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Mediocridades engreídas, nulidades consagradas

«Somos un país de mediocridades engreídas y nulidades consagradas».

Esta frase, refiriéndose a Venezuela, la pronunció Manuel Vicente Romerogarcía hace más de cien años. Escritor con inclinaciones políticas, Romerogarcía se enfrentó primero al régimen de Guzmán Blanco, por lo que sufrió cárcel y exilios. Luego apoyó a Cipriano Castro, creyendo que sería la «solución», hecho que desechó pronto y volvió al exilio. Con Gómez también abrigó esperanzas, que tampoco le duraron mucho. Se fue a vivir a Aracataca, región del Magdalena, en Colombia, donde murió.

Más de un siglo después, la frase de Romerogarcía está más vigente que nunca. El diario vivir y convivir hace patente la sentencia que ha debido pronunciar con amargura, si no con resignación. Lástima que cien años más tarde siga describiéndonos.

El miércoles pasado regresé de Europa por Maiquetía. En el avión nos repartieron unos formularios «de salud» que debíamos llenar «obligatoriamente» pues sería exigido por las autoridades sanitarias en Venezuela. A la gente que viene de países desarrollados, con sistemas de sanidad sólidos y eficientes, les piden «certificados de salud», pero a nadie le advierten que en Venezuela hay malaria nuevamente, una enfermedad que el doctor Agustín Gabaldón erradicó en los años cincuenta, convirtiéndonos en el primer país tropical en erradicarla. Que si van para el interior tengan cuidado con las aguas contaminadas, que las fumigaciones no las hacen con los plaguicidas indicados porque para eso no hay dólares, que lo peor que puede pasarles es tener una emergencia médica en Venezuela, pues en los hospitales escasean la anestesia y los antibióticos y en los laboratorios no hay reactivos con qué hacer los diagnósticos. Esto para no hablar del dengue, la chikungunya y otros males que pululan, mucho menos mencionar la falta de remedios para enfermos crónicos.

Cuando me entregaron la fulana planilla me enteré de que existe un ente llamado «Ministerio de Redes de Salud Colectiva», con dos direcciones, así como si fueran súper eficientes: «Dirección General de Epidemiología» y «Dirección de Vigilancia Epidemiológica» ¡Cuánta cambiadera de nombres para seguir en la misma historia o peor! ¿Cuánto han gastado en eso? Nombres rimbombantes para instituciones mediocres y funcionarios también mediocres, pero además engreídos.

También me enteré de la reducción de la jornada de trabajo –dentro de poco nadie trabajará- por la «emergencia eléctrica». Hace cinco años escribí un artículo sobre cómo los egipcios no solo producen electricidad para 82 millones de habitantes, sino que también la exportan, y no tienen como nosotros selvas tropicales, sino que su país es un desierto prácticamente en toda su extensión. ¡Saquen a Jesse Chacón y búsquense a un ingeniero egipcio, si es que no quieren nada con los magníficos ingenieros venezolanos que se marchan a resolver problemas en otros países!

Pero por los vientos que soplan, seguirá Chacón jurando que renunciará si no arregla el problema en los próximos cien años, y el gobierno echándole la culpa a cuanta iguana y rata haya en Venezuela, más al imperio, cuándo no, y jamás aceptarán que fueron ellos quienes trajeron al «experto» cubano Ramiro Valdés, un hombre que controla la electricidad donde el milagro es que venga la luz y lo habitual es que no haya, para supuestamente acabar con los apagones eléctricos.

Ah, y pongan a los bolichicos a rendir cuentas sobre las plantas eléctricas que le vendieron a la nación con exabrúptico sobreprecio. ¿Dónde están? ¿Cuántas son? ¿Funcionan? ¿Hay garantías? ¿Con quiénes del gobierno hicieron negocios? ¡Hay demasiadas preguntas sin respuestas en ese tema de la electricidad! Demasiadas conjeturas sobre corrupción escandalosa, denuncias acalladas, solidaridades automáticas…

Y es que no es solo la corrupción, que ya sabemos cuánto daño hace. Son las mediocridades engreídas y las nulidades consagradas… ¡cuánta razón, Romerogarcía!

@cjaimesb

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