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“De las guerras sólo pueden salir intactos los que tienen la  fortuna o la astucia de no promoverlas, sufrirlas ni librarlas”. Lorenzo Silva

El “Pacto para el Futuro”, que apoyaron 143 países y se presento en Naciones Unidas, me recordó una canción de Joan Manuel Serrat: “… no pierden ocasión de declarar públicamente su empeño en propiciar un diálogo de franca distensión que les permita hallar un marco previo que garantice una premisas mínimas que faciliten crear los resortes que impulsen un punto de partida sólido y capaz, de este a oeste y de sur a norte, donde establecer los lazos de un tratado de amistad que contribuya a poner los cimientos de una plataforma donde edificar un hermoso futuro de amor y paz”. Se trata una serie de meros enunciados que integran la Agenda 2030, teóricos e irrelevantes por la vaguedad de los postulados (luchar contra el hambre y por la educación). Javier Milei fue criticado porque, gratuitamente, nos dejó del lado de los malos. Los países centrales que lo respaldadaron, principales actores del calentamiento global y padres del colonialismo salvaje en Africa, pretenden sugerir políticas conservacionistas o de reducción de la población a las naciones más pobres, sin proponer –salvo Italia, que sí lo hizo- una receta para paliar las crisis humanitarias que motivan migraciones masivas, que tanto los afectan.

Desde la crisis de los misiles en Cuba, en 1962, la humanidad no se había acercado tanto al apocalipsis nuclear y las mismas Naciones Unidas, el organismo creado para garantizar la paz al finalizar la terrible II Guerra Mundial, perdió el rumbo y confirma todos los días su incapacidad para cumplir ese objetivo. Hoy es un mero un teatro lírico en el cual los gobernantes cantan grandilocuentes principios que pretenden imponer a las naciones más débiles, luego de haber aprovechado, en sus propios países, su inexistencia durante muchos años. Más adelante volveré sobre el tema.

Por supuesto, las preocupaciones más agudas se refieren a las terribles derivaciones del ataque terrorista de Hamas del 7 de octubre de 2023 a Israel, y a la guerra de conquista que lleva adelante Rusia sobre Ucrania. La impensada resistencia de Volodimir Zelensky aguó el sueño de una rápida victoria de Vladimir Putin y no se vislumbra una paz inminente. El país agredido, que ve cómo le machacan su infraestructura y se diezma su población, cuenta con el respaldo de Occidente, aunque debe pedir permiso a sus proveedores de armas estratégicas para utilizarlas contra su agresor, y el déspota ruso ha advertido reiteradamente que, de ser concedido, desatará un cataclismo nuclear.

Su economía quedó devastada por el monumental fracaso que significó la planificación soviética y, a más de tres décadas de la caída de la URSS, el PBI aún no se ha recuperado y se asemeja al de Italia. Por ello, el neo-zar ha debido recurrir al apoyo de Xi Jinping, aunque China siempre detestó a Rusia, y de Corea del Norte, donde Kim Jon-un lleva invirtiendo siderales sumas en sus programas balísticos de largo alcance a costa de la hambruna generalizada de todo su pueblo, aplastado por su dictadura sanguinaria.

En busca de los criminales militantes de Hamas que asesinaron, violaron y secuestraron (aún retienen a más de cien de ellos) a tantos jóvenes en una fiesta, Israel invadió la Franja de Gaza, refugio de los terroristas. La dura represalia, a su vez, derivó en ataques de Hezbollah, desde Cisjordania y el Líbano, sobre el norte del país. Ambas milicias, entrenadas y armadas por los ayatollahs iraníes, se han transformado en peones fundamentales de los eternos conflictos entre chiitas y sunitas, ambos musulmanes, y hoy ponen en jaque al mundo entero. Benjamin Netanhayu se niega a aceptar las propuestas de cese del fuego que le han presentado muchas potencias porque está convencido que, si la guerra terminara, perdería el cargo de Primer Ministro y debería afrontar múltiples procesos por corrupción. La coalición de extrema derecha que lo mantiene parece firme, pero un fallo judicial que quitó a los ortodoxos religiosos el privilegio de eludir el servicio militar que presta el resto de los ciudadanos, produjo algunas grietas.

Durante la guerra fría entre Estados Unidos y Rusia, en los 60’s y 70’s, los conflictos se libraban en escenarios periféricos, es decir, sin agresiones directas de una gran potencia a la otra. Así, América Latina se vio sacudida por la pretensión de extender el zafio experimento de Cuba al resto de los países, algo que las fuerzas armadas del subcontinente lograron evitar. Hoy, con métodos más sofisticados (sobre todo, el narcotráfico) pero no menos sanguinarios, Venezuela, Nicaragua y Bolivia se han sumado a la dictadura castrista como cabeza de playa de los regímenes de China, Irán y la misma Rusia en la región, preanunciando nuevos períodos de inestabilidad.

El inventario bélico actual no se agota allí. El Pacífico Sur y el Indico aportan su propia cuota de inquietud al panorama global, aunque no creo que, al menos por un tiempo, las apetencias de China sobre Taiwan, y sus enfrentamientos con Filipinas y hasta con Australia se conviertan en focos de incendio. Y Las milicias hutíes de Yemen, también dependientes de Irán, ya atacan a Israel y están poniendo en crisis todo el comercio marítimo internacional en la zona del Mar Rojo. Y, aunque no lo miremos, subsiste la guerra civil en Sudán, que ha causado cientos de miles de muertos.

Sobre el lacerante y pavoroso tema de la pobreza y la indigencia en la Argentina daré mi opinión la próxima semana. Hasta entonces, si Dios quiere.

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