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Los vacilantes

¿Qué hubiera sucedido si en los momentos cruciales de sus historias sus líderes hubieran retrocedido aterrados ante el futuro, se hubieran consumido en sus vacilaciones y hubieran permitido que la ignominia los devorase?

¿En qué radica la falsedad de lo que hemos dicho?
¿Es sólo una parte o es el todo?
¿Con quiénes contamos? ¿Somos acaso las sobras
que han sido arrojadas por la fuerte corriente
de la vida?
¿No nos comprenderá nadie ni a nadie
comprenderemos?
¿Nos favorecerá la suerte?
Eso preguntas: no esperes
Otra respuesta que la tuya propia. (Bertolt Brecht, A los vacilantes, 1934)

De las suertes de la política, puede que la más trágica sea la de la vacilación: sentirse al borde del abismo, comprender que de tu voluntad y tu decisión – las dos herramientas fundamentales del líder – depende el que tu pueblo no vaya a dar en sus profundidades, como la piara de cerdos en los evangelios, tener la profunda convicción de que en tus manos se encuentra la salvación en esa difícil travesía por los desiertos, conocer el rumbo y la meta hacia el que debes dirigir a tus seguidores y precisamente entonces, al final del camino, cuando ves coronados años y años de esfuerzos esperando por la gran oportunidad, verse sobrecogido por la duda. Nada nuevo bajo el sol.

Me imagino las dudas y vacilaciones que habrán acometido a quienes, en la historia, se han enfrentado a esa situación infernal. Pues si es cierto que la naturaleza no avanza a saltos, como afirmaba Linneo. la historia camina a brincos, por acumulación de aciertos y errores, caprichos y veleidades de sus dirigentes y sus pueblos, a veces incluso volviendo a intentar vías inútiles que no dan a parte alguna, sólo por la porfía de la regresión. Como ha sucedido en Venezuela no una ni dos sino innumerables veces. Particularmente en esta última, cuando teniendo tantas herramientas políticas, avances científicos, oportunidades excepcionales y ejemplos magníficos volvimos a caer en la estulticia del caudillismo reaccionario y devastador. ¿Cuántas recaídas en la dictadura, incluso en la tiranía, cuántas revoluciones, perturbaciones, motines y saqueos, guerras intestinas y otros dislates marcan el accidentado curso de nuestra historia? Salcedo Bastardo contaba más de cien. El porcentaje en años de República es desolador. Las vidas humanas tiradas a la basura, millonarias. Como las de quienes han sufrido y sufren los últimos quince años de sus vidas esperando por el milagroso despertar de nuestro pueblo, para írsenos de esta vida en medio del abandono. O quedársenos en ella sumidos en la desesperanza.

Venezuela no ha sido avara en despilfarros. Lleva dos siglos despilfarrando vidas y fortunas. En una inconsciencia aterradora. ¿Por qué Noruega o Finlandia, Suecia, Japón, Singapur, Corea del Sur, Taiwán y tantos países en el mundo, teniendo iguales e incluso menos oportunidades que Venezuela al finalizar la Segunda Guerra Mundial y promediar la segunda mitad del Siglo XX, oportunidades que a nosotros se nos fueran como arena por entre los dedos, han logrado la felicidad de sus naciones, mientras en Venezuela tiramos todo por la ventana y continuamos avasallados por nuestra propia insensatez? ¿Qué hubiera sucedido si en los momentos cruciales de sus historias sus líderes hubieran retrocedido aterrados ante el futuro, se hubieran consumido en sus vacilaciones y hubieran permitido que la ignominia los devorase? ¿O hubieran ordenado devorarse lo acumulado en años de bonanzas para verse luego al borde de la miseria? ¿Qué sería del mundo si Churchill no hubiera dado un paso al frente en el momento más crucial de la historia de Inglaterra y de Europa, por no hablar del planeta entero, si al borde del abismo del totalitarismo nazi no hubiera tomado las justas decisiones con coraje asumiendo su responsabilidad ante la historia para enfrentar a Hitler y librar la más devastadora y cruenta de las guerras por salvar a la humanidad del extravío? Podrá argüirse que lo mismo hizo Stalin: pero Stalin no tenía otra opción que defenderse de un ataque que ahogaba al corazón de la revolución. Inglaterra, en cambio, no sólo estaba a salvo: Hitler la admiraba y nada hubiera ansiado más que la complacencia de su parte y tenerla como aliada privilegiada, como lo pretendieran Chamberlain y los apaciguadores.

No veo razones suficientes para evitar comparaciones de ese calado, pues Venezuela ha sido una gran Nación y perfecto derecho tiene a pedirle a quienes se consideran sus líderes que asuman el desafío de salvarla de las garras del totalitarismo, del saqueo, de la violación, de la deshonra y del desgarramiento. ¿A qué esperan sus dirigentes para salir de su apatía, de su desconfianza en sí mismos, incluso de su pusilanimidad y su cobardía, para estar a la altura de las circunstancias y enfrentar al malandraje que se ha hecho fuerte violando y saqueando a nuestra Nación? ¿Puede más la cobardía que la honra, la pusilanimidad que la dignidad, la traición que la lealtad?

Lo más doloroso es constatar la paciencia del pueblo con aquello que considera “los liderazgos”, pues hoy por hoy está mayoritariamente ganado para emprender una batalla definitiva y final contra la ignominia, la infamia, la vergüenza de verse en mano de traidores, asesinos, entreguistas. Y al referirme a los líderes, es obvio que descarto los casos perdidos de quienes, trasminados del pasado más bochornoso no hacen más que defender sus cotos y prebendas en connivencia con los asaltantes. O sumirse en la pusilanimidad de sus equivocadas percepciones. Me refiero a aquellos en los que descansan las últimas esperanzas. A los vacilantes en momentos definitorios. Que Dios los ilumine y no teman abrirle sus corazones al futuro. De ellos depende el rumbo de la Patria.

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