenció a 13 años, 9 meses y 7 días de cárcel. Más tarde las revelaciones sensacionales del fiscal Franklin Nieves confirmaron su inocencia.

Aquella marcha pacífica del 12 de Febrero del 2014 fue el punto de partida de una arremetida feroz contra el movimiento estudiantil, ejecutada por cuerpos policiales y por los temibles colectivos paramilitares armados, con el saldo trágico de 43 estudiantes muertos. Algo realmente inaudito.

Exagerando el descaro y el desprecio por la opinión de los venezolanos, el gobierno ha venido progresivamente, lentamente, cargándole a los propios estudiantes la culpa de aquellas muertes. Concretamente se las achaca a las “guarimbas”. Los venezolanos todos sabemos que eso es mentira y recuerdan que José Odreman, líder del Colectivo 5 de Marzo, los puso en evidencia. Por lo demás, es característico del modelo totalitario comunista ese desprecio por la verdad y la dignidad humana. Lo estamos viendo en Cuba, y lo vimos en la Unión Soviética de Stalin.

Recuérdense el caso de los pistoleros de Puente Llaguno, a quienes se les vió disparando frenéticamente contra el pueblo que venía marchando desde la Av Baralt; y el gobierno los transformó en héroes, mientras que condenó a varios años de prisión a los funcionarios Simonovis, Forero y Vivas, quienes todavía tienen casa por cárcel por las enfermedades graves desarrolladas por el prolongado secuestro en calabozos sin ventilación.

Los 43 estudiantes asesinados en aquellas manifestaciones del 2014 son héroes de la democracia, cuya memoria debe permanecer viva en el recuerdo de los venezolanos. Impedir que se sumerjan en el olvido es obligación del movimiento estudiantil.

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