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Me meto, aunque sea tarde

Tanto se ha escrito ya sobre la no invitación a España, al acto de toma de posesión del cargo de presidenta de Méjico de Claudia Sheimbaum, que había decidido no entrometerme. Después de leer la “carta abierta” del historiador argentino Marcelo Gullo al expresidente mejicano López Obrador llegué a esta conclusión: “cuanto se dijera era llover sobre mojado”, en otras palabras, que era poco lo que se pudiera decir sobre el tema, pero me he tropezado con un “vínculo azteca”, que no mejicano, lo que me impulsa a intentar decir algo con propiedad, haciendo uso del conocido dicho que predica “nunca falta un roto para un descocido”.

En el Diccionario de Historia de Venezuela editado por la Fundación Polar en el siglo pasado, 1988, en tres tomos de grueso volumen, aparece el nombre de José Vicente de Unda firmante que fue del Acta de la Independencia y de la primera Constitución (1811) y Obispo de Mérida; y en la sala de la casa de mi tío Eduardo Páez-Pumar quien se dio a la tarea de escudriñar “los siete apellidos españoles de sus ocho bisabuelos” (el apellido Landaeta está repetido) figuraba un óleo de respetable dimensiones (aproximadamente un metro por setenta centímetros) no de José Vicente, que Dios nos libre de descender de un Obispo, sino de José Miguel Unda, su hermano, abogado de profesión y abuelo de la madre del tío Eduardo y de mi padre; y por lo tanto bisabuelo de ambos y tatarabuelo mío.

Lector, no te impacientes, preguntándote a que viene toda esta verborrea del autor de este artículo que debe versar sobre “el fo” que le hicieron las autoridades mejicanas, entrante y saliente a España, al no cursarle invitación para el acto de la toma de posesión de la nueva presidenta.

Viene lector al hecho de que España, protegió y salvaguardó a la descendencia del emperador Moctezuma, que estaba en peligro de seguir el mismo destino que sufrió el emperador; y no precisamente por obra de los españoles sino de los nativos, frente a los cuales Hernán Cortés y unos pocos de sus paisanos, pocos no muchos, asumieron como obligación la protección de la familia del emperador como una consecuencia de “el descubrimiento”, trasladándola a España donde no solo fue acogida, sino le fueron  conferidos títulos nobiliarios.

Así lo reporta la historia y por supuesto el Diccionario de Historia de Venezuela editado por la Fundación Polar, el cual al biografiar a José Vicente de Unda, hijo de Ignacia María Navarro, señala que “entre su ascendencia materna (la de Ignacia María Navarro) se encuentra su tatarabuelo Francisco Moctezuma”.

Esta es la razón por la cual me entrometo, porque por mis venas, en el hallazgo de los historiadores, parece que corre algo de la sangre de los Moctezuma, y le debo a los españoles la protección que le dieron a la familia de Moctezuma después de la muerte del emperador, que de no haber sido así yo no existiría, o sería otro yo, sin contar en mis venas con el abolengo de los Moctezuma. 

Pero hay un algo más que invoco, aunque al invocarlo soy un simple repetidor de lo dicho por el gran poeta chileno Neftalí Ricardo Reyes, que señaló y agradeció a España que nos hubiera dado el idioma que hablamos desde Méjico hasta el extremo sur de Chile y Argentina.

A ese agradecimiento agrego los nombres de Jorge Negrete y Pedro Infante que siendo niño me hicieron saber que Jalisco, así con “J” no se rajaba.

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