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¿Miel o ajenjo?

El niño se acercó a él inocentemente, sin ni siquiera imaginarse que su presencia no sería deseada, con la espontaneidad de cualquier inocente irrumpió en el estudio de su padre. _ Papi, papi ven para que veas lo que hice. Mientras saltaba una y otra vez como rebotando sobre sus pies, alzando sus bracitos, contento por el logro alcanzado. Había estado un buen rato en silencio, quizá un par de horas, esmerándose en construir un fuerte con sus legos. Pero, papi no estaba tan contento como él, no pronunció palabra, solo levantó la cabeza, dirigió su mirada como un relámpago hacia al niño, quien pasó de la algarabía a un llanto intenso y luego a un silencio muy triste.

Es una tentación que se interpone constantemente en nuestro camino. Los nervios están crispados, el panorama sigue siendo muy turbio, nuestras mentes están exhaustas en la llamada ‘reinvención’ de nuestras vidas. No hay áreas que se encuentren indemnes, todo ha sido afectado, nuestros trabajos, nuestros estudios, nuestros negocios, la vida de iglesia, la manera de comprar, nuestros ratos de esparcimiento y, tristemente, hasta nuestras relaciones más valiosas. Añadido a la conmoción que vive el mundo entero, nosotros los venezolanos, estamos lidiando con una realidad cada día más sórdida.

Estamos atrapados, no en nuestros hogares, nos encontramos como en un callejón sin salida, en un tiempo indefinido de un gobierno perverso, ahora maquillado con pandemia. Nuestro hogar es el mejor lugar en el mundo entero donde podríamos estar, es el refugio, es el nido. Y ¿qué animal no cuida el lugar donde yace con sus crías? Debemos detenernos, pensar, enfocarnos, establecer prioridades. Nuestra familia es lo más valioso que tenemos, sería muy doloroso, hasta absurdo, que tratando de encontrar una salida dañáramos lo que más amamos. Los psicólogos nos dicen una y otra vez que somos lo que pensamos.

Quizá nuestras mentes están insistiendo en toda esa realidad innegable que tenemos extendida, como una cortina, ante nuestros ojos. Y eso está bien, el que no lo haga es quizá porque ya perdió la cabeza; no obstante, sentimos que es tiempo de recordar el evangelio: “He aquí, yo os envío como a ovejas en medio de lobos; sed, pues, prudentes como serpientes, y sencillos como palomas”. Mt. 10:16. Siempre nos ha parecido genial esta combinación de astucia con humildad, este consejo tan antiguo y tan vigente al mismo tiempo. Entonces, deberíamos pensar con detenimiento sobre lo bendecidos que somos al tener nuestro hogar y no permitir que esa realidad nos nuble el pensamiento.

¿Seríamos capaces de infligirnos dolor a nosotros mismos? No, ¿verdad? Y nuestra familia es parte fundamental de quienes somos. Nuestro hogar es demasiado valioso; al pensar en lo que tenemos, nos recuerda a la parábola que se encuentra un poco más adelante en el mismo libro de San Mateo (13). Nos relata el evangelista que Jesús les decía que el reino de los cielos era como un mercader de perlas preciosas, el cual un día encontró una perla de gran belleza; entonces, fue, vendió todo lo que tenía y compró la perla. Tu familia es tu perla preciosa, quizá su belleza se debe al mismo proceso por el cual se forma una perla.

La irritación que te causan todos esos factores externos que se cuelan en tu hogar, son, como para el molusco, todos los granitos de arena o partículas del coral que entran cuando abre la concha para alimentarse. Pero a diferencia de nosotros, que segregamos cortisol en cada mirada fulminante, en cada grito e insulto, en cada gesto de indiferencia y con cada acto de violencia, a causa de la irritación. El molusco segrega una sustancia llamada nácar, cubriendo cada partícula que le ocasiona dolor. Luego, al cabo de unos años, la causa de la irritación, ha sido envuelta y sepultada en capas de esa bella y brillante sustancia blanquecina que la transforma en una perla preciosa.

Son pequeños actos de amor cada día los que van afianzando tus pensamientos en lo bueno, lo noble, lo puro, lo virtuoso, lo alegre. Es decidir responder con la palabra amable, dulce como la miel; es guardar silencio ante la inminencia de abrir el chorro amargo del ajenjo de las descalificaciones. Es estar presente, consciente, abrazar con el corazón cuando se demanda tu atención; es aprovechar la ocasión para dejar que tu mirada transmita el mensaje del amor, mientras tus hijos o tu cónyuge te hablan. Es el lenguaje de la piel, la caricia suave que consuela el alma y también el abrazo de Oso que alegra el corazón. Es practicar el arte de la paciencia, visualizar el efecto de cada capa de nácar con el pasar de los días; es un proceso de restauración.

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