Necios en el sillón de Roscio
Casi todo el mundo sabe que Juan Germán Roscio fue el principal redactor del Acta de Independencia de julio de 1811. Otros saben también que, siendo doctor “en ambos derechos”, contribuyó mucho en la redacción de nuestra primera Constitución. Muchos menos saben que Monteverde lo apresó junto con siete patriotas más —a quienes identificaba como los «ocho ilustres monstruos»— y los remitió a España, desde donde los mandaron a una prisión en el norte de África; que se escapó de ese presidio, y que desde que recuperó la libertad, trabajó con el Libertador para la creación de Colombia la grande, y que le llegó la muerte cuando ayudaba a organizar el Congreso de la Villa del Rosario. Pocos, muy pocos, saben que fue nuestro primer Secretario de Relaciones Exteriores.
Después, fueron cancilleres algunos compatriotas muy cultivados, de gran saber, versados en la diplomacia, caballeros a carta cabal, de excelentes modales y que pusieron a Venezuela muy en alto por sus actuaciones meditadas, bien fundamentadas y siempre comedidas. De ese conjunto, vale la pena resaltar unos pocos. Empecemos en el siglo XIX por Pedro Gual. Luego de haber sido gobernador de Cartagena, Bolívar lo escoge como el primer ministro de Relaciones Exteriores de Colombia; él es quien logra el reconocimiento del nuevo país por parte de los Estados Unidos e Inglaterra; fue uno de los organizadores del Congreso Anfictiónico de Panamá. Disuelta la Gran Colombia, fue presidente provisional de Venezuela en tres ocasiones. Y es quien pronunció una de esas frases memorables de Venezuela, su recriminación a un conjurado que lo arrestaba: “¡Tan joven y ya traidor! ¡Con hijos y tener que legarles un crimen! ¡Lástima me da usted, señor!”. Frase con la que, por cierto, pudiese apostrofarse a más de uno en estos tiempos… De esa misma madera fue Santos Michelena, canciller en el primer gabinete de Páez, negociador del tratado de delimitación con Colombia (el Pombo-Michelena) que —a pesar de lograr para Venezuela mucho de lo que ahora son los departamentos de Arauca y Casanare en Colombia— fue rechazado por el Legislativo venezolano. Michelena fue uno de los asesinados en el asalto al Congreso ordenado por Monagas en 1848. Tuvimos a un Fermín Toro, el primero en solicitar el regreso de los restos del Libertador, en 1832, cuando todavía se denigraba de Bolívar en Caracas; quien presidió diez años después la comisión para organizar las honras fúnebres al Padre de la Patria; plenipotenciario para firmar el Tratado de Paz entre Venezuela y España, varón bien testiculado que originó otra frase célebre entre nosotros: “Díganle al general Monagas que mi cadáver se lo llevarán, pero que Fermín Toro no se prostituye”. Muy diferente a algunos actuales…
En el siglo XX, uno puede mencionar a Marcos Falcón Briceño quien fue el artífice para la firma del Acuerdo de Ginebra sobre delimitación con Guyana. Su brillante discurso ante las Naciones Unidas sobre ese tema debiera ser puesto de moda otra vez, porque este régimen sigue la misma posición entreguista que caracterizó al de Boves II. O a Arístides Calvani, eximio catedrático en Lógica y Filosofía del Derecho (uno de los mejores profesores que yo haya tenido jamás); canciller de lujo y muerto antes de tiempo, cuando todavía podía seguir dando luces en derecho con su sapiencia y en moral con su ejemplo. O a Simón Alberto Consalvi, buen historiador, sagaz periodista, prolífico escritor, político de altura, embajador varias veces, canciller en dos ocasiones, fue a quien le tocó enfrentar (y tener éxito) el grave incidente de la corbeta Caldas.
Todos los anteriores, políglotas, bien educados en universidades de nombradía mundial, caballerosos pero exigentes cuando les tocaba, conocedores de la tarea que les habían encomendado. Ninguno de ellos dejó mal parado el nombre de Venezuela en foro internacional alguno. Pero ahora, en el siglo XXI, no podemos decir lo mismo. El primero fue José Temiente Rangel, maniobrero —uno no sabe de quién está más enamorado, de sí mismo o de los reales—, el adalid del pobrediablismo en Venezuela. De todos los que en estos largos dieciocho años han tenido la osadía de sentarse en el puesto de Roscio, el único que tiene conocimientos de la materia es Roy Chaderton, pero su supina personalidad y su despreciable tendencia lo han hecho traidor a su educación y, lo que es peor, a sus formadores. Es la mejor demostración de lo cierto de aquello de que “el talento, sin probidad, es un azote”. Del ilegítimo más vale no comentar; solo repetir lo que todos sabemos: que en sus casi siete años en la Casa Amarilla no aprendió nadita de nada. Y que lo más notable de su desempeño fue su actuación como chofer de Zelaya.
Y llegamos a Delcy Eloína, la ridiculez en pasta. Las buenas universidades por las que pasó no pasaron por ella. Su aspereza e indelicadeza ya la inhabilitarían para el cargo, pero ya sabemos quién la escogió…. El otro nombre del derecho internacional: ius gentium, derecho de gentes, pero esta —por la ordinariez con la que ha irrespetado a los presidentes de Perú y Argentina— gente no es. Menos mal que la acaba de poner en su sitio, el jefe del gabinete del gobierno argentino. Luego del show montado por ella cuando no la dejaron entrar a la brava en una reunión a la cual no había sido invitada, y donde aseguró que era una venganza personal del presidente Macri, la sentó de rabo: “Los argentinos estamos acostumbrados a este show mediático, porque vivimos 12 años con ese tipo de cultura de poder», hacía referencia a lo usual bajo los Kirchner, igualitos a los rojos de aquí en lo populistas, ramplones y ladrones del erario. Y dijo más: “No nos sorprende porque esa violencia, ese autoritarismo, esa prepotencia es la forma en que han manejado Venezuela al punto de llevarlos a una terrible situación en la que están hoy”. Chapeau…