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Más Allá del Horizonte

Sin saberlo, ese día estaría disfrutando de un bello atardecer justo allí, en el lugar donde un reconocido pintor británico se detenía, siglos atrás, para llenarse del ambiente y para perpetuar en sus pinturas la inspiración y la belleza recibidos como una bendición del Creador.

El plan había sido simplemente visitar a un amigo con mi hija. Pasar una tarde actualizándonos y conversando. Vivía mucho más lejos de lo que me había imaginado, así que tuve que tomar un tren para llegar a su vecindario. Luego caminé hasta su casa. El camino fue mucho más largo de lo esperado también y en subida. Sin embargo, mis zapatos eran cómodos y el clima estaba agradable, Disfruté la caminata.

Fue una tarde llena de arte, de música, de grata conversación. Él, graduado en las mejores universidades del mundo, con estudios de postgrado, había decidido, después de algún tiempo, que no quería trabajar más en lo que había estudiado y se había dedicado a pintar. Pintaba muy bien. Tenía su propio estilo y lo había desarrollado con los años. A través de sus cuadros podían apreciarse los diferentes caminos que había transitado. Los nombres de sus pinturas también reflejaban sus estados de ánimo, su evolución, sus luchas, sus caídas…

Después de disfrutar juntos compartiendo unos deliciosos té, fuimos a cenar a un restaurante indio con mi hija, su hijo y la novia de su hijo. Siempre era interesante conversar en un grupo con personas de diferentes edades. Se escuchaban distintos pareceres y experiencias diversas.

Cuando se acercaba la noche, mi amigo me dijo que saliera con él porque me quería mostrar algo. Estaba apenas a dos minutos de donde nos encontrábamos. El clima se había puesto más frío y ya no me apetecía tanto caminar. Sin embargo, me prestó unos pantalones y una chaqueta y accedí. Caminamos unos minutos y llegamos justo al lugar que me quería enseñar…Ese lugar donde Turner se había inspirando para pintar sus maravillosos paisajes. El Tames corría alegre bajo nuestra mirada. Los campos se expandían y mostraban diferentes colores mientras el sol se disponía a retirarse para dejarle el escenario a la luna. Disfrutamos de unos momentos de quietud y de regreso a casa, decidimos entrar a un parque que nos permitía volver por otro camino. Justo antes de entrar, mi amigo me comentó que él acostumbraba montar en bicicleta o correr por ese parque, que era gigantesco, y que a veces tenía la oportunidad de ver a lo lejos ciervos e incluso cervatillos. Le comenté cuánto me gustaban esos animales. Le dije que había tenido la oportunidad de ver unos cervatillos con sus madres en Carolina del Sur recientemente y que me encantaría poder verlos de cerca algún día. Cual no sería nuestra sorpresa cuando, apenas entrando al parque, nos recibieron 5 ciervos pastando justo al lado nuestro. No se espantaron. Se quedaron allí, como si nos conocieran de siempre. Mi amigo me comentó que él nunca había logrado verlos tan de cerca. Además, aunque ya tenían sus astas que impresionaban por su tamaño, aún preservaban las pintas blancas sobre su lomo, evidenciando que aún no eran ejemplares adultos, lo cual era aún más difícil de ver.

Me pareció increíble pensar en cómo los deseos y los pensamientos parecían tener su propio poder…Yo pensando en lograr ver los cervatillos y recibiendo la bendición de poderlos apreciar tan de cerca mi primera vez en ese parque.

En los días siguientes, decidí comprarle unas obras a mi amigo. Él me escribió que esperaba que cuando yo viera esas pinturas siempre sintiera un gozo que se extendiera más allá del horizonte.

Yo, recordando el paisaje de Turner, los ciervos en el parque y los gratos momentos compartidos simplemente por haber decidido pasar una tarde distinta, sabía que siempre que nos lo propusiéramos podríamos ver más allá del horizonte. Esa visión se podía alcanzar y era, simplemente, inigualable…

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