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Magnicidio y daños colaterales

Néstor Francia

Voy a reconocer, de entrada, que en mi primer artículo (5 de agosto) después del magnicidio en grado de frustración acerté y también me equivoqué. Antes que nada aclaro que voy a escribir “magnicidio frustrado”, no hay problema, pero no voy a decirlo de viva voz  porque es un término jurídico, correcto sin duda pero que no se siente natural en mi boca, ya que no soy abogado sino deslenguado. Así que para quedar bien con todos hablaré, cuando me toque, de “atentado terrorista”, que es un concepto más político y se me da mejor, y no contradice el que ha sido recomendado.

El acierto referido: “la derecha criolla va a tratar de imponer la matriz del auto-atentado, y de obligar al Gobierno a mostrar nombres y señas de los detenidos y otras evidencias, y de convertir esto en un asunto de la palabra del Gobierno contra la de sus enemigos”. Tal cual, pero no abundaré en esta especulación derechista y mal intencionada. Y el error: “… el atentado de la avenida Bolívar no tiene porque significar grandes cambios en la situación nacional general”. Es una afirmación demasiado tajante, con una buena probabilidad de ser desmentida por la realidad. A ver por qué.

El magnicidio frustrado comienza a tener consecuencias no jurídicas que voy a definir como daños colaterales. Hay una gran afectación sicológica, por ejemplo, de los opositores radicales de a pie. Esta nueva frustración de los extremistas les ha profundizado el odio y las ganas de ver sangre, y los hace más peligrosos de lo que ya eran. Yo recuerdo, de cuando viví en Alemania Oriental, que los opositores más furiosos del gobierno “y que” comunista se dieron a envenenar las mascotas de los militantes del partido. Así que chavistas, especial cuidado con sus perros y perras, gatos y gatas, iguanos e iguanas, monos y monas en estos días, porque además yo, de estúpido, les acabo de dar la idea a los escuálidos rabiosos, con estas infelices líneas.

Pero hay otros radicalismos que ya se están viendo potenciados, como las tendencias sectarias y dogmáticas del chavismo, que siguen ahí, tienen poder y se aprovechan del magnicidio frustrado para cerrar filas y empezar a fortalecer su espíritu de secta rojo rojito ¡Tanto que había avanzado la multiplicación del color en el chavismo, con Somos Venezuela, el “Venezuela Indestructible” mostrando sus corazoncillos  cromáticos, y otras hierbas refrescantes! ¿Vuelve el síndrome Hare Krishna, ellos de amarillo y el coco pelado, nosotros de rojo y con boina?

Una manifestación que se vincula a lo anterior es la idea, plasmada al menos por dos plumíferos del chavismo conformista, de que la función crítica debe ser al menos revisada porque tal acto de contrición sería un signo de cohesión y apoyo irrestricto al presidente Maduro. Uno de ellos escribió, por ejemplo: “¿Mantendrán los “autocríticos” el rol que parecieron haber decidido tomar, siempre sin mirar hacia los zapatos de Maduro y en torno al “peligro real” que los rodea con trenza y todo? ¿O preferirán mantenerse en su postura cuestionadora a todo, independiente al “peligro real”? Cada quien que asuma su responsabilidad”.

Esta peligrosa idea fue asomada no hace mucho por un alto dirigente del chavismo. En todo caso, es claro que yo no puedo calzar los zapatos de Maduro por una razón física y otra metafórica. Maduro debe usar al menos 44 y yo soy 41. Por otro lado, no tengo ni la milésima parte de la capacidad política del Presidente. Algún vecino me recomendó una vez que me postulara a presidente de la Junta de Condominio y yo desoí este mal consejo nacido tanto de su talante afectuoso como de su insensatez. Hay más de un “peligro real” para la Revolución, hermano. De todas formas, aprovecho para darte un par de recados que te envió Chávez:

Hagamos la crítica nosotros mismos pero sin ningún complejo de que le hará daño al proceso. No, no le hace daño, le hace bien al proceso, siempre que se haga con lealtad a los procesos y a los principios, siendo la ética la que prevalezca” (conversatorio con Movimiento de Pobladores, 4 enero 2011).

También: “La crítica y la autocrítica es un método para hacer revolución, para consolidar fuerzas, para consolidar bases, para consolidar valores, para perfeccionar el camino” (Entrega del premio Libertador al Pensamiento Crítico, 2013).

Además: “El Correo del Orinoco, el Diario VEA, Ciudad Caracas, deben tener páginas enteras dedicadas a la autocrítica, que el pueblo tenga los mecanismos para ejercer su derecho a la crítica y que nosotros lo leamos” (Reseñado en Ciudad Barquisimeto, el 30 de octubre de 2017, sin precisar fuente ni fecha). Amén, Comandante.

Y cierro con una ñapa. Mariela Castro Espín, quien fue diputada a la Asamblea Nacional del Poder Popular de su país y es hija de los revolucionarios Raúl Castro, ex presidente de Cuba, y de Vilma Espín, quien fuera presidenta de la Federación de Mujeres Cubanas, afirmó: “Mi trabajo como diputada en Cuba tiene una mirada crítica que es la forma en que entiendo ser revolucionaria… si no tengo una mirada crítica, estoy muerta

En cuanto a ti, mi estimado plumífero, asume tu responsabilidad cuando cierras con “¡Chávez vive, la lucha sigue!”. Lee bien y con la mente abierta al gran Chávez, no vaya a ser que esa consigna se te convierta en frase huera, como ocurre a menudo. Yo, por mi parte, asumiré mi responsabilidad de ser una ladilla china, como siempre: si  no tengo una mirada crítica, estoy muerto.

 

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