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Nadie escarmienta en cabeza ajena…

Esta verdad de Pero Grullo fue lo que me vino a la mente cuando leí un titular que preguntaba: “¿Por qué cinco millones votan a Podemos?”. Se la hacía Joaquín Vila en un artículo reciente publicado en “El Imparcial” de España, el diario que preside el académico Luis María Anson. El autor se queja de que “los programas basura (rosa o política) arrasan en televisión (…) la inmensa mayoría de la audiencia está atrapada por esos programas donde impera el griterío, los navajazos o los lagrimones (…) eligen esos espacios, pese a que la parrilla televisiva actual tiene mejores programas (…) sirven para explicar lo inexplicable: que cinco millones de españoles hayan votado a Podemos. Y ha ocurrido porque esos cinco millones de españoles se han quedado en la cáscara de lo que supone este partido para el futuro de todos. Están hipnotizados por el inteligente marketing político que han inyectado desde las televisiones, por los gestos desafiantes al poder, por la chulería al Estado, por el olor a revolución romántica, por los puños en alto en el Hemiciclo (…); esto es, se han tragado la demagogia”. Vale decir, que los ibéricos están empezando a sufrir lo que nosotros tenemos padeciendo 17 años y pico.

Cuando estos rojos accedieron al poder en 1999 fue porque la esclerosis y la corrupción de los partidos tradicionales dieron pie para que apareciera la antipolítica azuzada por un histrión mentiroso y amenazante que logró obnubilar al gran grueso de la población con mensajes que iban desde la redención social de los más necesitados hasta el freimiento de las cabezas de los adecos. Supo muy bien ocultar bajo un ropaje romántico el comunismo galopante que lo movía. Porque no hay nada mejor para esconder algo que dejarlo bien visible. Y lo que se veía a todas luces es que había sido embelesado por el valetudinario dictador cubano. Hoy, como resultado de ese enamoramiento, ha tocado aguantarnos un régimen donde abundan los ignorantes que han acabado, no solo con las reservas monetarias, sino con la armonía social y el comercio ordenado y abundante y los ha reemplazado con el odio entre paisanos, la escasez, la ruina y los asesinatos por motivos fútiles. Aquí, para ponerlo en las palabras de Vila, hay unos mangoneantes que “están en el pleistoceno político y se creen la vanguardia intelectual”.

Lamento que en el futuro de España, si se da el chantaje que intenta Pablo Iglesias, todo lo que se ha adelantado en recuperación económica, disminución del desempleo y buenas relaciones internacionales se vaya al traste. Porque la receta populista, admitámoslo, es tentadora: vivir de las riquezas del erario, sin trabajar; con todos los derechos y ningún deber; adueñándose impunemente de lo que es ajeno. A la larga, como nos ha sucedido aquí, vienen: el relajamiento general, el desconocimiento de las obligaciones cívicas, el decaimiento empresarial que lleva a la devastación económica, al aumento del desempleo y a la pérdida de las libertades de todo orden, no solo las económicas. Al mismo tiempo que nosotros, en Argentina se montó un populismo desenfrenado que quebró al país, primero con Kirchner y luego con la viuda —por cierto, al igual que con el “sembrado” de por aquí, por allá no está clara la causa de la muerte del bisojo; asegún dicen, fue de una plomonía. Parece mentira que, en uno de los países más avanzados de Suramérica, por su cultura más que bicentenaria, por sus buenas instituciones educativas de tercer nivel, se haya llegado tan bajo en política. Al igual que aquí (y lo que sucederá en España si los asesores de Chiabe logran su extorsión), en la Argentina bajo los K se empezó a repartir la riqueza antes de haberla producido; todo por obtener los votos de la gente que más abunda: la más sencilla de mente, la menos instruida, el populacho que ellos llaman “el pueblo”. Y como buenos herederos de Perón, al igual que los de aquí, los argentinos hacían (hacen) ostentación de las fortunas que sisaron desde el poder. Evita le hablaba a sus “descamisados” adornada con gargantillas de diamantes y tapados de pieles. El descaro más absoluto por la creencia que tienen de que nunca los alcanzará la justicia. Tipo Pedro Vuitton Carreño, por ejemplo.

Lo que llama la atención es que la hipnosis populista televisiva apuntada hacia las masas sirve a izquierdas y derechas. Por ella, uno se encuentra con lo que ha avanzado en la carrera hacia la Casa Blanca un prejuicioso como Trump, la expresión más jingoísta que ha producido el Partido Republicano; y que en Polonia ya impera un derechismo de uña en el rabo. Pero donde es más notorio es en las extremas izquierdas: en Grecia gobierna Tsipras, otro alumno (al igual que Boves II y el ilegítimo) de Iglesias; en nuestro continente abundan los desmandados como Ortega, Correa, Morales, Rouseff. Se ve que no es solo en Venezuela que los truhanes analfabetos pero con exceso de audacia —recuerden: “la ignorancia es atrevida”— son capaces de triunfar.

Remato con otra frase de don Joaquín: “Pues no hay otra explicación a lo dicho. España, como el mundo, está llena de idiotas”.

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