Los retos que enfrenta Lula
Luis Ignacio Lula da Silva ganó de forma clara en la primera vuelta de las elecciones brasileñas, a pesar de los espavientos de la derecha trumpista, que anda pregonando una supuesta victoria de Jair Bolsonaro, debido a que las encuestadoras no lograron detectar la intención de los votantes que le permitieron al mandatario superar las expectativas y reducir la ventaja que le llevaba su rival.
El sector conservador ha movido sus resortes informativos y propagandísticos –respaldados por algunos analistas- para crear la sensación de que –como Lula no obtuvo el triunfo en la primera vuelta, es decir, no alcanzó el 50% de los votos requeridos- fue Bolsonaro quien ganó. Extraño modo de ver los resultados. Los cómputos finales señalan que Lula obtuvo 48.4%; Bolsonaro, 43.2%; Simone Tebet 4.2; y Ciro Gomes 3%.
Ya Tebet y Gomes se pronunciaron a favor de Lula de Silva para la segunda ronda. No podía ser de otro modo. Ella representó al Movimiento Democrático de Brasil; y él, al Partido Democrático Laborista. Era casi imposible que los dirigentes de esos dos grupos autocalificados de democráticos respaldasen a un mandatario identificado, sin ambigüedades, con el autoritarismo conservador más añejo. Bastaría que un segmento significativo de los votantes de esas pequeñas facciones se inclinaran por Lula, para que su triunfo se produjera.
Matemáticamente es muy improbable que Bolsonaro obtenga el 50% que necesita para mantener la presidencia. Tendría que ocurrir una hecatombe en el campo de Lula. A Bolsonaro le faltan casi siete puntos porcentuales, lo cual significa que debe aumentar alrededor de diez millones de votos durante el mes de octubre. ¿De dónde van a salir esos sufragios si el nivel de participación en el primer giro fue 80%? Todos los abstencionistas tendrían que ir a votar y decantarse en su inmensa mayoría por el gobernante. Este tipo de anomalías estadísticas solo ocurren en la fantasía.
Bolsonaro perdió porque su gestión fue calamitosa en muchos planos. No supo enfrentar la pandemia de la Covid-19. Su negativa a aceptar la magnitud y gravedad de la peste le ocasionó a Brasil miles de muertos que habrán podido evitarse de haber escuchado los sanos consejos de los científicos brasileños y del mundo entero. Mantuvo un estilo confrontacional que lo llevó polemizar continuamente con las instituciones civiles y republicanas, mientras fortalecía su relación con los militares. Su desprecio por el ambiente lo condujo a enfrentarse con los ambientalistas e indígenas de la amazonía, territorio que se ha negado a proteger, a pesar de las numerosas advertencias de distintos organismos internacionales. En el plano social, su gestión no se orientó a tratar de mejorar la distribución del ingreso ni crear igualdad de oportunidades para los millones de brasileños castigados por la pobreza. Su permanente pugnacidad creó mucha intranquilidad y temores en una nación que necesita confianza y acuerdos para convertirse en la potencia mundial que debería ser. Brasil le quedó demasiado grande a la estrecha mente de Bolsonaro. Presidente que no repite es porque ha sido mal evaluado por la mayoría del electorado.
Lula, entonces, será con altísimas probabilidades de nuevo el presidente de Brasil. No le tocarán tiempos fáciles. Brasil, aunque se ha recuperado durante los años recientes, mantiene niveles de miseria muy elevados. En el Parlamento, el bolsonarismo tendrá una amplia presencia. Aunque la principal organización que respalda a Lula es el Partido de los Trabajadores, encabeza una alianza conformada por once pequeñas agrupaciones, coalición difícil de complacer y mantener. También tendrá gobernadores cruciales, como el de Río de Janeiro y el de Sao Paulo, alineados con Bolsonaro.
En el plano internacional, deberá lidiar con los efectos del coronavirus que aún no han sido superados y con las secuelas económicas internacionales de la invasión de Rusia a Ucrania. En la recomposición del tablero geopolítico mundial tendrá que ver muy bien cómo se mueve. Desde que abandonó la presidencia, hace más de una década, en el escenario mundial se han registrado numerosas y claves transformaciones. La globalización ya no tiene la misma dinámica ni rasgos de antes. El señor Vladimir Putin y la agresiva política económica internacional de Xi Jinping le dieron un vuelco al escenario.
En América Latina tendrá que ver qué hace con las impresentables dictaduras de Nicaragua y Cuba. Sería inaceptable que Lula continúe extasiado con la revolución cubana y se haga el desentendido con la cruel tiranía instalada en esa isla hace más de seis décadas. Lo mismo puede decirse de Nicaragua desde que el déspota Daniel Ortega decapitó a toda la oposición. Con relación a Venezuela, tampoco sería aceptable que se refugié en la ‘soberanía’ nacional para convertirse en cómplice de lo que ocurre en nuestro país, donde el régimen de Nicolás Maduro inhabilita a opositores y ha impedido elecciones libres, equilibradas y transparentes a lo largo de veinte años. El peso de Lula, junto al de Petro y Boric, podría ser determinante para que en 2024 se realicen unos comicios normales en Venezuela, similares a los que han tenido lugar en el último año en Brasil, Colombia y Chile, países en los cuales la democracia ha salido fortalecida, aunque hayan triunfado candidatos de izquierda.
Frente a Lula se levantan numerosos retos.
@tinomarquezc